This Great Salvation/The Fruits of Justification (II)/es
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Current revision as of 14:03, 22 July 2008
En el capítulo anterior hablamos brevemente de la relación especial de la que ahora gozamos. Hablo del hecho de que Dios se ha convertido en nuestro Padre. ¿Recuerdas a nuestro amigo que miraba tristemente por la ventana de su celda abierta? Si tan solo él pudiera darse la vuelta vería más que una puerta abierta. Vería a un Padre que lo espera para recibirlo.
Puedo recordar vívidamente un sábado por la mañana con mi padre. Los dos nos encontrábamos sentados a la mesa de la cocina cuando sonó el teléfono. Yo era un joven en ese entonces y estaba apartado de Dios. Al contestar el teléfono, se me heló la sangre. El que llamaba se identificó como un detective del Departamento de Policía del Condado de Montgomery, Estación Glenmont. En palabras policíacas, me informó que me habían observado usando una sustancia controlada (marihuana) en una residencia en particular la noche anterior (lo cual era cierto). Me informó que iba ha ser arrestado y me pidió que me entregara.
Mi padre podía ver, por mi expresión, que sucedía algo muy malo. “¡¿Qué pasa?!” preguntó.
Yo sólo pude contestar vagamente, “Me agarraron.”
Lo que siguió fueron carcajadas al otro lado de la línea. Unos “amigos” míos me estaban jugando una broma pesada. El tonto infractor de la ley también era un tonto ingenuo. No se me había ocurrido que la policía no arresta a las personas por teléfono. Como cortesía, lo hacen en persona.
Aunque jamás olvidaré esa broma pesada, lo que más me impresionó fue la reacción de mi Papá. El pudo haberme regañado por ser la desgracia que ciertamente yo era. Pero lo primero que hizo fue afirmar su amor y apoyo. Eso me afectó profundamente. No tengo ninguna duda de que, de ser posible, Papá hubiera tomado mi lugar y mi castigo. Su lealtad era lo contrario de lo que yo merecía.
Jesús contó una historia de otro hijo necio que, después de exigir egoísta y prematuramente su parte de la herencia de la familia, prosiguió a malgastarla. Cuando finalmente se le acabaron todos los recursos, el hijo pródigo decidió regresar a la casa de su padre y pedir la oportunidad, no de ser restituido como hijo, sino de ser empleado como siervo. “Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo; trátame como si fuera uno de tus jornaleros” (Lc. 15:18-19). El padre tenía todo el derecho de ridiculizar y rechazar al hijo; el sólo aceptarlo como trabajador hubiera sido una señal de verdadera generosidad. Pero al contrario, él esperaba ansiosamente su regreso, y recibió a su hijo con regalos y un banquete. La misericordia de Dios se presenta en esta historia como el padre colma de regalos a su hijo con amor, perdón, y aceptación – algo muy distinto a lo que el hijo esperaba o merecía.
Hasta aquí, nuestro estudio de la justificación ha rendido evidencia indiscutible de que ésta en realidad, es una gran salvación. Hemos aprendido a cómo combatir la influencia persistente de la acusación y la adversidad. Hemos navegado los temas serios de nuestro propio pecado, de la santidad y la ira de Dios. Hemos examinado mas de cerca a la Cruz, en la que nuestro Salvador padeció la condena que nosotros merecíamos, para que podamos ser justificados ante Dios. En ella El obtuvo para nosotros paz con Aquel que había sido el objeto de nuestra hostilidad; el perdón de Aquel contra el que habíamos pecado; y una unión con El que nos da poder en nuestra lucha contra el mal.
Ahora concluimos con dos aspectos finales de nuestra herencia en Cristo: la adopción y la esperanza de una gloria futura.
Revelando al Padre
La teología Bíblica nos enseña a esperar una revelación progresiva en la Escritura.[1] Por ejemplo, el misterioso mensaje de Génesis 3 sobre la simiente de una mujer que hiere la cabeza de una serpiente, se hace claro y evidente en la declaración del Nuevo Testamento de la crucifixión y posteriormente la resurrección de Jesús. De forma parecida, el Antiguo Testamento sólo nos da los bosquejos más generales de algo que es una revelación central en el Nuevo Testamento: la paternidad de Dios. Para estar seguros, hay pasajes que se refieren a Israel como el hijo primogénito de Dios y también otras pequeñas indicaciones de esta verdad. Pero aún la idea se refiere regularmente a un sentido nacionalista. El es el Padre de la nación de Israel, no de los individuos. Primordialmente, el Antiguo Testamento presenta a Dios no como nuestro Padre, sino como un Rey grandioso y santo.
