How Can I Change?/Caught in the Gap Trap/es
From Gospel Translations
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Era domingo por la mañana. Yo acababa de enseñar sobre la ira, y quería dar al Espíritu Santo la oportunidad de obrar en el corazón de los presentes. Pero yo no podía haber anticipado la reacción.
Casi veinte humildes santos pasaron al frente del auditorio-un grupo grande para una iglesia del tamaño de la nuestra. Pero no fue el número lo que captó mi atención. Fueron las personas. ¡Diecinueve de los veinte eran madres de niños pequeños! (La ira es un peligro de la ocupación, según la mayoría de las madres que he conocido.)
Como su pastor, yo sabía que todas estas mujeres eran cristianas serias y dedicadas al Señor. Lo que hizo que pasaran al frente era su intensa frustración al encontrarse atrapadas en la brecha-una brecha entre el modelo bíblico para el control de sí mismas y su propio fracaso en vivir según ese modelo.
Ya sea que el problema es la ira, el temor, la preocupación o algo tan común como la pereza, todos hemos experimentado esa brecha entre lo que somos y lo que debemos ser. La Biblia dice que somos nuevas creaciones, victoriosos, vencedores. Y no somos sólo vencedores-somos más que vencedores (Ro 8:37). A veces hasta nos sentimos así. Pero la mayoría de las veces se nos hace difícil ver más allá de nuestras limitaciones y perpetuos fracasos. Y siempre parece ser durante estos tiempos de la vida que Mateo 5:48 surge en nuestro plan de lectura bíblica: “Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto”.
En silencio suspiramos y pensamos, Nunca sucederá.
Yo llamo a este estado de mente la “trampa de la brecha”. Así es como funciona: Como cristianos todos tenemos cierto conocimiento sobre lo que Dios espera de nosotros. Pero logramos menos de lo que sabemos que debemos estar logrando. Luego entonces existe una brecha entre lo que sabemos que se nos exige y nuestro comportamiento en sí. Si la distancia entre lo que sabemos y lo que estamos viviendo se hace demasiado grande, correctamente se nos puede llamar hipócritas.
— Jay Adams
Esta brecha es un hecho de la vida cristiana. Para la mayoría de nosotros, no es necesario que nadie nos diga cuáles son nuestras inconsistencias-estamos perfectamente concientes de ellas. Esa conciencia debe servir para mantenernos humildes y dependientes de Dios para triunfar. Pero la trampa con frecuencia nos la tiende nuestra ignorancia de la doctrina de la santificación. En vez de reconocer que la brecha existe para instarnos hacia adelante en fervorosa confianza en Cristo, permitimos que nos condene y que detenga nuestro progreso hacia adelante. Somos atrapados a creer que simplemente somos perdedores, fracasos, que no servimos para nada...y que quizás ni tan siquiera somos cristianos. Algunos hasta pasan a la inactividad o a la desobediencia. Los que son atrapados en esta trampa (y, hasta cierto punto, todos lo somos) innecesariamente padecen de desánimo.
Como pastor, una de mis mayores responsabilidades es ayudar a los individuos a salir de la trampa de la brecha. Con frecuencia me encuentro diciendo a la gente, “No será instante, y le exigirá serio esfuerzo, pero salir de la trampa de la brecha no es complicado. Y créame, valdrá la pena.”
Quizás tú te has encontrado en la trampa de la brecha. Quizás estés ahí ahora mismo. Si así es, tenemos confianza de que este libro puede ayudarte a cerrar la brecha entre lo que debes ser en Cristo y lo que eres en la práctica.
¿Puedes imaginarte una vida en la que rompes los hábitos pecaminosos y haces verdadero progreso en la santidad? Esa vida es posible. Y este libro está escrito para ayudarte y animarte cuando hagas tuya esa vida.
