This Great Salvation/The Wrath of God/es
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{{LeftInsert|'''Para más estudio:''' Adopta una ''correcta'' consideración de tu propia imagen (y rompe tu auto-estima) al repasar 1 Reyes 8:46, Jeremías 17:9, Romanos 3:10-18, 23, y 1 Juan 1:8.}}Jesús no fue a la Cruz para librarnos de la baja auto-estima, sino de algo mucho más serio: De la ira de Dios y de la presencia, el poder, y la paga del pecado (en donde el orgullo o demasiada auto-estima, tiene un lugar inmenso en nuestra vida). | {{LeftInsert|'''Para más estudio:''' Adopta una ''correcta'' consideración de tu propia imagen (y rompe tu auto-estima) al repasar 1 Reyes 8:46, Jeremías 17:9, Romanos 3:10-18, 23, y 1 Juan 1:8.}}Jesús no fue a la Cruz para librarnos de la baja auto-estima, sino de algo mucho más serio: De la ira de Dios y de la presencia, el poder, y la paga del pecado (en donde el orgullo o demasiada auto-estima, tiene un lugar inmenso en nuestra vida). |
Current revision as of 14:01, 22 July 2008
Un tema muy popular en la literatura cristiana de hoy es la “auto-estima”. En contraste, el tema del pecado frecuentemente se pasa por alto, o hasta es desafiado directamente. Llamar al pecado rebelión contra Dios es algo “superficial y un insulto al ser humano”, escribe un autor cristiano. A pesar de que aprecio la sinceridad de este individuo, me preocupa profundamente la perspectiva que él y muchos otros defienden. No es bíblica. Obstruye nuestro entendimiento de la seriedad del pecado, la realidad de la ira y la necesidad de la Cruz.
Jesús no fue a la Cruz para librarnos de la baja auto-estima, sino de algo mucho más serio: De la ira de Dios y de la presencia, el poder, y la paga del pecado (en donde el orgullo o demasiada auto-estima, tiene un lugar inmenso en nuestra vida).
Para entender cuán asombrosa es la gracia debemos entender la seriedad del pecado. Para apreciar el amor de Dios es necesario que entendamos su ira. Aunque no es nada bonito, una evaluación realista de nuestra propia pecaminosidad, y de sus horribles consecuencias, es un paso esencial en nuestra exploración de la doctrina de la justificación.
❏ “Si alguno viene a mí y no sacrifica el amor a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aún a su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26)
❏ “Nadie que mire atrás después de poner la mano en arado es apto para el reino de Dios” (Lc. 9:62)
❏ “Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias” (Mt. 5:11)
❏ “Deja que los muertos entierren a sus propios muertos, pero tú ve y proclama el reino de Dios” (Lc. 9:60)
❏ De hecho, le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios” (Mt. 19:24)
❏ “No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz sino espada” (Mt. 10:34)
❏ “Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Si alguien te obliga a llevarle la carga un kilómetro, llévasela dos” (Mt. 5:39,41)
(¿Te alegra saber que Jesús no era un político?)
Un Vistazo en el Espejo Retrovisor
“Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” (2 Co. 5:17). Meditar en el milagro de nuestra regeneración nos da verdadera causa para regocijarnos. Pero a menos que de vez en cuando veamos por el espejo retrovisor y nos recordemos de lo que éramos antes de que Dios en su misericordia nos regenerara, nuestra celebración será superficial. Como dijo una vez Martín Lutero: “La persona debe confrontar a su propia pecaminosidad en todas sus profundidades devastadoras antes de poder disfrutar del gozo de la salvación.”
En un versículo corto Pablo resume la enemistad que existía entre nosotros y Dios antes de la conversión: “En otro tiempo ustedes, por su actitud y sus malas acciones, estaban alejados de Dios y eran sus enemigos” (Col. 1:21) La absoluta necesidad y los extraordinarios beneficios de la justificación deben poder verse claramente a medida que examinamos este versículo.