Por supuesto que Dios siempre ha sido Padre, y Jesucristo siempre ha sido Dios el Hijo. Pero era necesario que Jesús viniera y nos revelara a Dios como Padre porque, como explica Juan en su evangelio, El era el único capacitado para hacerlo: “A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer” (Jn. 1:18).
En este versículo, “dado a conocer” en el griego, es la palabra de la que se deriva “exégesis”. “Exégesis” quiere decir explicar o repasar los hechos sobre algo. Por ejemplo, hacer exégesis de un pasaje de la Escritura es enseñarlo de una manera que revela su significado. Jesús, quien está al lado del Padre, un lugar de intimidad y ternura, está en la posición perfecta para conocerlo completamente. Y una parte importante del ministerio de Jesús es dárnoslo a conocer. El impartió muy bien esa verdad a sus discípulos, y los evangelios siguen impartiéndola a nosotros hoy.
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• ___________________________________Cada vez que Jesús se refería a Dios como su Padre, hacía lo que en ese tiempo era una declaración revolucionaria. No todos lo apreciaban. Los fariseos en particular se molestaban porque Jesús, al hablar de Dios como su Padre, él insinuaba que era igual a Dios. Pero el versículo anterior hace claro que Jesús tenía el derecho de “dar a conocer” al Padre (hacer exégesis). Ciertamente, hubiera sido imposible para El no hacerlo. Por el hecho de que era de la misma esencia del el Padre y del Espíritu, Jesús manifestó la identidad de Dios al revelarse a sí mismo.
Este último punto merece que salgamos por una breve tangente. ¿Cuál es la relación entre Dios el Padre y Dios el Hijo? Agustín, el teólogo con más influencia de la Iglesia primitiva, clasifica en tres grupos la enseñanza de la Escritura sobre los diferentes aspectos de esta relación:
• Los versículos que revelan que Jesús es inferior a su Padre por su encarnación. El voluntariamente se despojó de su gloria (Fil. 2:5-8) y nació como bebé. Consecuentemente experimentó hambre, sed, fatiga, y otras debilidades que su Padre jamás ha conocido. En su condición humana Jesús sabía que su Padre era más grande, y estuvo dispuesto a buscar y someterse a la dirección de su Padre. Encontramos otro claro ejemplo de esto en el Getsemaní: “Yendo un poco más allá, se postró sobre su rostro y oró: ‘Padre mío, si es posible, no me hagas beber este trago amargo. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú’” (Mt. 26:39).
• Los versículos que enseñan que Jesús, desde el principio del mundo, era uno con el Padre pero era distinto a El. “En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (Jn. 1:1). “Pero de ti, Belén Efrata, pequeña entre los clanes de Judá, saldrá el que gobernará a Israel; sus orígenes se remontan hasta la antigüedad,desde los dias de la eternidad” (Mi. 5:2).
• Los versículos que muestran que el Padre y el Hijo no son Dioses separados, sino que son de una misma esencia. “El Padre y yo somos uno” (Jn. 10:30).[2]
¿Quieres conocer al Padre? Mira a Jesús. La noche de la última cena Felipe dijo: “-Señor. . .muéstranos al Padre y con eso nos basta.” Jesús le dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:8-9, énfasis nuestro). ¿Quieres conocer los caminos del Padre? Mira a Jesús. “Ciertamente les aseguro que el hijo no puede hacer nada por su propia cuenta, sino solamente lo que ve que su padre hace, porque cualquier cosa que hace el padre, la hace también el hijo” (Jn. 5:19). ¿Quieres aumentar tu conocimiento del Padre? Mira a Jesús. “El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es” (Heb. 1:3).
Jesús redefinió nuestra relación con Dios. En un momento privado con sus discípulos poco antes de su muerte, Jesús dijo: “Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir se lo he dado a conocer a ustedes” (Jn. 15:15). Por medio de la enseñanza de la Ley, el pueblo judío aprendió a reverenciar a un severo y distante Amo. Por medio de la vida y muerte de Jesús hemos sido reconciliados a un amoroso e íntimo Padre.
Adopción: Nuestro Antídoto para La Angustia
Esta relación única entre Dios y todos los que han sido justificados se explica en la doctrina de la adopción, a la que también nos referimos como un “status de hijo”. Señala nuestro lugar como hijos de Dios y se refiere al medio por el que nos hacemos sus hijos. Ser adoptado a la familia de Dios toma lugar no por nacimiento, sino por renacimiento. Ocurre no por maduración, sino por regeneración. No es natural, es sobrenatural.[4]
La adopción es un regalo de gracia que se hace nuestro al recibir a Jesucristo. “Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Jn. 1:12). Toma nota de la condición: Dios no es el padre universal de toda la humanidad. Esa es una noción presuntuosa y humanística. Dios es el creador de todos, pero es el Padre sólo de los que han recibido a Cristo.