Contents |
Entre “Ahora” y “Todavía no”
Sin duda, una de las cosas más frustrantes de la vida cristiana es la aparente contradicción entre lo que Dios espera que seamos y lo que nosotros, por experiencia, sabemos que somos. Observa a los corintios, por ejemplo. En un punto Pablo les asegura, “ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios” (1Co 6:11). Parece un caso cerrado, ¿no? Hasta que leemos la segunda carta de Pablo a esta iglesia, en la que parece decir casi lo opuesto: “Purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación” (2Co 7:1).
Espero que los corintios estuvieran un tanto confusos. ¿Estaban santificados...o contaminados? En realidad, estaban santificados y contaminados, y así estamos nosotros. Para poder explicar eso, permíteme llevarte brevemente por una tangente.
El reino de Dios es tanto “ahora” como “todavía no”. Está presente en ciertos respectos y es futuro en otros. Nuestro Señor vino proclamando y demostrando que el reino (o dominio) de Dios había cruzado la historia humana: “Pero si expulso a los demonios con el poder de Dios, eso significa que ha llegado a ustedes el reino de Dios” (Lu 11:20). Sin embargo, el reino de Dios todavía no ha llegado en su plenitud. Eso no sucederá hasta que Jesús regrese en poder, cuando toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Él es Señor. Hasta entonces, sin negar la presente realidad del reino de Dios, oramos fervorosos, “Venga tu reino” (Mt 6:10).
En este respecto, el reino de Dios paralela bastante nuestra vida individual. Dios, por medio de la maravillosa obra de justificación, nos ha declarado justos. Nuestra posición legal ante Él ha cambiado. Ese asunto ha sido arreglado una vez y por todas en la corte del cielo. Pero, en este lado del cielo, nuestra transformación interna es un proyecto en progreso. El proceso de santificación me mantiene ocupado personalmente como cristiano, y también me da suficiente trabajo como pastor.
De modo que ¿tenemos victoria en Jesús o no? ¿Somos vencedores, o somos vencidos? Oscar Cullman sugiere una analogía de la Segunda Guerra Mundial que creo que nos puede ayudar a comprender esta aparente contradicción.[2]
La historia nos cuenta de dos días importantes hacia el final de la II Guerra Mundial: D-Day (Día D) y VE-Day (Día VE). El D-Day tuvo lugar el 6 de junio de 1944 cuando las fuerzas Aliadas desembarcaron en las playas de Normandía, Francia. Este fue el punto decisivo en la guerra; una vez se llevó a cabo con éxito esta desembarco, la suerte de Hitler se selló. La guerra esencialmente había terminado. Pero la victoria total en Europa (VE-Day) no ocurrió sino hasta el 7 de mayo de 1945 cuando las fuerzas alemanas se rindieron en Berlín. Este intervalo de once meses se recuerda como uno de los períodos más sangrientos de la guerra. Se pelearon batallas campales por toda Francia, Bélgica, y Alemania. Aunque el enemigo había sido herido mortalmente, no sucumbió inmediatamente.
- John Piper
La cruz fue nuestro D-Day. Ahí el Señor Jesucristo murió para romper las cadenas del pecado de su pueblo. Por su muerte y resurrección somos justificados. Pero la victoria final espera el regreso de Cristo. No hay duda de cuál será el resultado de las cosas. Pero todavía nos encontraremos envueltos en escaramuzas y batallas hasta que el Señor aparezca en gloria para derrotar para siempre las fuerzas de las tinieblas.
Esta distinción, si se mantiene en mente, nos puede evitar mucho desánimo. La batalla todavía sigue atroz, pero la guerra ya se ganó. Una conciencia de la obra acabada de Cristo a nuestro favor es esencial para levantar el ánimo mientras buscamos la santificación. Debemos estudiar y meditar en la gran doctrina de la santificación hasta que penetre profundamente en nuestra conciencia.
¿Alguien quiere Listerine?
