How Can I Change?/Tools of the Trade (I)/es
From Gospel Translations
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Dejar de fumar no era el problema - lo había hecho una docena de veces. Pero cuando el deseo de fumar se hacía muy fuerte, yo comenzaba otra vez. Así que decidí dejar de comprar cigarrillos. Eso tampoco dio resultado. Sólo me convirtió en una molestia para mis amigos, ya que siempre estaba pidiéndoles cigarrillos. En mi punto más bajo, me encontré sacando del cenicero colillas medio fumadas.
Por este tiempo me di cuenta de que el Espíritu Santo me estaba redarguyendo de mis pecados y acercándome a Jesús. Aunque mi fumar era solamente una de las evidencias de mi estado interno, parecía simbólico de mi vida entera. Estaba atrapado. Cada vez que había intentado dejar de fumar había fracasado. No podía ver cómo jamás podría vencer este hábito. Ni tan siquiera estaba seguro de que quería hacerlo.
Sabía que Jesús iba principalmente tras mi corazón, no mi hábito. Con todo, no me podía imaginar seguirlo y fumar al mismo tiempo. Así que una noche pregunté a Larry, un creyente a quien acababa de conocer, si un tipo podía ser cristiano y seguir fumando. Esa era mi versión de la pregunta de los fariseos para atrapar a Jesús sobre el pago de los impuestos al César. Pensaron que podían atraparlo de cualquier manera que contestara.
Mi estrategia era algo como esto. Si Larry contestaba, “No - nadie puede ser cristiano y fumar,” yo solemnemente pronunciaría su respuesta como legalista y contraria al principio de que Dios mira el corazón. Por otro lado, si decía, “Sí, no hay problema”, entonces yo podía despedir el cristianismo como un conjunto sin significado de creencias que no tenían ningún poder. Pero la pregunta no era totalmente cínica. Parte de mí desesperadamente quería creer - y ser libre.
Bueno, Larry me dio una respuesta con la que yo no había contado. “Supongamos”, dijo, “que tú quisieras animar a alguien a confiar en el Señor. ¿Crees que tendrías más efecto como testigo con un cigarrillo en la mano o sin uno?”
Hmmmm...buena respuesta. De repente el asunto no era el fumar, sino si yo quería que mi vida glorificara a Dios o no. En realidad era un asunto de motivo.
No soy de la opinión de que a la persona con verdadera fe en Jesucristo se le negaría la entrada al cielo por tener un paquete de cigarrillos en su bolsillo. Pero eso no tiene nada que ver con el asunto, pues el propósito de Dios en la santificación es que seamos conformados a la imagen de Jesucristo. Y yo no puedo imaginarme a Jesús acercarse a la mujer samaritana (Jn 4:7-18) y decir, “¿Tienes fuego? Gracias. Ahora, hablemos de tu pecado. ¿Cuántos esposos has tenido?”
— John Piper
Por cierto, yo ya no soy un tipo regular al estilo Chesterfield. Dios tenía medios disponibles para ayudarme a dejar el vicio - los mismos medios que examinaremos en estos dos próximos capítulos. Pero, de primera importancia era mi motivo. Dios siempre ayudará a aquel cuyo motivo es correcto, que en realidad quiere glorificarlo y hacer su voluntad. Pero no nos dejará usarlo simplemente para mejorar la calidad de nuestra vida o cambiar nuestras circunstancias. El no busca nada menos que nuestro corazón. En la santidad, el motivo siempre precede a los medios.
Antes de ahondar más en la próxima sección, repasemos rápidamente lo que hemos aprendido hasta aquí sobre el plan de Dios para la santificación. Somos nuevas creaciones que gozamos de una viva unión con Jesucristo. Pero todavía estamos en una batalla. Experimentamos tanto guerra como paz interior; luchamos con el pecado y reposamos en Cristo.