La palabra “adopción” se encuentra en la Biblia usada exclusivamente en las escrituras de Pablo. Habiendo crecido en Tarso, él estaría familiarizado con la costumbre según existía en el imperio romano. La adopción en ese entonces era diferente de nuestro concepto presente en por lo menos dos puntos importantes. Primero, los griegos y los romanos adoptaban a los adultos, no a los infantes. En vez de ser entregado para adopción, un bebé despreciado (casi siempre una niña) típicamente era desechado y se le dejaba a la intemperie para que muriera. La documentación de esos tiempos refleja la realidad de esta práctica inhumana con un tono escalofriante y cruel.
Segundo, debido a que éste era primordialmente un arreglo legal, la adopción en el mundo Gentil carecía del caluroso amor sin egoísmo con el que la asociamos hoy. Era algo pragmático – una transacción de negocios. Si a alguien le faltaba un heredero, adoptaba a un varón mayor de edad para pasarle la herencia y los bienes de la familia. La adopción servía como una forma de seguro social. Según un comentarista, “El hijo adoptado pasaba inmediatamente a recibir los derechos del padre y se encargaba de los ingresos asignados para mantener a este y a su familia hasta el fin de sus vidas. . .Entonces, la adopción era una manera de asegurarse en la vejez.”[5]
Aunque Pablo sin duda, se daba cuenta del modelo de adopción romano, es más probable que su conocimiento de la historia del Antiguo Testamento y del pueblo judío formara su perspectiva sobre la adopción. Aunque la palabra “adopción” nunca aparece en el Antiguo Testamento, el concepto ciertamente sí ocurre. Y es ahí que encontramos la bondad, el gozo, y el amor de sacrificio que nosotros (junto con Pablo) relacionamos con la adopción. William Hendriksen escribe, “Cuán totalmente diferente (del modelo romano) es la naturaleza de la adopción según se practicaba en el Antiguo Testamento. . .¿Acaso la hija del Faraón no ‘adoptó’ a Moisés (Ex. 2:10), aunque era, hablando humanamente, sólo un niño indefenso? ¿Acaso Mardoqueo no crió a su prima, una niña llamada Ester (Est. 2:7)?”[6]
Frecuentemente, las escrituras de Pablo emplean palabras del lenguaje común y les imparten un profundo significado espiritual. Hendriksen sugiere que su referencia a la adopción sigue ese patrón: “Cuando en Romanos 8:15 y en Gálatas 4:5 Pablo usa la palabra “adopción”, la palabra y el término legal fueron prestados de la práctica romana, pero no la esencia de la revelación divina en el Antiguo Testamento.”[7]
La adopción toca una profunda necesidad humana, una inseguridad universal. El Nuevo Testamento habla de “todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud durante toda la vida” (He. 2:15). Por supuesto que muchos afirman no tener miedo. Pero toda la raza humana lucha bajo lo que un filósofo alemán del siglo veinte ha llamado “angst” [angustia]”, una molestosa ansiedad que acecha bajo la superficie del alma. Esta no es una ansiedad que se puede trazar a ninguna causa específica. Es incierta y está llena de sombras – pero es muy real. Algunos han descrito esta ansiedad como la sensación de ser lanzado a una brutal e incomprensible existencia, o de ser abandonado por los padres.
La salvación por medio de Jesucristo es la única solución para este temor. “Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: ‘¡Abba! ¡Padre!’” (Ro. 8:15). Quizás la única manera de captar el vívido lenguaje de este versículo es con una historia verdadera.
Tengo un amigo que adoptó a una niña en Seúl, Corea. El describe lo difícil que fue estar en el orfanato entre tantos niños necesitados y despreciados. Todos ansiaban recibir atención, y se acercaban a él esperando recibir un toque de su mano o una sonrisa. Ver sus caritas desesperadas le hizo querer llevárselos a todos. Pero tan doloroso como fue tener que rechazar a los demás, él recuerda ese momento radiante cuando eligió a su futura hija René y la tomó en sus brazos.
Entonces, cuando René lucha con las inseguridades típicas de la niñez, lo único que tiene que hacer es preguntar: “Papá, ¿de verdad me amas?” Debido a que fue adoptada, su padre puede contestarle en una forma única. “René”, puede decirle, “no me obligaron a quererte. Yo no tuve que traerte a mi familia por obligación. Yo no estaba bajo ninguna exigencia , sino que yo lo quise, René. Yo te quería tanto que viajé al otro lado del mundo a buscarte, sólo para que seas mi hija. Yo te escogí a propósito, René, y yo siempre, siempre te amaré .”