Alejados de Dios. Pablo expande esta descripción en su carta a la iglesia de los efesios: “Recuerden que en ese entonces ustedes estaban separados de Cristo…ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef. 2:12). Estábamos alejados de Dios sin ninguna sensibilidad acerca de la realidad del pecado. Como ha declarado Peter T. O’Brien, estábamos “constante y persistentemente fuera de armonía con Dios.”[1]
Claro que dudo que estuvieras “constante y persistentemente” consciente de tu separación en ese entonces. Antes de convertirme, yo no me daba cuenta alguna de mi separación de Dios. Estaba dedicado ávidamente a la vida fiestera, gozaba de los placeres pasajeros del pecado. Tenía muy poco conocimiento de Dios, y no tenía ningún interés en El.
Ya sea que estemos conscientes o no de la separación en ese momento, las Escrituras declaran que todo individuo tiene una desesperante necesidad de ser reconciliado con Dios. Nuestra separación era absoluta. Si no hubiera sido por la misericordiosa intervención de Dios, hubiéramos sido separados de El por toda la eternidad. No había nada que pudiéramos hacer para alterar ese estado de alejamiento.
Enemigos en nuestra mente. Un rumor constante y popular ha estado circulando por varios miles de años que dice que el hombre es esencialmente bueno. Claro que cometemos errores, pero por lo general somos personas bastante decentes. Cualquiera que cree en ese mito no está poniendo atención. Como lo expresa Pablo tan claramente a los colosenses, no éramos aliados de Dios, ni siquiera observadores neutrales. R.C. Lucas dice que éramos “antagonistas, no simplemente apáticos”.[3] El teólogo Anthony Hoekema establece muy bien el punto en esta declaración: “Por lo tanto el pecado es fundamentalmente oposición a Dios, rebelión contra Dios, que se enraíza en el odio hacia Dios.”[4]
Antes de tu conversión odiabas a Dios. Yo también. No te halagues ni te engañes a ti mismo al alentar cualquier pensamiento contrario. No apreciarás el hecho de que ahora lo amas si no te das cuenta de que antes lo odiabas.
La maldad en nuestro comportamiento. Asociamos la palabra “perversidad” con la clase de atrocidades que podrían cometer Saddam Hussein o Adolfo Hitler. Pero cualquier cosa que desafía o rechaza la autoridad de Dios es perversidad. Pecar quiere decir desafiar o desobedecer la ley moral de Dios. Puede incluir los motivos, las actitudes o el comportamiento. Desde la perspectiva de Dios, aún nuestro “mejor” comportamiento es hasta cierto grado perverso.
El momento en que cometemos un pecado, éste pasa al pasado inalterable. Nuestro registro esta manchado permanentemente. Y éste registro será revisado por Dios Todopoderoso.
“En un momento u otro”, dice R.C. Sproul, “todos hemos sido acosados por el sobrio pensamiento de que un día cada uno de nosotros estará ante la presencia de Dios para ser juzgado. El temor que surge de dicha posibilidad emana de nuestra consciencia de que, basados en nuestro propio mérito, jamás oiremos el veredicto de ‘no es culpable’”.[5] Nuestro pasado nos acusará por haber asaltado directamente, una y otra vez, la autoridad de Dios. No tendremos excusa. Y aunque es misericordioso, Dios en su justicia no pasará por alto ni ignorará nuestra rebelión. El nos hará responsables.
¿Estas tan familiarizado con tu estado de nueva creación que te has olvidado de que estabas apartado de Cristo? Meditar en nuestro pecado y en la ira de Dios no nos llevará a la condenación; más bien, nos llevará a una apreciación intensa de lo que Jesús logró en la Cruz. Si nunca te has sentido impresionado por tu propia indignidad, dudo que comprendas o aprecies lo suficiente la gracia de Dios. Respetuosamente dudaría de que siquiera lo conozcas a El un poco.
