A Call for Courage on Biblical Manhood and Womanhood/es
From Gospel Translations
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Las líneas de la controversia en la Cristiandad contemporánea oscilan entre un vasto terreno de temas, pero ninguno parece ser tan volátil como la cuestión del sexo. Como cristianos hemos estado pensando esto una y otra vez durante los años recientes, un claro modelo de divergencia ha aparecido. En el pico del debate, existe algo más importante que la cuestión del sexo, ya que esta controversia alcanza las cuestiones más profundas de la identidad y la autoridad bíblica cristiana.
Durante demasiado tiempo, aquellos que sostuvieron las interpretaciones tradicionales de la hombría y la femineidad, se arraigaron profundamente tanto de las Escrituras como de la tradición, habiéndose permitido ser “empujados” a una postura defensiva. Dado el espíritu prevaleciente de la edad y la enorme presión cultural hacia la conformidad, actualmente los tradicionalistas están siendo acusados de estar deplorablemente fuera de foco y desesperanzadamente fuera de tiempo. Ahora es un buen momento para reconsiderar los temas sobre la base de este debate y reasegurar los argumentos relativos a la hombría y femineidad bíblicas.
La cuestión más básica de esta controversia se reduce a lo siguiente: ¿Ha Dios creado a los seres humanos como hombre y mujer con una revelada intención respecto a cómo nos relacionamos uno con el otro? El mundo secular se encuentra actualmente profundamente comprometido a la confusión respecto a estos temas. Negando al Creador, el punto de vista del mundo entiende que el sexo no es más que un producto derivado accidental del ciego proceso de evolución. Por lo tanto, el sexo se reduce a nada más que a la biología, tal como las feministas famosamente han argumentado, la biología no es destino.
Esta rebelión radical contra el modelo del sexo designado divinamente a alcanzado actualmente los límites externos de la imaginación. Si el sexo no es más que un accidente biológico, y si los seres humanos no están por lo tanto moralmente obligados a tomar su sexo en forma significativa, entonces los teoriotas radicales del sexo y los avocados a los derechos homosexuales están, después de todo, en lo correcto. Ya que, si el sexo es meramente incidental respecto a nuestra humanidad básica, entonces debemos ser libres de poder hacer cualquier ajuste, alteración o transformación respecto a las relaciones sexuales que cualquier generación pudiere desear o exigir.
El punto de vista mundano post-moderno abarca la noción de sexo como una interpretación social. Es decir, los post-modernistas argumentan que nuestras nociones de lo que significa ser hombre y mujer se deben enteramente a lo que la sociedad ha construido como sus teorías de masculinidad y feminidad. Por supuesto que la construcción social de toda la verdad es central para la mente post-modernista, pero cuando el tema trata del sexo, los argumentos se tornan más volátiles. El feminismo se reduce al reclamo relativo a que las fuerzas patriarcales en la sociedad han definido a hombres y mujeres de modo tal que todas las diferencias atribuidas a las mujeres representan esfuerzos por parte de los hombres para proteger su posición de privilegio.
Por supuesto, la penetración de esta teoría explica por qué el feminismo radical debe necesariamente unirse a la agenda homosexual. Ya que, si el sexo es socialmente construido, y por lo tanto, las diferencias entre hombres y mujeres no son más que una convención social, luego la heterosexualidad se torna nada más que una forma culturalmente privilegiada de sexualidad. La utopía prevista por las feministas ideológicas seria un mundo libre de toda preocupación respecto al sexo – un mundo donde la masculinidad y la femineidad se borran como nociones anticuadas, y una era en la cual las categorías de hombre y mujer son maleables y negociables. Desde el punto de vista del post-modernismo, todas las estructuras son plásticas y todos los principios, líquidos.
La influencia de eras anteriores nos ha moldeado para creer que los hombres y las mujeres son distintos de maneras significativas, pero nuestra era recientemente liberada nos promete liberarnos de dichas mal concepciones y dirigirnos hacia una nuevo mundo de conciencia de sexo transformada. Tal como una vez lo reflejó Elizabeth Elliot, “A través de los milenios de la historia humana, hasta hace alrededor de dos décadas, la gente ha tomado por sentado que las diferencias entre hombres y mujeres eran tan obvias que no necesitaban comentario alguno. Aceptaban las cosas tal cual eran.