Adopción Humana / Adopción Divina
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• ________________ • ________________Jesús no tenía que dejar el cielo y venir a la tierra. El no estaba bajo ninguna obligación. ¿Por qué vino? Para poder mirarte fijamente a los ojos y decir: “¡A ti! ¡Te escojo a ti! Ya no estarás alejado, ya no serás mi enemigo. Yo voy a cambiarte. Voy a estar reconciliado contigo. ¡Tú serás mi hijo!”
Para estar seguro de que comprendamos todo lo que implica la adopción, Pablo usa la palabra aramea “Abba”. Es una palabra informal que reside en el vocabulario de cualquier niño pequeño – la traduciríamos como “papi”. Es así como Jesús se dirigió a Dios mientras sudaba gotas de sangre en el Getsemaní. No se acercó a su Padre con el tono de voz seria y cortés que se podría esperar de un alumno de buena conducta. En su pasión El oró: “¡Abba! ¡Papi!” Pablo dice que la adopción evoca un gemido de nuestro corazón, una palabra muy fuerte. Y oye las palabras de Martín Lutero en el siglo dieciséis sobre esta frase:
Esta es una palabra muy pequeña, pero a pesar de eso, incorpora todas las cosas. La boca no habla, pero el afecto del corazón habla de esta manera. Aunque yo esté oprimido, rodeado de angustia y terror por todos lados, y aunque parezca abandonado y totalmente expulsado de Tu presencia, con todo soy tu hijo, y Tu eres mi Padre gracias a Cristo: Yo soy amado gracias al Amado. Por lo tanto esta pequeña palabra, Padre, concebida enérgicamente en el corazón sobrepasa toda elocuencia de Demóstenes, Cicerón, y de los más elocuentes oradores que han existido en el mundo. Este asunto no se expresa con palabras, sino con gemidos. Estos gemidos no pueden ser expresados con ninguna palabra de elocuencia, pues ninguna lengua los puede expresar.[9]
La palabra “Abba” indica libertad, confianza, reconocimiento gozoso, respuesta dulce, gratitud irresistible, y confianza filial.[10]En esta palabra encontramos nuestro antídoto a la angustia. El Espíritu que hemos recibido, en vez de producir temor y esclavitud, nos ha hecho libres para clamar a Dios de la manera más íntima posible.
Mi parte favorita del día es cuando llego a casa después del trabajo para el deleite de mis cuatro hijos, que repetidamente dicen: “¡Papito! ¡Papito!” mientras me cubren de besos y abrazos. Tan simple e informal como es este saludo para ellos, es maravilloso y satisfactorio para mí. No dudo que nuestros clamores afectan a nuestro Padre celestial de una manera similar.
Sintiendo el Cuidado del Padre
En más de un punto en este libro hemos visto que la justificación es una realidad objetiva que no es afectada por el estado cambiante de nuestras emociones. Los sentimientos son una base deficiente para nuestra comunión con Dios, y lo emocional con frecuencia es contra productivo. Pero discutir contra los sentimientos y definir la fe solamente en términos de hechos y acciones es quitar el corazón del amor de Dios. Si las emociones son tan fáciles de reconocer y apreciar en las relaciones humanas, ¿por qué hemos de eliminarlas de nuestra relación con Dios?
Frutos 1. _______________
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Raíces 1. _______________
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4. _______________ 5. _______________Hay un elemento subjetivo en el conocimiento de Dios, y esto es a lo que Pablo se refiere en Romanos 8:16: “El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios.” El sentido interno de la presencia de Dios, el conocimiento emocional de su Espíritu amoroso es un fruto importante (aunque no una raíz) de la justificación. Creer de otro modo es algo sub-cristiano.
Una de las funciones más importantes del Espíritu Santo es bendecirnos con la seguridad de que en verdad somos hijos de Dios. Como dijo una vez el filósofo Blas Pascal: “El corazón tiene razones que la razón desconoce.”[11]
No es mi intención sugerir que uno debe convertirse en un místico para gozar de la experiencia del amor de Dios. De hecho, entre más conocimiento adquirimos sobre lo que dicen las Escrituras de la paternidad de Dios, más cuenta nos daremos de su continua presencia.
