Thoughts for Young Men/General Counsels to Young Men/es

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Revision as of 21:29, 15 July 2009 by Kathyyee (Talk | contribs)
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En tercer lugar, deseo dar algunos consejos generales a los jóvenes.

1. Trata de adquirir una visión clara de la maldad del pecado.

Joven, si supieras qué es el pecado, y lo que el pecado ha hecho, no pensarías que la manera como te exhorto es extraña. No lo ves como verdaderamente es, tus ojos están naturalmente ciegos a su culpa y peligro, y por lo tanto no entiendes por qué insisto tanto con-tigo. ¡Oh, no dejes que el diablo consiga persuadirte que el pecado es algo sin importancia!

Piensa por un momento lo que la Biblia dice acerca del pecado: cómo mora naturalmente en el corazón de todo hombre y mujer ( Eclesiastés 7:20 y Romanos 3:23), cómo contamina nuestros pensamientos, palabras y acciones, y lo hace continuamente (Génesis 6:5; Mateo 15:19), cómo nos hace culpables a todos y abominables a los ojos de un Dios santo (Isaías 64:6; Habacuc 1:13), cómo nos deja totalmente sin esperanza de salvación, si tratamos de hacerlo por nuestra propia cuenta (Salmo 143:2; Romanos 3:20), cómo el fruto en este mundo es la vergüenza, y su paga en el mundo venidero es la muerte (Romanos 6:21, 23). Piensa calmadamente en todo esto. Te digo este día, no es más triste estar muriendo de tuberculosis y no saberlo, que ser un hombre vivo, y no saberlo.

Piensa qué terrible cambio ha obrado el pecado en la naturaleza de todos nosotros. El hombre ya no es lo que era cuando Dios lo formó del polvo de la tierra. Salió de la mano del Dios recto y sin pecado (Eclesiastés 7:29). En el día de su creación, como todo lo demás, “era bueno” (Génesis 1:31). ¿Y que es el hombre hoy? Una criatura caída, en ruina, un ser que muestra las marcas de corrup-ción por todos lados, con su corazón como el de Nabucodonosor, degradado y mundano, mirando hacia abajo y no hacia arriba, sus afectos como una casa desordenada, sin señor, llena de extravagancia y confusión, su entendimiento como una lámpara que se ha aflo-jado de su casquillo, impotente para guiar, sin distinguir el bien del mal, su voluntad como un barco sin timón, llevado de aquí y para allá por toda suerte de deseos, y constante únicamente en escoger cualquier camino menos el de Dios. ¡Ay, qué ruina es el hombre, comparado a lo que hubiera podido ser! Muy bien entenderemos comparaciones como ceguedad, sordera, enfermedad, sueño, muerte, cuando el Espíritu nos muestra lo que es el hombre. Y, recuerda, el hombre es como es, porque el pecado lo hizo así.

Piensa también, lo que costó la expiación del pecado y proveer un perdón para los pecadores. El Hijo de Dios tuvo que venir al mundo y tomar nuestra naturaleza, para poder pagar el precio de nuestra redención y librarnos de la maldición de una ley quebrantada. Aquel que era en el principio con el Padre, y por quien todas las cosas fueron hechas, debía sufrir por el pecado, el Justo por el injusto debía morir la muerte del malhechor, antes de que cualquier camino al cielo pudiera ser abierto a cualquier alma. Mira al Señor Jesu-cristo rechazado y despreciado de los hombres, azotado, injuriado e insultado; obsérvalo sangrando en la Cruz del Calvario; oye su grito de agonía, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Fíjate cómo el sol se oscureció, y las rocas se partieron al ver-lo; y luego considera, joven, cuánta es la maldad y la culpabilidad del pecado.

También piensa en lo que ha hecho el pecado ya sobre la tierra. Piensa en cómo echó del Edén a Adán y Eva, fue el motivo del diluvio que arrasó con el mundo de la antigüedad, causó que descendiera fuego sobre Sodoma y Gomorra, ahogó las huestes del fa-raón en el Mar Rojo, destruyó las siete naciones malvadas de Canaán y esparció las doce tribus de Israel sobre toda la faz de la tierra. El pecado solo causó todo esto.

Piensa, además, en todo el sufrimiento y el dolor que el pecado ha causado, y sigue causando hasta el día de hoy. Dolor, enfer-medades y muertes, contiendas, pleitos y divisiones, envidia, celos y malicia, engaños, fraudes y estafas, violencia, opresión y robos, egoísmo, crueldad e ingratitud; todos estos son frutos del pecado. El pecado es el padre de todos ellos. El pecado es lo que ha amarga-do y echado a perder el rostro de la creación de Dios.

Joven, considera estas cosas, y te darás cuenta por qué predicamos como lo hacemos. De seguro que sin tan sólo pensaras en ellas, romperías con el pecado para siempre, ¿Jugarías con veneno? ¿Bromearías con el infierno? ¿Tomarías una braza encendida en tus manos? ¿Protegerías a tu enemigo mortal en tu seno? ¿Seguirías viviendo como si no te importara para nada si tus pecados son perdo-nados o no, o si el pecado tiene dominio sobre ti, o tú sobre el pecado? ¡Por favor, despierta y siente la pecaminosidad del pecado y su peligro! Recuerda las palabras de Salomón “Los necios,” nadie más que los necios “se mofan del pecado” (Proverbios 14:9).

Escucha, pues, lo que te pido este día: Ora a Dios pidiéndole que te enseñe la verdadera maldad del pecado. Si quieres salvar tu alma, levántate y ora.

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