Atascado en la Era de Piedra
La ira de Dios no es un tema de conversación de moda entre esta generación de optimistas “baby boomers” (los que nacieron durante los veinte años después de la segunda guerra mundial), quienes están obsesionados con mejorarse a sí mismos. Todavía no he visto a Oprah Winfrey dedicar tiempo en su programa al tema de la ira de Dios. Nuestra cultura no la toma en serio. Se ve como una noción primitiva. Pero lo que aterra es el hecho de que la Iglesia, con tanta frecuencia, se relaciona al tema de forma parecida. En muchas iglesias nunca se menciona la ira de Dios. Muchos teólogos la descartan. Sintiéndonos avergonzados por conceptos tan anticuados como el del infierno y el tormento, les quitamos importancia y dudamos de su existencia. El resultado más común es un énfasis exagerado en el amor de Dios sin un énfasis correspondiente en su santidad y su ira.
Al tratar toda medida para encubrir este rasgo “vergonzoso” del carácter de Dios, hemos comunicado este mensaje a nuestra cultura: Dios es infinitamente comprensivo, compasivo, paciente, y sentimental. ¡Dios es amable! Dios es como un Mr. Rogers cósmico, siempre listo para saludarnos con una sonrisa calurosa y una palabra agradable.
Ejemplo:
• Job 18:17-19 Totalmente despreciable
• Judas 13 __________________________
• Apocalipsis 21:8 ____________________
• Lucas 16:24 _______________________
• Mateo 22:13 ________________________
• Apocalipsis 14:11 ____________________
• Daniel 12:2 _________________________
(Las respuestas se encuentran impresas al final de la página 43.)Debido a que se nos hace difícil reconciliar la ira con nuestra percepción de un Dios amoroso, la Iglesia y la presente cultura han buscado crear a un Dios a su propia imagen. Pero las Escrituras no piden disculpas con respecto a la ira de Dios. De hecho, A.W. Pink nota que hay más referencias a la ira de Dios en la Biblia que a su amor. Probablemente no tenemos muchos de estos pasajes subrayados, pero quizás deberíamos tenerlos. Es necesario que prestemos serio estudio a la ira de Dios.
Pablo y otros escritores bíblicos no tenían inhibición alguna al expresar la ira de Dios. ¿Por qué? Porque sabían que entender la solución de la justificación comienza con entender la realidad de la ira de Dios. A menos que te des cuenta de la certidumbre de la ira, no entenderás la necesidad de la justificación. Sin la ira, la misericordia no tiene ningún significado. Sin la ira, la gracia es innecesaria. Sin la ira, no se tiene ningún evangelio. Sin la ira, jamás sentirás la necesidad de ser justificado ante el Dios Todopoderoso.
Es difícil comunicar efectivamente el tema de la ira de Dios. Algunas personas parecen disfrutar el describir los horrores que le esperan al pecador no arrepentido. Esa no es la actitud de Dios, y no debe ser la nuestra. Probablemente tu periódico local y las noticias por las cadenas de televisión no van a investigar el tema de la ira – por lo menos no de una manera bíblica – de modo que examinemos lo que las Escrituras tienen que decir acerca de este tema.
Cuando el Pecado y la Santidad Chocan
Los medios noticieros apodaron a Jack Kevorkian el “Doctor Muerte” por usar un aparato para ayudar a las personas a suicidarse. No puedo olvidar el momento que vi un corto de video que muestra a Kevorkian y a dos mujeres justo antes de que ellas se quitaran la vida. Estas señoras tenían una calma muy rara. Mientras hablaban de su deseo de acabar con su vida, yo sentí gran pena y un sentimiento de horror. No tenían idea de lo que les esperaba más allá de la muerte. No dispuestas a enfrentar la enfermedad que afligía sus cuerpos, sin darse cuenta sometían sus almas a la ira de Dios.
La ira de Dios es real. Es terrible. Cuando su santidad y nuestro pecado chocan, el resultado inevitable es la ira, que J.I. Packer describe como “la acción resuelta de Dios para castigar el pecado.”