El hecho de que somos parte de la familia de Dios es algo maravilloso, aunque a primera vista quizás eso no sea evidente. Después de todo, la mayoría de nosotros nos criamos dentro de una familia y no lo apreciamos. Quizás fallamos en apreciar debidamente el alcance del amor de sacrificio de mamá y la provisión de papá. La gratitud no viene automáticamente. Lo triste es que si no aprendemos a ser agradecidos por estas bendiciones, llegamos a esperarlas como algo que nos merecemos. De la misma manera podemos dejar de apreciar la bondad de nuestro Padre. Aquí nos encontramos, huérfanos trasladados de los callejones más inmundos al palacio mismo del Rey, y con todo, nuestra tendencia es protestar y quejarnos. Cuán afortunados somos de tener un Padre cuyo amor es sobrepasado sólo por su paciencia.
Un breve recorrido a algunas de las muchas maneras en que nuestro Padre cuida de nosotros nos puede ayudar a apreciar de su amor más plenamente. Para comenzar, no pasemos por alto su cuidado providencial. Todos sabemos que El hace que caiga la lluvia tanto sobre el injusto como sobre el justo, pero eso no lo hace menos maravilloso. Detente y piensa en todas las cosas “comunes” que no apreciamos lo suficiente como el alimento, albergue, familia, y amigos. Estos regalos de un Padre amoroso no son con menos gracia que la profecía y las palabras de sabiduría.
El lenguaje es un poco arcaico, pero Sir Robert Grant capta muy bien la maravilla de la providencia de nuestro Padre en su himno titulado O Worship the King [Oh adorad al Rey]:
Tu abundante cuidado, ¿qué lengua puede recitar? Respira en el aire, brilla en la luz. Fluye de los montes, desciende a la pradera, Y dulcemente destila en el rocío y la lluvia.
Estas expresiones de la cariñosa consideración de nuestro Padre se merecen el uso de la poesía. ¡Y el meditar en esos beneficios tiene la gran ventaja de ponernos exactamente en nuestro lugar! No hay lugar para el orgullo cuando vemos cuán dependientes somos de la provisión providencial de nuestro Padre.
Los ingleses son gente de muchos títulos. Abundan los señores y las damas, los duques y los condes. Un título muy interesante es “Señor Protector”. El rey Edward era sólo un niño cuando heredó el trono de su padre, Henry VIII, así que le tocó al Señor Protector encargarse del joven rey como también de los asuntos del reino. Dios es nuestro Señor Protector. El se encarga de nuestros asuntos, para nuestro bien y nos protege de peligro efectivamente.
Por naturaleza soy una persona muy pacífica, no soy dado en lo absoluto al mal genio (excepto en el campo de golf). Pero he notado cierto coraje o enojo justo que se desata dentro de mí cuando algo amenaza a mi esposa y a mis hijos. Parece algo casi instintivo. Yo creo que Dios me lo ha dado, y aunque estoy seguro de que podría expresarlo pecaminosamente, no tiene que ser así – es para la protección de mi familia. Tener un Padre celestial que nos protege nos permite descansar en una confianza como la de un niño, tal como mi padre humano me sirvió de refugio durante una experiencia difícil hace varios años.
El primer embarazo de mi esposa terminó en la muerte del bebé antes de nacer. Fue un tiempo de mucho sufrimiento. Pero ninguno de nosotros estaba preparado para el peligro que siguió. Debido a que perdimos al bebé a la medianoche, el doctor nos dijo que fueramos al hospital temprano por la mañana. Clara sangraba profusamente, pero supusimos que eso era normal. . .hasta las 6:00 a.m., cuando se desmayó y entró a un estado de shock. Yo luchaba tratando de llamar a una ambulancia y al mismo tiempo cuidar de ella. Aunque por un tiempo fue cosa de vida o muerte, por fin la llevamos al hospital donde su condición se estabilizó. ¡Qué alivio!
• ¿Qué títulos usa David para referirse a Dios? (v. 1-2)
• ¿A quién llamó David cuando estaba en dificultad? (v. 3, 6)
• ¿Por qué Dios nos rescata? (v. 19)
Parte del trabajo de un pastor es manejar responsablemente los tiempos de crisis, así que durante toda la mañana me encargué de los formularios para internarla y otros detalles y mantuve bajo control mis emociones. Luego llegó el momento de hacer llamadas telefónicas para comunicar a los demás lo que había pasado. Todo iba bien hasta que llamé a mis padres y mi padre contestó el teléfono.
-Papá, perdimos al bebé. Clara perdió al bebé anoche.
-Ay, Rob, realmente siento mucho escuchar eso.
Cuando él pronunció esas pocas palabras, sencillas y sinceras, algo se desmoronó dentro de mí y rompí en llanto. Me sorprendí de la intensidad de mi éste y lo rápido que me había sobrevenido. Luego me di cuenta de que en la presencia de mi padre yo no tenía que estar a cargo. Estaba libre para soltar la emoción que se había acumulado dentro de mí. Podía ser su hijo. Bajo la sombra de protección de nuestro Padre celestial estamos libres de ser vulnerables y de expresar nuestras emociones más profundas. (¡Por supuesto también es cierto que si el llanto dura mucho tiempo, Papá te animará a que dejes de lloriquear y que sigas con tus asuntos!)