Un claro entendimiento de esta tensión entre el “ahora y el todavía no” te guardará de ciertas serias mal interpretaciones. Por ejemplo, sólo porque te encuentras con severas tentaciones y batallas espirituales no quiere decir necesariamente que has cometido algo malo. Una persona santa no es la que nunca tiene ningún conflicto espiritual, ni que ya ha alcanzado la perfección. Más bien, una persona santa es la que se está haciendo más como Cristo a través del proceso de obedecer a Dios en medio de las luchas cotidianas de la vida.
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Aprendamos del Maestro
Como la mayoría de los hombres, yo tengo gran afición por las herramientas. Todavía puedo recordar mi emoción cuando mis amigos me dieron una caja de herramientas nuevecita, completamente equipada en la fiesta de mi despedida de soltero. No me aguantaba porque terminara la fiesta para poder jugar con mis nuevas herramientas. De hecho, estaba tan ansioso que me herí el dedo tratando de abrir la caja.
Cualquier cristiano genuino admitirá que tiene seria necesidad de reparación espiritual. ¡Qué seguridad tenemos en saber que el Espíritu Santo tiene las herramientas correctas para hacer esas reparaciones - para santificarnos! Todavía más importante, él personalmente tiene la responsabilidad de enseñarnos cómo usar esas herramientas para que maduremos y cambiemos. Y Él nos puede enseñar cómo usarlas sin que nos hagamos daño a nosotros mismos.
Como la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo es quien cambia nuestra vida. El Espíritu de Dios participa en nuestra salvación de principio a fin. Ser regenerados (nacidos de nuevo) es nacer del Espíritu. Tanto el arrepentimiento como la fe - los dos lados de la conversión - son dones que da el Espíritu.[2] Él está activo en nuestra justificación y en nuestra adopción. Él nos llena, intercede por nosotros, nos sella en Cristo para el día de la redención, y al final nos glorificará.
- John Piper
Pero ahora nos ocupamos con el Espíritu Santo en su papel como santificador. Somos los que han sido “elegidos...según la previsión de Dios el Padre, mediante la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser redimidos por su sangre” (1P 1:2). A través del resto de este capítulo y el próximo, examinaremos algunas de las herramientas con las que Él tan eficazmente obra en nosotros.
La Palabra de Dios
La Biblia es la singular revelación de Dios al hombre. Nos dice verdades que jamás podríamos encontrar en ninguna otra fuente, como la manera en que comenzó el mundo, lo que sucede después que morimos, y así por el estilo. También nos dice algunas cosas que jamás hubiéramos querido saber: somos nacidos en pecado, estamos en necesidad de redención, y somos incapaces de agradar a Dios por nosotros mismos. ¡Alguien ha dicho que la Biblia debe ser la Palabra de Dios porque el hombre jamás escribiría algo tan desaprobante de sí mismo!
La Biblia no nos adula, ni tampoco enseña - como lo hacen virtualmente todas las religiones - que el hombre puede perfeccionarse a sí mismo. De hecho, la Escritura es pesimista hasta el extremo respecto a la innata habilidad del hombre. Es por eso que es una herramienta tan valiosa y esencial en la santificación del hombre. Jesús mismo confirmó esto cuando oró al Padre, “Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad” (Jn 17:17).
El libro clásico de Paul Bunyan, El Progreso del Peregrino empieza cuando el héroe, Cristiano, encuentra “el libro”...y ese fue el comienzo de sus problemas. Pero también fue el comienzo del final de sus problemas. El Espíritu Santo y la Biblia conspiran juntos para convencernos de nuestra gran necesidad de Dios. Pero tal como descubrió Cristiano, ellos nos convencen para poder convertirnos, y nos convierten para poder transformarnos:
Pero tú, permanece firme en lo que has aprendido y de lo cual estás convencido, pues sabes de quiénes lo aprendiste. Desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia. (2 Ti 3:14-16)
Como Pablo hace claro en esta carta a Timoteo, la Escritura tiene un singular poder para producir cambio en el cristiano. Nos enseña las leyes y los caminos de Dios, luego nos reprende cuando no cumplimos con esa instrucción. Pero también nos corrige. No sólo nos dice que estamos equivocados; sino que nos vuelve a levantar y nos pone en el camino recto. Finalmente, nos instruye en justicia, enseñándonos cómo vivir.