Dios no es indulgente, ni tampoco simplemente se indigna por nuestro pecado. Su ira hace que las novelas de terror de Stephen King parezcan cuentos de cuna. Entre más lo llegas a conocer, más aumenta tu temor a El. Y eso es bueno. Si esta generación fuera a hacer un rápido estudio sobre el temor a Dios, nuestra superficial opinión del pecado se profundizaría inmediatamente.
El profeta Habacuc dice de Dios: “Son tan puros tus ojos que no puedes ver el mal; no te es posible contemplar el sufrimiento” (Hab. 1:13). Al expresar el juicio pendiente de Dios contra Nínive, Nahúm profetizó:
“El SEÑOR es un Dios celoso y vengador. ¡SEÑOR de la venganza, SEÑOR de la ira! El SEÑOR se venga de sus adversarios; es implacable con sus enemigos. El SEÑOR es lento para la ira, imponente en su fuerza. El SEÑOR no deja a nadie sin castigo. . .
¿Quién podrá enfrentarse a su indignación? ¿Quién resistirá el ardor de su ira? Su furor se derrama como fuego; ante él se resquebrajan las rocas. Bueno es el SEÑOR; es refugio en el día de la angustia, y protector de los que en él confían. Pero destruirá a Nínive con una inundación arrasadora; ¡aun en las tinieblas perseguirá a sus enemigos!” (Nah. 1:2-3,6-8)
La ira de Dios no estaba reservada solo para Nínive. Aunque El demuestra increíble paciencia y es “lento para la ira”, nuestros pecados igual provocan su ira. Si rechazamos la bondad de Dios que ha sido ofrecida a través de la persona y la obra consumada de Jesucristo, un día experimentaremos su severidad, y no tendremos a nadie más que culpar sino a nosotros mismos.
Dios no comunica su ira sólo por medio de unos cuantos profetas menores en ciertas breves y oscuras secciones del Antiguo Testamento. Pablo escribe en el primer capítulo de Romanos: “Ciertamente, la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad obstruyen la verdad” (v. 18). La ira de Dios era una presente realidad en los días de Pablo, y también lo es en los nuestros. No es necesario que te preguntes si un día América será juzgada. América ya está experimentando la ira de Dios. Cuando los individuos llaman al mal bien y al bien mal, cuando la vida inmoral e idólatra se convierte en la norma, ten por seguro que estas son manifestaciones de la ira. Una de las formas de juicio más eficaces y horribles ocurre cuando Dios deja de intervenir a nuestro favor. El simplemente se retira y dice en efecto: “Yo les dejaré a su propio cuidado y les permitiré experimentar las consecuencias de su rebelión.”
Dios no tiene que destruirnos directamente; lo único que tiene que hacer es quitar su mano y nosotros nos destruimos a nosotros mismos.
La ira de Dios no es como la ira del hombre. El no tiene un mal genio. Esto no se trata de un entrenador de baloncesto mal disciplinado que despliega una rabieta al lado de la cancha. La ira de Dios es justa. No es ni arbitraria ni impredecible. Más bien, es una premeditada y medida reacción a nuestra impiedad y a nuestra maldad. Esas cosas enojan a Dios. ¡Y El lo expresará! ¡Los que reciben la ira de Dios la merecen! No tienen a nadie más que culpar sino a sí mismos.
Quizás estés pensando: “Ese que estas describiendo no es mi Dios”, pero este es el Dios revelado en la Biblia. Aunque raramente se habla de ello entre los cristianos de hoy, la ira y la justicia son parte de su carácter. Su ira es totalmente apropiada, ya que si no se enojara por el pecado no podría ser moralmente perfecto. La ira de Dios es tan real como su amor, y ese hecho pone al que no es regenerado en un estado serio y desesperante.
Antes de concluir esta sección, permíteme introducir un punto final. ¿Cuál fue el propósito principal de la Cruz? Solo éste: Fue ahí que Jesús satisfizo la feroz y santa ira del Dios Todopoderoso que de otra manera nosotros hubiéramos experimentado. La acumulada y justificada ira de Dios cayó, con todo su poder y severidad, no sobre nosotros que la merecemos, sino sobre su Hijo. Jesús no solo nos salvó de nuestro pecado, El nos salvó de Dios mismo.