Hay una cantidad sin límite de mineral espiritual que podemos sacar de la mina que es la revelación de Dios como nuestro Padre. Y no importa cuántas cualidades divinas podamos ver en nuestros padres terrenales, están muy, muy lejos de ser como nuestro Padre celestial.
Contemplando el Futuro
¿Qué hizo que Dios nos diera el incomparable privilegio de pertenecer a su familia? Pablo contempla el pasado eterno para darnos una respuesta: “Dios nos escogió en El antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de El. En amor nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad” (Ef. 1:4-5). Fue el amor de Dios lo que trajo esta gran salvación. Ten la seguridad de que tu propio mérito individual (o falta del mismo) nunca fue un factor. Dios, en la maravilla de su amor, decidió adoptarte antes de la creación del mundo.
Qué gran consuelo es saber que el hecho de que Dios nos haya escogido no tuvo nada que ver con cuán atractivos, listos, o buenos seamos. Si así fuera el caso, ¡quizás se sentiría tentado a cambiarnos por un mejor modelo! No nos ganamos la adopción por medio de nuestras obras y no permanecemos en ella por obras. La adopción es un regalo de gracia que se originó en el corazón de Dios al comienzo del tiempo.
❏ El sonido de una trompeta
❏ Una venta “especial del rapto” de sepulturas usadas
❏ La resurrección de los muertos justos
❏ Casas, automóviles, y zapatos deportivos abandonados
❏ Una reunión en las nubes
❏ La 77ª edición (revisada y actualizada) de Por qué el Rapto tendrá lugar el. . .Contemplar la el pasado eterno provoca un fluir de gratitud, pero es igualmente emocionante contemplar el futuro eterno. Todavía nos queda por ver el cumplimiento de todo lo que conlleva la adopción. Pablo habla por todos los cristianos cuando expresa su gran anticipación del futuro: “También nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo” (Ro. 8:23).
A pesar de nuestro presente estado como hijos e hijas de Dios, nuestra adopción no será totalmente consumada hasta el día en que Dios redima, o resucite, nuestros cuerpos. En la iglesia, pocos temas han provocado tanta especulación y emoción como éste. Todos tenemos un deseo de comprender lo que nos espera al final de los tiempos. Aunque para la mente natural estas cosas están envueltas en misterio, las Escrituras nos dan los bosquejos generales de lo que podemos esperar que suceda.
La Biblia revela que hay tres etapas en la existencia del hombre. Primero está el estado natural, que abarca el tiempo desde nuestra concepción hasta la muerte física. El cuerpo y el alma se unen. Esta es la vida según la conocemos en el mundo presente. A pesar del hecho de que este estado involucra mucho temor y sufrimiento, unos cuantos nos apresuramos para entrar en la segunda etapa – el estado intermediario. Este período se extiende desde el momento de nuestra muerte hasta el regreso de Jesucristo y se caracteriza por una separación entre el cuerpo y el alma o espíritu (estoy usando las palabras intercambiadamente). La parte física de nosotros volverá al polvo mientras que la parte que no es material, el espíritu, “volverá a Dios, que es quien lo dio” (Ec. 12:7). El espíritu de todos los que han muerto en Cristo está actualmente con Cristo. No encontrarás mejor hogar que éste. Pablo, sabiendo que se enfrentaba con la verdadera posibilidad de la muerte, hizo muy claro el hecho de que el estado intermedio le parecía superior al natural: “Me siento presionado por dos posibilidades: deseo partir y estar con Cristo, que es muchísimo mejor” (Fil. 1:23).
Mientras colgaba de la Cruz, Jesús prometió al ladrón arrepentido que ese mismo día estaría con El en el paraíso (Lc 23:43). Una comparación de esto con 2 Corintios 12:1-4 muestra que “cielo,” “paraíso,” y “estar con Jesús” se refieren al mismo lugar. En este estado intermedio no estaremos inconscientes (“alma dormida”) ni tampoco prestaremos ningún servicio temporal en el purgatorio, las cuales no son doctrinas bíblicas. Seremos instantáneamente transformados a la imagen de Jesús, dando así por completa nuestra santificación. Ya no seremos acosados por la presencia del pecado. Lo mejor de todo es que gozaremos de comunión con el Señor sin interrupción. Eso es lo único que me interesa. Mientras esté con El, no tendré ninguna ansiedad sobre ningún detalle no resuelto.