Aunque estamos totalmente justificados en Cristo (D-Day), de ninguna manera estamos totalmente santificados (VE-Day). Algunos no han comprendido esto.
El maestro de la Biblia Ern Baxter cuenta de un incidente que ocurrió durante el Avivamiento de la lluvia al final de los 1940. Había surgido una herética enseñanza llamada “Los manifiestos hijos de Dios”. Esencialmente era una doctrina que prometía total santificación en esta vida. En su forma más extrema, incluía la creencia de que una élite espiritual recibiría cuerpos glorificados antes del regreso de Cristo.
Al final de una reunión en la que Baxter predicaba, varios hijos (e hijas) manifiestos aparecieron atrás del auditorio vestidos con túnicas blancas. Cuando terminó de predicar se deslizaron por el pasillo hasta el frente de la iglesia y comenzaron a tratar de hacer discípulos para su doctrina de absoluta perfección. Según él relata la historia, “La señora que era su líder tenía seria necesidad de usar Listerine. Esa no es la clase de perfección a la que yo añoro.”[4]
Más común que el escenario de Ern Baxter son las situaciones que resultan de un concepto superficial, sencillo de lo que es la santificación.
❏Nunca conducir ni siquiera una milla sobre el límite de velocidad
❏Hablar con afecto y bondad a todo vendedor que llame por teléfono
❏Evitar todas las calorías innecesarias
❏Nunca usar el botón del despertador para dormir un poquito más
❏Siempre pagar los impuestos sobre ingresos con alegríaCuando yo era recién convertido, conocí a un joven llamado Greg, un admitido ladrón y drogadicto que al parecer se había convertido cuando estaba en la prisión. Se comportaba con audaz certeza y caminaba con un ligero contoneo. Más de una vez me dijo cómo había sido “salvado, santificado, y lleno con el Espíritu Santo.”
Según él lo describía, todo parecía tan sencillo. Un día, cuando era recién convertido, se montó en un tren, y cuando se bajó horas después había tenido lo que él llamaba una “experiencia santificadora”. Me aseguró que una experiencia así era un preludio necesario para recibir el bautismo en el Espíritu Santo, y que una vez eso sucediera, uno estaba listo.
Debo admitir que había ciertas cosas de Greg que decían que quizás no estaba muy santificado. Tenía una tendencia a pasar juicio y una actitud farisaica. Podía ser imperioso y rencoroso. Recuerdo su indignada expresión cuando un amigo sin darse cuenta puso algo sobre su Biblia: “¡Oye, disculpa, pero esa es la Palabra de Dios!” Con todo, él sí que podía citar la Biblia, y parecía entender su asunto de la santificación.
Qué impresión más desagradable me causó cuando Greg volvió a vender y a usar drogas fuertes.
Los problemas de Greg incluían un incompleto, y por lo tanto incorrecto, entendimiento de la enseñanza de la Biblia sobre la santificación. Él había hecho lo que muchos hacen al enfocarse sólo en las citas bíblicas favoritas que parecen validar su experiencia personal.
— Adrian Rogers
La santificación es tanto definitiva (que ocurre en el momento de la conversión) como progresiva. No sucedió todo en una sola experiencia en el pasado, ni tampoco se debe considerar como algo que sólo sucede por grados. Fuimos cambiados y estamos cambiando. Sin amenguar el entusiasmo de nuestro exitoso desembarque en Normandía, seamos sobrios y realistas cuando asesoramos la oposición que se encuentra entre nosotros y Berlín. No tenemos la opción de subirnos al tren de la santificación, como Greg decía haberlo hecho. Va a ser una batalla a cada paso del camino.
Vale la Pena el Trabajo
Para muchos, “santificación” es otra de esas largas palabras teológicas que se oyen con frecuencia pero que raramente se entienden. Suena erudita e impráctica. Sin embargo es intensamente práctica. La doctrina de la santificación contesta las preguntas que ha hecho casi todo cristiano en la historia de la iglesia:
¿Cómo cambio?