¿Alguna vez has notado que se usan muchas vívidas metáforas para describir la Palabra de Dios?
Es nuestro alimento y bebida espiritual. “No sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del SEÑOR” (Dt 8:3). La escritura es leche para los pequeños y comida sólida para los maduros (Heb 5:12-14).
Es un espejo. “El que escucha la palabra pero no la pone en práctica es como el que se mira el rostro en un espejo y, después de mirarse, se va y se olvida en seguida de cómo es” (Stg 1:23-24). La Biblia nos muestra a nosotros mismos tal como Dios nos ve. Es una verificación de la realidad, que revela quién y qué en realidad somos.
Es una luz. “Tu palabra es una lámpara a mis pies; es una luz en mi sendero” (Sal 119:105). La Escritura nos muestra la manera en que debemos vivir y lo que debemos evitar.
Es semilla. “Un sembrador salió a sembrar...La semilla es la palabra de Dios” (Lc 8:5,11). Cuando se siembra en el buen terreno de un corazón receptivo, da mucho fruto.
Es una espada.“Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb 4:12).
Lo que todas estas figuras tienen en común (y hay más) es la absoluta necesidad y utilidad de la Escritura. Nada sobre la Biblia es superfluo, y no necesita suplemento. Es suficiente para todas las cosas que tienen que ver con la salvación y la santidad, “a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra” (2 Ti 3:17).
En generaciones pasadas, la inspiración e infalibilidad de la Santa Escritura ha sido atacada repetidamente. Hoy la suficiencia de la Biblia es puesta en duda por los que sugieren, abierta y sutilmente, que es incapaz de tratar con algunos de los interrogantes más profundos y necesidades más fundamentales de la humanidad. Pero la Biblia de ninguna manera depende de ninguna fuente externa de conocimiento. Es más que suficiente. Este maravilloso libro es la herramienta principal del Espíritu Santo para cambiarnos.
¿Cómo ocurre ese cambio? Cuando oímos y aplicamos la Palabra de Dios, que también se conoce como obediencia. Eso sólo sucederá consistentemente a medida que nos comprometemos con las siguientes disciplinas:
— Jerry White
Apartar un tiempo regular para leer la Biblia...y cumplir con la cita. Lo primero por la mañana es para muchos el mejor momento. Por supuesto que eso quizás signifique acostarte más temprano para dormir lo suficiente. Si no estás leyendo tu Biblia regularmente, y no pareces poder ponerlo en tu horario, es porque algo menos importante se ha hecho muy importante. Averigua lo que es y haz cambios. Sé despiadado.
En una semana promedio, los norteamericanos leen la Biblia...
❏Todos los días 12%
❏Varios días 15%
❏Un día 16%
❏Nunca 57%Una distracción mayor son las noticias y la información. En esta edad de comunicación instante y global, muchos cristianos pasan más tiempo con los periódicos, revistas de noticias, y noticieros que con el Señor. Ahora hay más cosas que nunca para sobresaltarnos, airarnos, asustarnos, y robarnos tiempo precioso. Pero no hay manera posible para poder controlar o responder a todo lo que está sucediendo. Por supuesto que no estoy sugiriendo ignorancia o inacción, pero si el periódico o las noticias de la noche invaden tu estudio de la Biblia, entonces es tiempo que hagas ajustes mayores.
Comprométete a un plan de estudio específico.Leer a través de la NIV Study Bible me ha dado buen resultado a mí. De esta manera me veo obligado a leer esas porciones de la Escritura que podría considerar menos importantes o menos interesantes. Se toma una lectura completa de la Biblia para desarrollar una imagen completa de Dios. Como dijo una vez el difunto A.W. Tozer, “Podemos tener una opinión correcta de la verdad solamente al atrevernos a creer todo lo que Dios ha dicho de sí mismo”.[5]
Hay un buen número de buenos recursos que pueden mejorar tu tiempo diario con la Palabra. Hemos puesto unos cuantos en la sección “Lectura recomendada” al final de este capítulo. Variar tu método de vez en cuando hará más placentera y beneficiosa esta disciplina.