Aunque este estado intermedio será grandioso, no es el estado final de nuestra existencia. Viene el momento cuando “sonará la trompeta y los muertos resucitarán con un cuerpo incorruptible, y nosotros seremos transformados” (1 Co. 15:52). Esto también se conoce como el estado glorificado y dará comienzo al regreso de nuestro Señor. Ese día los muertos serán resucitados y reunidos con su cuerpo glorificado. Una vez más es Pablo quien describe lo que traerá este día: “En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo. El transformará nuestro cuerpo corruptible para que sea como su cuerpo glorioso, mediante el poder con que somete a sí mismo todas las cosas” (Fil. 3:20-21).
El capítulo más largo de todas las epístolas de Pablo, 1 Corintios 15, se concentra casi exclusivamente en nuestra resurrección venidera. El escribió el capítulo en respuesta a ciertos miembros de la iglesia en Corinto que consideraban la resurrección algo inconcebible y no necesario. En caso de que tengamos alguna tendencia corintia, notemos los puntos sobresalientes de la instrucción de Pablo en este capítulo:
• La resurrección es esencial para el cristianismo. Si se quita la resurrección de Jesús, se quita la base para el perdón (v. 12-19).
❏ Tensión
❏ Demasiado peso
❏ Depresión
❏ Suspiros y tristezas
❏ Computadoras que no funcionan bien
❏ Impuestos
❏ Acné
❏ Temor
❏ Enfermedades y dolencias
❏ Confusión sobre la voluntad de Dios• Jesucristo es la primicia de los que resucitarán; su resurrección garantiza la resurrección de todos los que están en Cristo (v. 20-22).
• La muerte, nuestro último y peor enemigo, será vencida por medio de la resurrección. Porque Jesús murió y resucitó, El ya no está sujeto a la muerte. La misma realidad espera a los que son suyos. Aunque todos tenemos una aversión natural a la muerte, la Palabra de Dios, el ejemplo de Jesús, y la presencia del Espíritu Santo son suficientes para pastorearnos aún por ese oscuro valle tenebroso. En vez de devorar al cristiano, la muerte en sí es devorada por la victoria – la victoria de Jesucristo (v. 54-56).
• ¿Cómo serán estos glorificados cuerpos de resurección? Pablo dice que tendrán cierto parecido a nuestros cuerpos presentes pero que también se diferenciarán de maneras significativas. La relación entre una bellota y un roble puede servir como una buena metáfora para describir la diferencia. También podemos verla al estudiar las apariciones de Jesús después de su resurrección. Nuestro nuevo cuerpo será imperecedero, poderoso, glorioso, y de una naturaleza principalmente espiritual (v. 35-44).
Acaba con la Basura y el Estiércol
Tratar de cerrar este capítulo final me da una nueva apreciación por Pablo, cuyos largos tributos a la gracia y misericordia de Dios hicieron de las oraciones largas una forma de arte. ¿Dónde se puede parar? La doctrina de la justificación no tiene paralelo en su alcance y su belleza. No es coincidencia que los cuatro seres vivientes proclaman continuamente la santidad del Señor, y que con cada declaración los veinticuatro ancianos se postran en continua adoración ante el glorificado Cordero de Dios (Ap. 4:8-11).
La parábola de Jesús del banquete de bodas nos deja con la perfecta mezcla de celebración y sobriedad (Mt. 22:2-14). Quizás conoces muy bien la historia. Un rey daba una fiesta de bodas para su hijo, y mandó invitaciones por todo su reino. Pero cuando sus invitados de honor rechazaron su invitación, el rey se negó a cambiar sus planes. “Vayan al cruce de los caminos e inviten al banquete a todos los que encuentren”, dijo el rey. Pronto los salones estaban llenos. Estos invitados de clase baja no estaban acostumbrados a la etiqueta real, así que es probable que el rey los vistiera con ropas dignas para la ocasión.
En medio de la celebración el rey entró al salón para ver a sus invitados, y es aquí que encontramos el punto crítico de la parábola: “Notó que allí había un hombre que no estaba vestido con el traje de boda. ‘Amigo, ¿cómo entraste aquí sin el traje de boda?’ le dijo.”
Al tratar de comprender la indignación del rey, algunos han supuesto que era costumbre en los tiempos de Jesús que el anfitrión ofreciera a sus invitados ropas de boda, especialmente a los invitados de pocos medios. Este invitado mal vestido no era una víctima inocente de la pobreza; él obviamente había despreciado la generosa provisión de su anfitrión. El rey, sin dudarlo ordenó que fuera atado de pies y manos y echado a la oscuridad.
