What is Your Only Comfort?/es
From Gospel Translations
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Como respuesta a la pregunta de apertura, el catecismo declara que "Yo, con mi alma y cuerpo, tanto en la vida como en la muerte", tendré este consuelo. En un parafraseo de Romanos 14:7-8, se nos recuerda que el cuidado de Dios se extiende a nosotros durante el curso de nuestras vidas. Cristo ha eliminado la maldición; existe la seguridad de la salvación en esta vida y la resurrección de nuestros cuerpos al final de la era (ver Q&A 57-58). Este conocimientos nos consuela ahora y nos prepara para lo que nos espere en el futuro.
Nuestro consuelo se deriva del hecho que "Yo no me pertenezco". Estas palabras se tomaron de 1 Corintios 6:19-20: "No sois vuestros, porque comprados sois por precio. glorificad pues á Dios en vuestro cuerpo". Somos de Cristo y Él hará con nosotros lo que desee. Este consuelo se basa en el hecho de que Dios es soberano y tiene le poder de hacer lo que ha prometido. Este hecho maravilloso se explica mejor en la siguiente parte de la respuesta. "Pero [yo] pertenezco a mi fiel Salvador Jesucristo". El catecismo nos lleva lejos de nuestra fe (el subjetivo) a la obediencia de Cristo, mi "fiel" Salvador (el objetivo). Cristo cumplió toda rectitud y murió por nuestro pecado en la cruz por mi. Los detalles de la obediencia de Cristo se describen más detalladamente en la siguiente parte de la respuesta: "quien con SU sangre preciosa". Estas palabras vienen de 1Pedro 1:18-19 "Sabiendo que habéis sido rescatados de vuestra vana conversación, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata; sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación". La muerte de Cristo es la única manera por la cual la culpa del pecado humano se puede eliminar (expiación) y la cólera de Dios se apartó (propiación). El catecismo nos recuerda que la base de nuestra salvación es el trabajo de Cristo por nosotros no nuestra fe o nuestro buen trabajo.
Después, la primera respuesta del catecismo nos dice que la muerte de Jesús radica en el corazón de esta salvación prometida porque Él "ha satisfecho completamente por todos mis pecados". La muerte de Cristo por si misma satisface la justicia del Dios santo (Rom. 3:21–26). Ningún trabajo o ceremonia religiosa humana puede hacerlo. No solo eso, sino que Su muerte "me ha redimido de todo poder del diablo". Este es un eco de 1 Juan 3:8: "Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo". Satán ha sido expulsado del cielo para que ya no pueda acusarnos ante el juicio divino. La victoria de Cristo sobre él es evidente en la cruz (Co. 2:13-15).
El catecismo entonces declara que la verdad preciosa que nuestro aseguramiento de salvación y nuestra perseverancia en la fe son también el trabajo de Cristo. [Cristo] me preserva así que sin la voluntad de mi Padre en el cielo ningún cabello puede caer de mi cabeza". Esto se tomó de Mateo 10:29-30: "No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae á tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados". Para poseer el consuelo prometido en el Evangelio, necesito saber que el cuidado soberano de Dios se extiende a todos los aspectos de mi vida. Nada me pasa lejos de la voluntad de Dios. De hecho, "todo debe trabajar junto para mi salvación" (ver Rom. 8:28). Dios ha ordenado todas las cosas. Nos redime del pecado y al final, Dios lo convertirá en mi bien.
Finalmente, aprendemos que este consuelo se vuelve mío a través del trabajo del Espíritu Santo. “Por qué, por su Espíritu Santo, Él también me asegura la vida eterna". El Espíritu Santo es testigo de la verdad de la Palabra de Dios y confirma la promesa que me hizo Dios que Él salvará a todo aquél que confíe en Cristo. Este mismo Espíritu interior "me hace desear con todo mi corazón y estar listo de ahora en adelante para vivir en Él". Es Dios quien verá Su buen trabajo hasta el final. Aquel que me justifica también me santifica. Él que empezó un buen trabajo en mi lo verá hasta el final.
Saber estas cosas me da un consuelo indescriptible en la vida y en la muerte.