“Eramos por naturaleza objeto de la ira de Dios”, escribió Pablo (Ef. 2:3). Dios pudo y debió habernos juzgado por nuestra rebelión contra su mando. En vez de eso, extendió su gracia. En la Cruz, El encontró una manera de reconciliar su perfecta justicia y su perfecta misericordia. El mismo que se oponía a nosotros cuando estábamos en nuestro pecado murió en nuestro lugar para que nosotros, sus enemigos, pudiéramos ser adoptados en su familia.
Jonathan Edwards fue una fuerza instrumental que impulsó el primer Gran Despertar de América a mediados del siglo dieciocho. Quizás se lo conoce mejor por un mensaje que predicó titulado “Pecadores en las manos de un Dios enfurecido”. Según testigos oculares, varios miembros de la congregación de Edwards fueron afectados tan dramáticamente por el mensaje que se agarraron de sus asientos, cayeron de rodillas, y clamaron en angustia ante la posibilidad de su propia condenación.
Este no fue un discurso típico de “fuego y azufre”. Por lo que tengo entendido, los oyentes no fueron influenciados por un golpe con los puños en el púlpito ni por alaridos y ojos desorbitados, porque no hubo nada de eso, Edwards leyó el mensaje con una voz monótona. Y aunque sí pintó un vívido cuadro de la ira divina, dio énfasis principalmente a las manos de Dios llenas de gracia, pues como Edwards muy bien se daba cuenta, cuando nos encontramos con la realidad de la ira, recibimos un nuevo deseo y apreciación por la gracia.
La ira de Dios es real, aterrorizante, inevitable. Pero sus manos traspasadas por los clavos están abiertas y llenas de misericordia. Todos los que se humillan maravillados ante la Cruz serán exentos de la ira que vendrá.
Necesidades No Percibidas
Hace poco, una encuesta nacional de Gallup reveló que un mayor número de americanos se consideran haber sido “nacidos de nuevo”. Pero es un poco prematuro comenzar a celebrar, porque el impacto de la Iglesia en esta cultura no marcha con las estadísticas. Si el porcentaje de los americanos que se dicen ser cristianos fueran auténticos discípulos de Jesucristo, nuestra sociedad experimentaría una reforma radical.
Este problema se aumenta cuando la gente que supuestamente se está convirtiendo no tiene ninguna consciencia del pecado. En vez de confrontar a individuos con la realidad de la ira de Dios, el evangelismo se ha degenerado a un trabajo de venta. En vez de clarificar el horror de la condición pecaminosa del hombre y su desesperante necesidad de Cristo, el evangelio ha sido reempacado como un vistoso conjunto de beneficios dirigido a ciertas “necesidades percibidas”.
Pero guiar a la gente a la conversión sin primero exponerla a la magnitud de su propio pecado y a la ira de Dios, es verdaderamente es una terrible perdida. Innumerables convertidos llegan muy pronto a la solución sin realmente comprender cuál es el problema. No se dan cuenta de cómo han violado la perfecta ley de Dios y no sienten la justificada ira de Dios en sus vidas. Como resultado, debido a que no se han imaginado lo que es la asombrosa gracia del Dios Todopoderoso, terminan inseguros de su amor.
No gozarás en describir la ira de Dios a los demás, ni tampoco ellos gozarán. ¿A quién le gusta que se le diga que es un pecador que odia a Dios? Es mucho más fácil concentrarse exclusivamente en el amor de Dios. Sin embargo, el evangelio está incompleto sin un énfasis en la ira, pues esto es lo que pone el amor de Dios en perspectiva. Todos estábamos alejados de El, éramos enemigos en nuestra mente, caracterizados por el comportamiento pecaminoso, y éramos objetos de la ira. El tenía todo el derecho de fulminarnos sin dar ninguna explicación ni pedir disculpas. Pero al contrario, El entregó a su único Hijo amado para padecer el juicio en nuestro lugar. Jamás apreciaremos la necesidad absoluta de la justificación aparte de una revelación de la ira.