— Jerry Bridges
Busca a alguien que te ayude. Tu estudio de la Biblia acelerará grandemente al relacionarte con un mentor cristiano. Aprenderás mucho simplemente al preguntar, “¿Cómo es que tú estudias la Escritura?” También te beneficiará (aunque no sin cierta vergüenza) cuando él o ella te pregunte, “Así que...¿de verdad lo estás haciendo?” Ser responsable ante otra persona es de gran beneficio. Sólo mira que la persona que te pide cuentas no tenga similares defectos - ni el don de misericordia.
Guarda la Palabra de Dios en tu corazón memorizándote la Escritura. Pablo indica la transformación interna que ocurre a medida que comenzamos a dejar que la Biblia dé forma a nuestros pensamientos y actitudes: “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Ro 12:2). La memorización quizás no te sea fácil, pero a medida que tejes la Palabra en la tela de tu vida, estarás bien preparado cuando venga la tentación o la adversidad.
Una Conciencia Limpia
Esto afirmo. No puedo hacer lo contrario...mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios. No puedo y no retraeré en nada, pues ir contra mi conciencia no es ni correcto ni seguro. Que Dios me ayude. Amén7[7]
La famosa defensa de Lutero ante la Dieta de Worms [en inglés ‘lombrices’] (ese era el nombre del concilio oficial que lo enjuició, ¡en serio!) indica el importante lugar que ocupa la conciencia en la vida del cristiano. También tiene un lugar importante en nuestra santificación.
Todos nosotros sin duda nos hemos encontrado con esta misteriosa facultad llamada conciencia. Cuando, en el sexto grado, yo tiré un aro de goma a un grupo de estudiantes por la puerta del aula, no esperaba golpear a nadie en el ojo. Pero así fue. Y cuando mi compañera de clase gritó de dolor, ni ella ni ninguno de los demás sabía lo que había sucedido. Pero mi conciencia sí lo sabía e insistió en que yo tomara responsabilidad por lo que había hecho. Yo luché contra ello, tratando de salir con cualquier posible excusa, pero fue en vano. Mi conciencia se negó a soltarme del anzuelo. La única manera de silenciarla fue admitir mi culpa y aceptar las consecuencias.
Este incidente ilustra el rasgo más extraordinario de la conciencia - los juicios que declara son completamente objetivos e imparciales.[8] En otras palabras, uno nunca puede ganar un argumento con su conciencia. Siempre está trabajando, hasta en los sueños. Puede funcionar como testigo, al decir lo que ve u oye. Puede funcionar como abogado, acusándonos por delitos o, en raras ocasiones, defendiéndonos. También puede funcionar como juez, entregando veredictos categóricos que no pueden ser apelados.
-Mentiste-, proclama la conciencia.
-¡No mentí! Sólo decía la verdad a modo de no causar ningún conflicto innecesario.-
-Mentiste.-
La conciencia no discute el asunto. Sólo lo declara. Esta es la razón por la que la conciencia lleva a algunos a la distracción y por la que harán todo lo posible por apagarla, o amortiguarla con el alcohol o las drogas.