¿Cómo crezco?
¿Cómo me hago como Cristo?
¿Cómo salgo de la trampa de la brecha?
Cualquier cosa que pueda contestar esas preguntas vale la pena cierto esfuerzo. El Apéndice A (página ) muestra cómo diversas ramas de la Iglesia han manejado este asunto en el pasado, pero veamos lo que podemos aprender sobre esta esencial doctrina según se aplica a nosotros hoy.
— J.C. Ryle
El significado bíblico de la palabra santificar es “apartar; consagrar”. Puede aplicarse a una persona, lugar, ocasión, u objeto. Cuando algo es santificado, es que se ha separado del uso común y se ha dedicado a un uso especial. Por ejemplo, en los tiempos de Moisés el Día de la Expiación era apartado (santificado) a un Dios santo. Ese día se convirtió en un día santo. Una cosa santificada no se hace santa simplemente por ser apartada; deriva su santidad de aquello a lo que ha sido dedicada. Porque sólo Dios es santo, solamente Él puede impartir santidad.
Teológicamente la palabra “santificación” ha sido usada para describir el proceso por el que pasa el creyente a medida que el Espíritu de Dios obra en él para hacerlo como Cristo. El proceso comienza en el momento en que nacemos de nuevo y sigue mientras vivamos. Está marcado por el conflicto diario a medida que nos apropiamos de la gracia y la fortaleza de Dios para vencer el pecado que está en nosotros.
Ten en mente que la culpa del pecado ya ha sido quitada por medio de la justificación, como lo explica Anthony Hoekema: la santificación quita la contaminación del pecado:
Al decir culpa queremos decir el estado de merecer condenación o de merecer castigo porque la ley de Dios ha sido violada. En la justificación, que es un acto declarativo de Dios, la culpa de nuestro pecado es removida a base de la obra expiatoria de Jesucristo. Sin embargo, al decir contaminación queremos decir la corrupción de nuestra naturaleza que es el resultado del pecado y que, a su vez, produce más pecado. Como resultado de la caída de nuestros primeros padres, todos nacemos en un estado de corrupción; los pecados que cometemos no sólo son producto de esa corrupción sino que también añaden a ella. En la santificación la contaminación del pecado está en el proceso de ser removida (aunque no será totalmente removida hasta la vida que está por venir)[7]
La Biblia también describe la santificación como crecimiento en santidad. Por santidad me refiero a una devoción a Dios y el carácter que resulta de esa devoción. La santidad incluye amor y deseo de Dios[8] También incluye el temor de Dios, que John Murray ha llamado “el alma de la santidad”.[9] Habiendo sido liberado del temor del tormento eterno, el cristiano teme a Dios al enfocarse no en su ira sino en su “majestad, santidad y transcendente gloria...”[10] 10 El temor del Señor tiene en el corazón un efecto purificante y es una precondición para la intimidad con Dios.
La santidad tiene que ver con más que moralidad y celo. Surge de una unión con Cristo y una pasión por darle honra. Una persona santa quiere ser como su Señor para darle placer a Él. Quiere sentir lo que Dios siente, pensar como Él piensa, y hacer su voluntad. En pocas palabras, desea tomar para sí el carácter de Dios para que Dios pueda ser glorificado. Ninguna empresa es más de digna de nuestro esfuerzo durante toda la vida: “Pues aunque el ejercicio físico trae algún provecho, la piedad (santidad) es útil para todo, ya que incluye una promesa no sólo para la vida presente sino también para la venidera. (1Ti 4:8).
Tanto Dios como el hombre tienen lugares clave en la obra por gracia de la santificación. Él, por su admirable gracia, inicia nuestra salvación e imparte el deseo y el poder para vencer el pecado. Al responder a y confiar en su gracia, nosotros a nuestra vez obedecemos el mandamiento bíblico que dice “lleven a cabo su salvación con temor y temblor, pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad” (Fil 2:12-13).