El Dios Todopoderoso nos ha recogido del cruce de los caminos y nos ha ofrecido un lugar en la fiesta de bodas de su Hijo. El nos ha dado mantos de justicia en lugar de nuestros trapos de inmundicia. Nos espera una tremenda, eterna celebración. Pero observemos el código de vestimenta. Las ropas cosidas a mano, sin importar con cuánta diligencia o esmero hayan sido confeccionadas, insultarán al Señor del banquete. Sólo el regalo gratuito de la justificación, la obra consumada de nuestro Señor Jesucristo, nos puede introducir al favor y a la presencia de Dios.
“Si yo tuviera toda la fe de los patriarcas”, dijo un santo del siglo diecinueve, “todo el celo de los profetas, y todas las buenas obras de los apóstoles, todo el santo sufrimiento de los mártires, y toda la resplandeciente devoción de los serafines; yo lo desecharía todo, en punto de dependencia, y lo consideraría basura y estiércol, al ponerlo en competencia con la muerte infinitamente preciosa, y la justicia infinitamente digna del Señor Jesucristo.”[16] Salvos de la ira de Dios y justificados por su gracia, sólo hemos comenzado a comprender la magnitud de esta gran salvación. Pero todavía tenemos un poco de tiempo. De hecho es una eternidad, aunque aun eso quizás no sea suficiente.
Discusión en Grupo
1. ¿Cuál es el mejor recuerdo que tienes de tu padre?
2. Habla de la “angustia” que describe el autor en la página 78. ¿Cómo se expresa esto en los que no han sido justificados en Cristo?
3. Habla de tu reacción a la historia sobre la adopción de René en las páginas 78-79.
4. Escribe tres adjetivos que te vienen a la mente cuando oyes la palabra “juez”. ¿Qué de la palabra “Padre”?
5. ¿Has tenido alguna experiencia con tu padre humano que te hace difícil el acercarte a tu Padre celestial?
6. “Qué gran consuelo es saber que el hecho de que Dios nos haya escogido no tuvo nada que ver con cuán atractivos, listos, o buenos seamos”, escribe el autor (página 84). Entonces, ¿qué fue lo que lo motivó para adoptarnos?
7. ¿Hay algo que te haría sentir incómodo al llamar a Dios “Papi” en tus oraciones?
8. ¿Cómo cuidó de ti tu Padre celestial la semana pasada?
9. ¿Cuál de los siguientes expresa mejor tu esperanza de gloria futura? A.) ¡No puedo esperar! B.) Me parece bueno. C.) No estoy listo. D.) ¿Un vuelo de ida a dónde?
10. Lee en voz alta Hebreos 11:13-16. ¿Qué caracterizaba a los individuos que se mencionan aquí? ¿Cómo podemos nosotros desarrollar un deseo parecido?
Lectura Recomendada
Inmortality por Loraine Boettner (Phillipsburg, NJ: Presbyterian and Reformed Publishing Company, 1984)
The Bible on the Life Hereafter por William Hendriksen (Grand Rapids, MI: Baker Book House, 1987)
The Atonement por Leon Morris (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1984)
The Glory of Christ por Peter Lewis (Chicago, IL: Moody Press, 1997)
Referencias
- ↑ Edmund P. Clowney, Preaching and Biblical Theology (Phillipsburg, NJ: Presbyterian and Reformed Publishing Company, 1961), p. 15.
- ↑ Gordon R. Lewis, Confronting the Cults (Grand Rapids, MI: Baker Book House, 1966), p. 25.
- ↑ J.I. Packer, Knowing God (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1973), p. 181.
- ↑ Ibid.
- ↑ W. v. Martitz, Theological Dictionary of the New Testament, Vol. VIII, G. Kittle and G. Friedrich, Eds. (Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1972), p. 398.
- ↑ William Hendrikson, New Testament Commentary, Romans - Chapters 1–8 (Grand Rapids, MI: Baker Book House, 1980), p. 259.
- ↑ Ibid.
- ↑ Ibid.
- ↑ F.F. Bruce, Tyndale New Testament Commentary, Romans (Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1963), pp. 166–67.
- ↑ William Hendrikson, Romans Commentary, p. 258.
- ↑ D. Martyn Lloyd-Jones, Romans: An Exposition of Chapter 8:5-17 (Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House, 1974), p. 243.
- ↑ J.I. Packer, Knowing God, p. 188.
- ↑ William S. Plumer, The Grace of Christ (Philadelphia, PA: Presbyterian Board of Publication, 1853), p. 266.
- ↑ Loraine Boettner, Immortality (Phillipsburg, NJ: Presbyterian and Reformed Publishing House, 1956, 1984), p. 59.
- ↑ William Plumer, The Grace of Christ, p. 404.
- ↑ Ibid., p. 236–37.