— J.C. Ryle
La palabra en sí quiere decir “saber junto con”. El teólogo Ole Hallesby explica el significado de esta definición:
Es, entonces, no simplemente un saber, un conocimiento junto con algo o alguien. Tampoco necesitamos tener duda respecto a junto con qué es lo que el hombre en su conciencia sabe. Entre todas las razas...es una característica del hombre que él en su conciencia sabe junto con una voluntad que está sobre y por encima de la suya propia...Esta voluntad, que es la voluntad de Dios, es lo que los hombres llaman la ley o la ley moral, o sea, la ley según la cual la vida del hombre debe vivirse.[10]
Aunque imparcial, la conciencia no es infalible. Puede estar mal informada. Puede ser demasiado sensible. O, si ha sido represada rutinariamente, quizás yo sea absolutamente sensible. La persona que ignora su conciencia se dirige al desastre. Pronto perderá la habilidad de distinguir entre la iniquidad y la justicia, entre el bien y el mal. Esto explica mucho sobre nuestra sociedad...y sobre mi primer encuentro con las drogas
Cuando yo tenía dieciocho años un amigo me dio un porro (un cigarrillo de mariguana). Era 1968 y las drogas acababan de comenzar a filtrarse en los suburbios de Washington, D.C. donde yo vivía. Yo sabía que era ilegal. Yo sabía que era malo. Mi conciencia me gritaba...pero yo lo hice de todos modos. Un par de días después me fumé otro porro, y otra vez sonó la sirena de mi conciencia. Sólo que esta vez no era tan fuerte. Después de media docena de veces, casi ni la podía oír. Como resultado, poco a poco perdí mi compás moral. En esas raras ocasiones cuando apenas podía distinguir la voz de mi conciencia, la consideraba como una molestia y una aguafiestas.
Si el hombre cauteriza su conciencia pronto la verá como una maldición. Pero Dios no dio la conciencia para bendecirnos. No siempre trae noticias placenteras. Puede excusar como también acusar, felicitar como también condenar. Y como dijo Pablo al joven Timoteo, la conciencia es una salvaguarda esencial de la vida cristiana:
Timoteo, hijo mío, te doy este encargo porque tengo en cuenta las profecías que antes se hicieron acerca de ti. Deseo que, apoyado en ellas, pelees la buena batalla y mantengas la fe y una buena conciencia. Por no hacerle caso a su conciencia, algunos han naufragado en la fe. (1Ti 1:18-19)
Puede que la conciencia sea una arma sencilla, pero es altamente eficaz en la batalla contra el pecado. “No hacerle caso a la conciencia” es lo mismo que cometer suicidio espiritual.
Una conciencia limpia es uno de los beneficios más preciosos del nuevo nacimiento. “Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús,” dice el escritor de Hebreos, “Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable” (Heb 10:19,22; Heb 9:14). ¡Qué gracia la de Cristo de purgarnos con su sangre de las asquerosas manchas de nuestros pecados pasados! Ahora que tenemos una conciencia limpia, debemos esforzarnos para mantenerla así.
La conciencia funciona como una luz de advertencia en el tablero de mandos de nuestra vida, y necesitamos poner atención cuando se enciende intermitentemente. El proceso es el mismo que cualquier mecánico de automóviles seguiría: determinar de dónde proviene la dificultad y luego corregirla. Por lo regular la solución tiene que ver con confesar el pecado y pedir perdón.
Después de cometer adulterio con Betsabé y de asesinar a Urías, el rey David siguió como si nada hubiera ocurrido durante meses ignorando la luz roja de su conciencia. Él nos escribe sobre su experiencia en el Salmo 32:
Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados. Dichoso aquel a quien el SEÑOR no toma en cuenta su maldad y en cuyo espíritu no hay engaño. Mientras guardé silencio, mis huesos se fueron consumiendo por mi gemir todo el día. Mi fuerza se fue debilitando como al calor del verano, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí. Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: ‘Voy a confesar mis transgresiones al SEÑOR’, y tú perdonaste mi maldad y mi pecado. Por eso los fieles te invocan en momentos de angustia; caudalosas aguas podrán desbordarse, pero a ello no los alcanzarán. (Sal 32:1-6)
Therefore let everyone who is godly pray to you while you may be found; surely when the mighty waters rise, they will not reach him. (Ps 32:1-6)
Mientras David guardó silencio su conciencia no calló. El pecado sin confesar lo llevó a la angustia espiritual y física. Pero el perdón y la liberación le llegaron tan pronto como reconoció su comportamiento y se arrepintió. El testimonio de David muestra que una conciencia limpia podría curar muchos de los problemas que tenemos, incluso muchos que son llamados “enfermedades mentales” o “depresión”.