— J.I. Packer
El Nuevo Testamento fija un curso para vivir en santidad que es un campo medio (en realidad un campo más alto) entre el legalismo por un lado y el libertinaje por otro. Esas tradiciones de la iglesia que han puesto demasiado énfasis en la obra de Dios dentro de nosotros sin esperar que esa obra resulte en un creciente deseo de santidad, se apartan del camino hacia el libertinaje. “Como les he dicho a menudo, y ahora lo repito hasta con lágrimas, muchos se comportan como enemigos de la cruz de Cristo. Su destino es la destrucción, adoran al dios de sus propios deseos y se enorgullecen de lo que es su vergüenza. Sólo piensan en lo terrenal” (Fil 3:18-19). Por otro lado, hay aquellos que han enfatizado tanto la parte del hombre, que elevan la técnica sobre la verdad de Dios y acaban en legalismo. (Por supuesto que hay variados grados de estas derivaciones.)
Cómo Obtener la Perfección
Una pregunta común que oigo a los cristianos hacer es, “¿Hasta dónde puedo esperar que llegue este proceso de santificación? ¿Algún día estaré completamente libre del pecado?” Es una pregunta que se hace especialmente relevante cuando leemos una declaración como la de Pablo a la iglesia de los filipenses: “Así que, ¡escuchen los perfectos! Todos debemos tener este modo de pensar. Y si en algo piensan en forma diferente, Dios les hará ver esto también” (Fil 3:15). Jesús lo dijo aún más enfáticamente en un versículo citado anteriormente: “Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5:48).
(Las respuestas se encuentran cabeza abajo en la parte inferior de la página 9)
•La palabra “santificar” quiere decir “destrozar; profanar”.V F
•La santificación comienza en el momento en que uno nace de nuevo y sigue mientras vive.V F
•La culpa de nuestro pecado ha sido removida por la justificación.V F
•La santidad se refiere exclusivamente a la moralidad y celo de la persona.V F
•Dios tiene toda la responsabilidad de nuestra santificación.V F¿En realidad espera Dios que logremos la perfección?
El anhelo por la perfección ha inspirado a muchos a seguir a Dios. A través de la historia humana poetas y filósofos han expresado el deseo de volver a lograr una inocencia y pureza perdidas. Los cantantes contemporáneos Crosby, Stills, y Nash celebraron la experiencia de Woodstock con una canción que decía, “Somos polvo de estrella, somos dorados, estamos atrapados en la ganga del diablo. Y tenemos que volver al Edén.”
El problema es que no somos perfectos y lo sabemos. En el mundo de fantasía de las películas, Mary Poppins muy bien puede alegremente referirse a sí misma como “prácticamente perfecta en todo”, pero no es así en la vida real. Y ciertamente no vamos a lograr la perfección a través de Woodstock.
— Sinclair Ferguson
R.A. Miller señala que la Escritura claramente nos dice que seamos perfectos, mientras que al mismo tiempo da evidencia de que la perfección no se puede lograr en esta vida.[13] 12 Esto nos presenta un dilema. No estamos libres para poner manos arriba y admitir derrota. Pero tampoco podemos adoptar una actitud respecto a la perfección que diga “puedo hacerlo”, que tiene más en común con el pensamiento positivo que con la Biblia. La única manera de resolver este dilema es darnos cuenta de que el Nuevo Testamento ve la perfección de dos maneras.[14]
La visión de Pablo para los filipenses era la madurez, no la infalibilidad. Nota cómo la Nueva Versión Internacional traduce su comentario a la iglesia filipense: “¡Escuchen los perfectos! Todos debemos tener este modo de pensar” (Fil 3:15). Los “perfectos” en este sentido se pueden describir como “los que han logrado razonable progreso en el crecimiento y la estabilidad espiritual.”