Pero, nuestras fáciles suposiciones han sido asediadas y confundidas, de modo tal que hemos perdido nuestros conceptos en una niebla de retórica acerca de algo denominado igualdad, de modo tal que me encuentro a mí mismo en la incómoda posición de tener que tener que atacar verbalmente con criticismo a la gente educada lo que alguna vez fue perfectamente obvio para el campesino más sencillo”. En respuesta a ello, los tradicionalistas seculares argumentan que la experiencia histórica de la raza humana afirma distinciones importantes entre hombres y mujeres y diferentes roles para ambos sexos tanto en la familia como la sociedad. Los tradicionalistas seculares tienen su propia historia y su reclamo respecto a la autoridad está arraigado en la sabiduría acumulada de las eras. Respecto a la evidencia, estos tradicionalistas señalarían el modelo consistente del matrimonio heterosexual entre culturas y la realidad histórica innegable respecto a que los hombres han predominado en posiciones de liderazgo y que los roles de las mujeres han estado mayormente alrededor del hogar, los hijos y la familia. De este modo, estos tradicionalistas advierten que el feminismo representa una amenaza respecto al orden social y que la conciencia transformada de los sexos que las feministas exigen conduciría a la anarquía social. Claramente, los tradicionalistas entran el debate con un argumento fuerte. Ellos poseen historia y debemos reconocer que la experiencia histórica de la raza humana no es insignificante. Algunas de las pensadoras feministas más honestas admiten que su verdadero objetivo es el de revertir su modelo histórico y mucha de su escolástica está dirigida a identificar y ejercer este modelo patriarcal en el futuro. El problema con el tradicionalista secular es que su argumento es, al final, esencialmente secular. Su argumento se reduce a reclamar que la sabiduría heredada de la experiencia humana apunta a un deber y a un imperativo moral que debería informar al presente y al futuro. Finalmente, este argumento, aunque poderoso y aparentemente significativo, falla respecto a la persuasión. Los individuos modernos han sido entrenados desde la cuna para creer que toda generación se renueva a sí misma y que el pasado es realmente pasado. Esta ética moderna de liberación, actualmente tan profundamente y absolutamente encastrada en la mente moderna, sugiere que las tradiciones del pasado pueden verdaderamente ser una prisión de la cual la generación actual debería exigir la liberación. Aquí es cuando los tradicionalistas bíblicos deben ingresar al debate con vigor. Compartimos mucho en comun el terreno del argumento de los tradicionalistas seculares. Los tradicionalistas bíblicos afirman que la experiencia histórica de la humanidad debería ser informativa del presente. También afirmamos que el modelo de roles distintos entre hombres y mujeres, combinado con la centralidad de la familia natural, presenta un argumento imperativo que debería ser comprendido como descriptivo y prescripto. No obstante, el argumento fundamental del tradicionalista bíblico va más allá de la historia.
En esta era de desenfrenada confusión, debemos volver a capturar el concepto bíblico de hombría y feminidad. Nuestra autoridad debe ser nada más que la Palabra revelada de Dios. Bajo estas circunstancias, el modelo de la historia afirma que la Biblia incuestionablemente revela que Dios ha creado a los seres humanos a Su imagen como hombre y mujer, y que el Creador ha revelado su gloria en ambas similitudes y diferencias por las cuales establece a los seres humanos como hombre y mujer.
Confrontada por la evidencia bíblica, debemos tomar una decisión interpretativa vitalmente importante. Debemos elegir entre dos opciones inevitables: si la Biblia se afirma como la inequívoca e infalible Palabra de Dios y por lo tanto presenta una visión comprensiva de la humanidad verdadera tanto en unidad como en diversidad, o si debemos clamar que la Biblia está, en un grado u otro, comprometida y alabeada por una parcialidad dominada por el hombre y patriarcal que debe superarse en nombre de la humanidad. Para los tradicionalistas bíblicos, la opción es clara. Entendemos que la Biblia presenta un hermoso retrato del complemento entre los sexos, y que ambos, hombres y mujeres deben reflejar la gloria de Dios de un modo diferente.
Así, existen distinciones muy reales que marcan la diferencia entre la masculinidad y la femineidad, hombres y mujeres. Sobre la base de la autoridad bíblica, debemos criticar tanto el presente como el pasado cuando el modelo bíblico ha sido comprometido o negado. Del mismo modo, debemos apuntar a nosotros mismos, nuestras iglesias y nuestros hijos hacia el futuro, afirmando la gloria de Dios respecto a nuestra respuesta a la obediencia o a la desobediencia de Su diseño. Durante demasiado tiempo, aquellos que sostienen un modelo bíblico de distinciones de sexo se han permitido ser silenciados, marginados e intimidados cuando se les confronta con los teoriotas del nuevo sexo. Ahora es el momento de volver a capturar la culmine, de forzar las preguntas y de mostrar a esta generación el diseño de Dios en el concepto bíblico de la masculinidad y la feminidad. La gloria de Dios se muestra al mundo en el complemento entre el hombre y la mujer. Este desafío crucial es una convocatoria a la negligencia cristiana del momento.