—Jerry Bridges
When a Christian has a healthy conscience, it will warn him before a wrong action is initiated. During the action one’s conscience may be very quiet. But afterward you’ll really hear from it. Words, thoughts, attitudes, and motives also come under its relentless scrutiny. Remember—this is a blessing. An active conscience fosters the self-examination which marks a growing Christian. It is a tremendous ally for truth. As mentioned above, the chief danger is that we fail to heed conscience and it becomes seared. The Christian without a clear conscience is liable to be blackmailed by the enemy. Having lost such crucial navigational equipment, he can no longer discern the right course, and runs the risk of shipwreck. This is no small thing.
But a hypersensitive conscience can be as big a problem as one that has been seared. This is not unusual among serious-minded Christians, especially when they are newly converted. Those having what is sometimes called an overly scrupulous or weak conscience live in a continual state of unwarranted guilt. “Here the most insignificant little thing can produce an evil conscience, in fact, a most unbearable anxiety. It may be either an insignificant act or an unguarded little word or thought.”[12] A piece of trash on the ground not picked up becomes a major sin because “anyone...who knows the good he ought to do and doesn’t do it, sins” (Jas 4:17).Or an offhand comment that is not absolutely accurate becomes a premeditated lie.
—Ole Christian Hallesby
As these examples illustrate, those with an overly scrupulous conscience err by exalting the letter of a Scripture verse above its spirit. Remember, God is more interested in the motive of the heart than the outward details.
It’s also possible that they fail to distinguish temptation from sin. The one often leads to the other, it is true, but they are not the same. Temptation is unavoidable, but it need not give birth to sin. As Luther said, “You can’t stop the birds from flying over your head, but you can keep them from building a nest in your hair.”
My advice to those with a hypersensitive conscience is to seek the counsel of a mature Christian—a pastor or small group leader who can provide some help in sorting out essentials from non-essentials. Also, active involvement in your church’s small group ministry is indispensable for maintaining a healthy conscience.
❏Leaving a wad of gum under the seat in front of you at church
❏Briefly fantasizing that your mother-in-law has moved to Nepal
❏Making a left turn on red at the only stoplight in town at 2:47 a.m.
❏Letting your toddler go a full week without a bath
❏Throwing away a soda can that should have been recycledPrayer
Prayer is our lifeline of communication with God. Through prayer we have an avenue of approach to our heavenly Father by which we may express our gratefulness and tell him our needs. It’s a multi-faceted opportunity to commune with the Creator of the universe. Consistent, persistent prayer changes us as profoundly as any other means used by the Holy Spirit.
The Bible encourages us to “pray in the Spirit on all occasions with all kinds of prayers and requests. With this in mind, be alert and always keep on praying for all the saints” (Eph 6:18). There are at least three kinds of prayer that contribute greatly to our sanctification. Let’s look at them individually.
Prayer as a cry for deliverance from sin. It’s hard to imagine a more desperate situation than the one Jonah faced. Having disobeyed God’s command to go to Nineveh, he wound up in the belly of a huge fish. Prayer was his only hope:
From inside the fish Jonah prayed to the Lord his God. He said: “In my distress I called to the Lord, and he answered me. From the depths of the grave I called for help, and you listened to my cry.” (Jon 2:1-2)
—Martin Luther
No matter how dire the predicament, our first step in deliverance from sin is always toward the Lord. This step is accomplished through prayer. When I know I’ve sinned, the way out is not complicated—just hard. The Holy Spirit directs me to cry out for mercy, to confess my sin, and to ask for forgiveness.