Es algo natural que todo niño quiera ser grande, llegar a adulto. Esto no es menos cierto del creyente. Antes que adoptar una actitud casual o descuidada respecto al crecimiento, debemos dejar que el llamado a la perfección nos impulse hacia adelante en una seria búsqueda de ser como Jesús. El propio ejemplo de Pablo debe ser el modelo para todos nosotros:
No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí. Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús. (Fil 3:12-14)
—Hugh Latimer
We see a second use of the word perfection in Paul’s first letter to the Corinthians. “When perfection comes,” he says, “the imperfect disappears” (1Co 13:10). In this sense, perfection is a term rightly restricted to the Godhead—a perfection that will not be seen until Christ returns. Theologian Louis Berkhof prefers to speak of God’s perfections rather than his attributes.[16] God alone is faultless. No matter how much we mature in this life, we will never reach perfection until that day when God perfects us in glory.
Seven Reasons to Close the Gap
Generally speaking, the world has a negative impression of holiness. Many equate it with a glum, cross-carrying existence devoid of joy. It is seen more as a “holier-than-thou” self-righteousness than as the joyful experience it really is. As we close, let’s refute that idea by looking at some of the many benefits and blessings we gain from following Christ. Here are seven fruits of sanctification:
God is glorified. When we are holy, we give weight to our claim that God is as real and wonderful as we say he is. Paul tells us the good works of Christians adorn the doctrine of Christ (Tit 2:10 NAS). Even those who deny God are forced to admit his reality when his people walk in his ways.
Ongoing fellowship in this life with the Godhead. “If anyone loves me,” said Jesus, “he will obey my teaching. My Father will love him, and we will come to him and make our home with him” (Jn 14:23). It’s a tremendous joy and comfort to have the abiding presence of the Father and the Son through the Holy Spirit. And Jesus indicates that this presence is a loving presence, not indifferent or impersonal. Of course, along with his presence comes his power, which enables us to overcome the obstacles of life.
-John Piper
Fellowship with other Christians. If we walk in darkness, we can’t enjoy authentic relationships with other believers. “But if we walk in the light, as he is in the light, we have fellowship with one another, and the blood of Jesus, his Son, purifies us from all sin” (1Jn 1:7).
The Lord promises to provide us with companions, fellow travelers on the road of sanctification. For my part, I’ve found that God’s truth combined with the example of God’s people is absolutely necessary for my spiritual growth. And when I’ve walked in his ways I’ve never lacked for either. We need one another in the context of the church in order to succeed. Holiness and Christian community go hand in hand.
Assurance of salvation. Though our salvation is not based upon our pursuit of holiness, assurance of salvation is most certainly connected with it. In his second letter, Peter exhorts his readers to make every effort to pile up spiritual virtues, adding goodness to faith and knowledge to goodness until self-control, perseverance, godliness, brotherly kindness, and love are had in abundant measure (2Pe 1:5-9). He warns that when these are lacking, a person may forget...
...that he has been cleansed from his past sins. Therefore, my brothers, be all the more eager to make your calling and election sure. For if you do these things, you will never fall, and you will receive a rich welcome into the eternal kingdom of our Lord and Savior Jesus Christ. (2Pe 1:9-11)
Evangelism. As a young man under conviction of sin, I tried my best to find fault with Christians so that I might reject their message and dismiss them as hypocrites. But though they weren’t perfect, I could find no major inconsistencies. The large family who reached out to me with the gospel made more of an impact on me with their lifestyle than with their words. The husband loved his wife, the wife respected her husband, the children obeyed their parents, and they were all joyful. I had never seen anything like it.
It has been said that while the world may not read its Bible, it certainly does read its Christians. God uses holy people to reach others. Not perfect, but holy.
Understanding, wisdom, and knowledge. These treasures are laid up for those who seek God wholeheartedly (Pr 2:1-11). They are withheld from the scorner, the rebel, and the fool.