Debemos volver a una presentación bíblica del evangelio, y a una respuesta bíblica a él. Debemos hacer que la gente se dé cuenta de su necesidad más seria y significante, una necesidad que ellos quizás ni sientan: Ser librados de la ira justificada de Dios. Debemos recordarles (y recordarnos a nosotros mismos) que aunque su ira tarda, es segura. Debemos explicar que, como la Biblia dice claramente, “¡Terrible cosa es caer en las manos del Dios vivo!” (He. 10:31).
Al leer el mensaje de Jonathan Edwards me encontré pensando ¡Con razón hubo un avivamiento! Con razón el poder de Dios acompañó esta enseñanza. Con razón hubo convicción sin precedente durante esos tiempos. Sin disminuir la soberana presencia del Espíritu Santo que hizo tan fructífero al Gran Despertar, yo sometería que el contenido de la predica tuvo mucho que ver con ello también. Cuando la Iglesia vuelva a dar igual peso a la ira y a la misericordia en su proclamación del evangelio, entonces los individuos se convertirán con un profundo aprecio por la gracia. En vez de mezclarse con la cultura, se distinguirán como radicalmente diferentes. Podrán relacionarse a ella, pero ya no la reflejarán. Más bien, gracias a una conversión auténtica, reflejarán más y más el carácter de Dios.
Jamás Pierdas el Contacto
El teólogo R.C. Sproul describe un interesante encuentro que él tuvo con un creyente fanático pero que carecía de tacto. El hombre de repente le enfrentó un día mientras caminaba por un campo universitario.
-¿Eres salvo?- demandó el hombre sin ni siquiera presentarse. Sproul se sobresaltó y se sintió un poco ofendido por la forma en que el hombre se había dirigido a él.
-¿Salvo de qué?- le contestó.
Ahora era el supuesto evangelista el que se sobresaltó. Se sintió confundido y no pudo dar una respuesta específica. Probablemente se alejó sintiendo la necesidad de un mayor estudio bíblico. . . y una necesidad de elegir con más cuidado a sus blancos de evangelismo.
“Salvo” es una palabra muy conocida en nuestro vocabulario cristiano, pero la pregunta de Sproul merece una respuesta atenta: ¿De qué hemos sido salvos? A este punto del capítulo quizás ya hayas anticipado la respuesta. No hemos sido salvos de la baja auto-estima. Hemos sido salvos “del castigo venidero” (1 Ts. 1:10).
Nuestra ignorancia de la ira no es pura coincidencia. Yo creo que evitamos el tema porque nos hace sentir temerosos y condenados. Hay verdad en eso, debemos sentirnos temerosos porque merecemos ser condenados. Pero un estudio de la ira nos lleva a un entendimiento de la gracia y a una libertad de la condenación. Tanto como merecíamos la condenación eterna, ¡Dios nos salvó de su ira y nos reconcilió consigo mismo! El repasar y revisar tu pasado no te arrastrará a un foso de desolada introspección. Al contrario, elevará a nuevas alturas tu entendimiento de Dios y su misericordia. Comprenderás la grandeza del amor de Dios en una dimensión que jamás has tenido antes.
En su comentario de nuestro pasaje bíblico en Colosenses, Peter O’Brien dice de la iglesia en Colosas: “La gravedad de su anterior condición sirve para magnificar la maravilla de la misericordia de Dios. El pasado no se recuerda porque el énfasis le cae a él, sino para llamar la atención hacia la acción poderosa de Dios. . . a favor del lector.”[12] No recordamos el pasado para poder permanecer en él, miramos atrás para que la acción poderosa de Dios a favor nuestro por medio de la obra justificadora de su Hijo pueda transformar nuestras vidas de una forma dramática que El determina. Ese fue el caso de Pablo. El nunca perdió el contacto con su pasado. Es más, mire el beneficio que obtuvo al hacer un poco de retrospección:
Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero precisamente por eso Dios fue misericordioso conmigo, a fin de que en mí, el peor de los pecadores, pudiera Cristo Jesús mostrar su infinita bondad. Así vengo a ser ejemplo para los que, creyendo en él, recibirán la vida eterna. Por tanto, al Rey eterno, inmortal, invisible, al único Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén (1 Ti. 1:15-17).