God’s promise is clear: “If we confess our sins, he is faithful and just and will forgive us our sins and purify us from all unrighteousness” (1Jn 1:9). The Greek word translated here as “confess” means “to say the same thing”—to agree with God that we have indeed sinned. He already knows what our sin is. He is merely waiting for us to own up to it. Once we do, he promises to forgive and purify us. I find it interesting that the basis for God’s forgiving response is not his mercy, but rather his faithfulness and justice. We can submit our petitions to God confidently because of what Jesus did for us on the cross.
Prayer for deliverance from sin is a manifestation of true humility. And humility is necessary for experiencing grace.
Prayer as a request for guidance. I recall the period of time just before I asked my wife to marry me. Boy, was I ever serious about receiving direction from God! Just the sheer number of prayers for guidance must have impressed the Lord that I really wanted to know his will.
Receiving guidance involves more than prayer, of course. For instance, it requires biblical study and faithful application of the wisdom we already possess. It anticipates our having a sincere determination to do God’s will no matter what, and a willingness to heed the multitude of counselors he mercifully places around us. But prayer is primary in guidance simply because it keeps us in constant contact with the One who guides us in paths of righteousness for his name’s sake (Ps 23:3).
No one can reduce true guidance to a formula. It consists in hearing and obeying, a steady relationship reinforced by regular communication and resting on the sure promises of God. My own opinion is that a Christian intent on doing the will of God will find it difficult to miss that will if he or she is a person of prayer.
Prayer as submission to the will of God. In the Garden of Gethsemane, Jesus prayed the most poignant of all prayers: “Father, if you are willing, take this cup from me; yet not my will, but yours be done” (Lk 22:42). It was accompanied by strong crying out to God and a stress so intense that Christ sweated drops of blood. It was uttered when he was without human companionship, because those nearest him had fallen asleep. Our Lord was alone. Here, in his hour of greatest testing, Jesus gave us a model of true submission, a meekness that qualified him to inherit the earth.
Toward the end of World War II, allied aircraft pounded Germany with heavy incendiary bombs. Cities such as Dresden and Hamburg were completely leveled. One of the survivors of Dresden was John Noble, an American citizen placed under house arrest along with his family when the war broke out.[15] He was 22.
After the Axis powers surrendered in 1945, John hoped to return to America. But the Soviet Communists now controlled that part of Germany, and they had different plans for him. He was thrown in prison under a pretext and for the next ten years was subjected to some of the most inhumane treatment imaginable. Only a tiny fraction of those imprisoned survived. Those who had suffered under both the Germans and the Communists said that while the Nazis were much more cruel and vindictive in their treatment of prisoners, the Communists were more deadly, since they systematically starved most of those in their grasp.
Though Noble had been raised in a Christian home, his faith didn’t extend much beyond superficial church attendance. Grace was said at mealtime, but prayers, if said at all, were not heartfelt. His father, a former minister, had become increasingly materialistic over the years. He took the family to Germany in the mid-thirties to run a camera factory. That’s how they happened to be stuck in Germany when Hitler’s troops started marching.
In the prison all captives were repeatedly denied food for long stretches of time. Then came a crushing twelveday period with nothing except a little coffee-flavored water each day. Many of the men died. From his solitary cell, John could hear bodies being dragged out, their heads thumping on the stairs. Hopelessness and despair hung like a cloud all around. But during that period of slow, painful starvation, God graciously revealed himself to John Noble.
He had of course prayed during the earlier period of his captivity. In fact, he had prayed often, asking God for food, safety, and deliverance. When he was given faith to trust in Christ, however, the focus of his prayers changed from self-preservation to a humble submission to the will of God. Now, whether he lived or died, he was submitted to God. He was no longer his own. As a result, he was no longer fearful. A peace surpassing human comprehension settled over his soul.
—John Bunyan
John’s father, a fellow inmate in the Dresden prison, also rededicated his life to Christ and received the same grace to pray, “Not my will but yours be done.” While they were to spend several more years in prison, they later wrote of having no regrets. They never felt spiritually richer or closer to Christ than when, naturally speaking, things seemed most grim. And their trust in Jesus, which was so precious to them, empowered them to reclaim the miserable lives of many others. Throughout their ordeal, the humble prayer of submission to the will of God kept their hearts tender and close to him.