Seeing God. Scripture tells us, “Make every effort to live in peace with all men and to be holy; without holiness no one will see the Lord” (Heb 12:14). While the full meaning of this passage is shrouded in mystery, Scripture does have much to say about “the beatific vision,” or seeing God. It will occur following our Lord’s return when every enemy has been vanquished and we have been totally sanctified. At that time our vision of God will be continual and intense, with-out distraction or the self-consciousness caused by sin. Then we shall know even as we are known. Not that our knowledge of God will be complete, for he will be ever revealing more and more of his infinite and wonderful self to us.
—Jesus (Matthew 5:8)
“Blessed are the pure in heart,” Jesus said, “for they will see God” (Mt 5:8). This ongoing illumination of his greatness and goodness is by far the most outstanding wonder to result from a life of holiness.
As you can see, there are plenty of good reasons to close the gap between God’s expectations of us and our own experience. We were made to share in his holiness—not just in heaven, but here on earth. Step by step, we can learn to overcome sin and live in a way that increasingly reflects the glory and character of God.
In this first chapter, we have attempted to whet your appetite for godliness. Beginning with Chapter Two, we’ll start building the biblical framework necessary to support a holy—and happy—life.
Group Discussion
- What kind of symptoms indicate that one is caught in the “gap trap”?
- A certain gap between God’s standards and our performance is unavoidable; too much, though, and we qualify as hypocrites. Where do we draw the line?
- How is our sanctification both past history and future hope?
- The fear of the Lord, says the author, is a “precondition for intimacy with God.” (Page 7) What does he mean?
- To what extent should a mature Christian be free of sin?
- Now that you have finished this chapter, how would you explain Matthew 5:48 to a brand-new Christian?
Recommended Reading
How to Help People Change 'by Jay E. Adams (Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House, 1986)
Saved by Grace by Anthony A. Hoekema (Grand Rapids, MI: Eerdmans Publishing Co., 1989)
References
- ↑ Jay E. Adams, The Biblical View of Self-Esteem, Self-Love, Self-Image (Eugene, OR: Harvest House Publishers, 1986), p. 78.
- ↑ Oscar Cullman, Christ and Time (Philadelphia, PA: The Westminster Press, 1964), p. 3.
- ↑ John Piper, The Pleasures Of God (Portland, OR: Multnomah Press, 1991), p. 147.
- ↑ Ern Baxter, taped message, “Sanctification,” n.d.
- ↑ Citado en Gathered Gold, John Blanchard, ed. (Welwyn, Hertfordshire, England: Evangelical Press, 1984), p.146.
- ↑ J.C. Ryle, Holiness (Welwyn, Hertfordshire, England: Evangelical Press, 1879, reprinted 1989), p. 39.
- ↑ Anthony A. Hoekema, Saved by Grace (Grand Rapids, MI: Eerdmans Publishing Co., 1989), pp. 192-93.
- ↑ Jerry Bridges, The Practice of Godliness (Colorado Springs, CO: NavPress, 1983), pp. 15-20.
- ↑ Ibid., p. 24.
- ↑ Ibid., p. 26.
- ↑ J.I. Packer, Concise Theology (Wheaton, IL: Tyndale House, 1993), p. 169.
- ↑ Sinclair Ferguson, A Heart for God (Colorado Springs, CO: NavPress, 1985), p. 129.
- ↑ R.A. Muller, The International Standard Bible Encyclopedia, Volume Four (Grand Rapids, MI: Eerdmans Publishing Co., 1988), p. 324.
- ↑ William Hendriksen, New Testament Commentary: Philippians (Grand Rapids, MI: Eerdmans Publishing Co., 1962), p. 176.
- ↑ Quoted in Gathered Gold, p.148.
- ↑ Louis Berkhof, Systematic Theology (Grand Rapids, MI: Eerdmans Publishing Co., 1941), p. 52.
- ↑ Reference missing from original