¿Al mirar atrás, se puso Pablo en un estado de depresión? No, provocó un arranque espontáneo de adoración por la maravilla de la gracia de Dios. “En otro tiempo ustedes, por su actitud y sus malas acciones, estaban alejados de Dios”, escribió Pablo, “y eran sus enemigos.” Luego usa una de las palabras más pequeñas pero más bellas de la Biblia: “Pero ahora Dios, a fin de presentarlos santos, intachables e irreprochables delante de él, los ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte” (Col. 1:21,22).
En vez de dejarnos en nuestro estado sin esperanza, desamparos, desesperados, Dios nos reconcilió por medio de Jesús para que pudiéramos estar ante su presencia sin mancha y libres de acusación, en una sola palabra, justificados. Nos merecíamos el tormento eterno del infierno. Pero El nos dio la vida eterna por medio de su Hijo.
¿No son esas buenas noticias?
Discusión en Grupo
1. ¿Afectó tu auto-estima este capítulo? ¿La imagen de ti mismo?
2. “Antes de tu conversión odiabas a Dios”, dice el autor (página 39). ¿Estás de acuerdo o no?
3. Un ateo del siglo diecinueve, el Coronel Robert Ingersoll dijo una vez: “La idea del infierno nació de la venganza y la brutalidad por un lado, y de la cobardía por otro. . . yo no tengo ningún respeto por ningún ser humano que crea en él. . . no me gusta esta doctrina, la odio, la aborrezco, desafío esta doctrina.” Si tuviera la oportunidad, ¿Cómo contestarías al Coronel Ingersoll?
4. Según el autor, ¿cuál es el ingrediente que falta en el evangelismo contemporáneo? (Página 44)
5. ¿Es posible temer a Dios sin tenerle miedo? Explica tu respuesta
6. ¿Cómo se distingue la ira de Dios de la nuestra?
7. En la página 44 el autor escribe: “Innumerables convertidos llegan muy pronto a la solución sin realmente comprender cuál es el problema”. ¿Qué es lo que él quiere decir?
8. ¿Por qué Dios manda al infierno a los pecadores cuando podría demostrar misericordia al perdonarlos?
9. ¿Cómo puede un conocimiento de la ira de Dios profundizar nuestro sentido de seguridad en su amor? ¿Fue esa tu experiencia en este capítulo?
Lectura Recomendada
Knowing God por J.I. Packer (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1973)
The Atonement por Leon Morris (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1984)
The Holiness of God por R.C. Sproul (Wheaton, IL: Tyndale House Publishers, 1985)
Referencias
- ↑ Peter T. O’Brien, Word Biblical Commentary—Colossians, Philemon (Waco, TX: Word Publishing Co., 1982), p. 66.
- ↑ Bruce Milne, Know the Truth (Leicester, England: InterVarsity Press, 1982), p. 154.
- ↑ R.C. Lucas, The Message of Colossians and Philemon (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1980), p. 61.
- ↑ Anthony Hoekema, Saved by Grace (Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans Co., 1989), p.47
- ↑ From a tape by R.C. Sproul titled “Saved from the Wrath to Come” (Lake Mary, FL: Ligonier Ministries, 1991).
- ↑ Bruce Milne, Know the Truth, p. 154.
- ↑ From a tape by R.C. Sproul titled “The Innocent Native in Africa,” from the series Objections Answered (Lake Mary, FL: Ligonier Ministries).
- ↑ John R.W. Stott, The Cross of Christ (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1986), p. 109.
- ↑ Ibid.
- ↑ Anthony Hoekema, Saved by Grace (Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans, 1989), p. 153.
- ↑ John R.W. Stott, The Cross of Christ, p. 159.
- ↑ Peter T. O’Brien, Word Commentary—Colossians, Philemon, p. 66.