As you can see, prayer—together with God’s Word and a regenerated conscience—are powerful tools in the Spirit’s hand. They have amazing potential for conforming us to the image of Christ. Now that you’ve gotten some idea of how these work, let’s rummage through the rest of the toolbox.
Group Discussion
- Martin Luther once said, “A man is justified by faith alone, but not by a faith that is alone.” How might that apply to the author’s pre-conversion questions about smoking? (Pages 53-54)
- What sins would you consider to be among the most controlling or addictive? Why?
- Can you recall specific ways in which the Holy Spirit worked to sanctify you after your conversion?
- How is your expectation of change affected by the knowledge that God himself is working in you?
- Think of an underground cave, hollowed out over centuries by the steady trickle of water. At the rate God’s Word is “trickling” into your life now, how long will it take to produce visible change?
- What would it take to insure that you are reading—and applying—God’s Word on a regular basis?
- How would you rate your conscience? (A) Too callous, (B) Too sensitive, (C) Just right
- “When I know I’ve sinned,” says the author, “the way out is not complicated—just hard” (Page 64). Why is it difficult to pray for God’s deliverance?
- “Prayer Changes Things” announces a familiar billboard. In what ways have you found that to be true in your life?
Recommended Reading
Tabletalk, a monthly Bible study guide published by Ligonier Ministries, 400 Technology Park, Suite 150, Lake Mary, Florida, 32746, 1-800-435-4343)
Daily Walk, a monthly Bible study guide published by Walk Thru the Bible Ministries, P.O. Box 478, Mt. Morris, IL 61054-9887.
Daily Readings from J.C. Ryle, compiled by Robert Sheehan (Welwyn, Hertfordshire, England: Evangelical Press, 1982)
How to Pray Effectively by Wayne Mack (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed Publishing Co., 1977)
Honesty, Morality & Conscience by Jerry White (Colorado Springs, CO: NavPress, 1977)
References
- ↑ John Piper, The Pleasures Of God (Portland, OR: Multnomah Press,1991), p. 252.
- ↑ Anthony A. Hoekema, Saved by Grace (Grand Rapids, MI: Eerdmans Publishing Co., 1989), p. 29.
- ↑ John Piper, The Pleasures of God, p. 56.
- ↑ Jerry White, The Power of Commitment (Colorado Springs, CO: NavPress, 1985), p. 57.
- ↑ A.W. Tozer, Gems From Tozer (Harrisburg, PA: Send the Light Trust/ Christian Publications, Inc., 1969), p. 4.
- ↑ Jerry Bridges, “Declaration of Dependence” in Discipleship Journal, Issue 49, 1989, p. 28.
- ↑ Quoted in Roland Bainton, Here I Stand: A Life of Martin Luther (Nashville, TN: Abingdon Press, 1950), p. 185.
- ↑ Ole Christian Hallesby, Conscience (Minneapolis, MN: AugsburgPublishing House, 1933), p. 14.
- ↑ J.C. Ryle, Daily Readings From J.C. Ryle, compiled by Robert Sheehan (Welwyn, Hertfordshire, England: Evangelical Press, 1982), p. 338.
- ↑ Ole Christian Hallesby, Conscience, p. 12.
- ↑ Jerry Bridges, The Pursuit of Holiness (Colorado Springs, CO: NavPress, 1978), p. 84.
- ↑ Ole Christian Hallesby, Conscience, p. 142
- ↑ Ibid., p.144
- ↑ Quoted in Timothy George, Theology of the Reformers (Nashville, TN: Broadman Press, 1988), p. 86.
- ↑ John Noble, I Found God in Soviet Russia (London: Lakeland, Marshall, Morgan & Scott, 1959)
- ↑ Quoted in Gathered Gold, John Blanchard, ed. (Welwyn,Hertfordshire, England: Evangelical Press, 1984),p. 226.