How Can I Change?/Tools of the Trade (II)/es

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Revision as of 19:23, 13 June 2008 by Cmullery (Talk | contribs)
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En el anterior capítulo exploramos tres de las herramientas principales - la Escritura, la conciencia, y la oración - que usa el Espíritu Santo para llevar a cabo nuestra santificación. Pero nos quedan por lo menos seis importantes medios. Para poder responder a la obra santificadora del Espíritu, debemos familiarizarnos con estas otras herramientas esenciales del oficio.

Contents

Negarte a Ti Mismo y una Vida de Discipulado

Hace algunos años la compañía Fritos introdujo un ‘chip’ extremadamente picante. Traté de disimular mi placer de que, siendo que los niños no los soportaban, yo no tendría que compartirlos.

En la tienda mis hijos me preguntaban: “Oye, papi, ¿por qué compramos esa clase? ¡A nosotros no nos gusta!” Yo sé, pensaba yo. Esa es precisamente la razón.

Después de pocos meses, Fritos descontinuó ese sabor...sin duda bajo órdenes desde arriba.

Medita en Juan 15:13. ¿Cuál es la medida del verdadero amor?

El famoso líder cristiano chino Watchman Nee escribió una vez, “Recordemos que la única razón de todo malentendimiento, toda inquietud, todo descontento, es que secretamente nos amamos a nosotros mismos”.[1] 1 Sólo puedo añadir que con algunos de nosotros, no es secreto. Podemos tratar de esconder nuestro egoísmo, pero inevitablemente las burbujas surgen a la superficie. Mucho mejor es obedecer el llamado de Jesús y tratar directamente con este amor de nosotros mismos.

Dirigiéndose a todos, declaró: "Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará." (Lc 9:23-24)

Cada día en la escuela de discipulado de Cristo se ofrecen nuevas oportunidades para negarse a sí mismo. ¿Por qué es tan importante esta muy olvidada clave para la vida cristiana? Porque vence el egoísmo, haciendo posible que amemos a Dios y a los demás.

"Hay dentro de cada uno de nosotros un enemigo que toleramos para nuestro peligro. Jesús lo llamó ‘vida’ y ‘el yo’, o como diríamos nosotros, la vida del yo. Permitir que este enemigo viva es, al final, perderlo todo. Repudiarlo y renunciar a todo por Cristo es no perder nada al final, sino preservarlo todo para la vida eterna."[2]
— A.W. Tozer

Una arena en la que el egoísmo se expone muy rápidamente es el matrimonio. Con frecuencia he dicho a mi esposa (en chiste sólo a medias), “Cariño, no es que no te quiera. Mi problema es que me amo a mí mismo más”. Afortunadamente, Dios nos da una cruz hecha a la medida para desechar esas actitudes.

No te dejes engañar por la verborrea de los psicólogos que enseñan que debemos primero aprender a amarnos a nosotros mismo. Ya de por sí nos amamos a nosotros mismos demasiado. De hecho, nos damos el beneficio de la duda en casi toda posible circunstancia. Culpamos a otros por los conflictos mientras nos adulamos a nosotros mismos por tener nobles intenciones. Si sólo extendiéramos a los demás la misma gracia que nos otorgamos a nosotros mismos...qué mundo tan maravilloso sería éste.

Para más estudio: ¿Cuál es la suposición fundamental de la exhortación de Pablo en Efesios 5:28-33?

Cuando Jesús dijo que uno de los requisitos para la vida eterna era amar al prójimo como a nosotros mismos no estaba sugiriendo que el amor de sí mismo era de ninguna manera deficiente. Más bien, estaba diciendo que amemos al prójimo como ya nos amamos a nosotros mismos - y eso es amar mucho. Pero no vendrá naturalmente. Puede ser una de las cosas menos naturales que hagas. Amar a los demás se logra sólo cuando practicamos negarnos a nosotros mismos en el camino del discipulado.

1 Piensa en una persona que conoces bien que tiene una necesidad específica. ¿Cómo podrías sacrificarte para servirla durante la próxima semana?





La negación de ti mismo y el amor se cruzan en el punto de servir. Jesús nos dio el supremo ejemplo cuando fue a la cruz en nuestro lugar. Ese fue el supremo acto de servicio sin egoísmo. Pero durante toda su vida Él puso las necesidades y el bienestar de los demás antes que los suyos. Ya sea lavando los pies de sus discípulos o dando de comer a las multitudes, nuestro Señor dirigió con su ejemplo. En Filipenses 2 Pablo podría señalar la actitud de servicio, de negación de sí mismo que demostró Jesús como una que todos los cristianos deben emular.

Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás. La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente tomando la naturaleza de siervo... (Fil 2:4-7)

"El negarse a sí mismo espera a los hijos de Dios a medida que pasan a sus devociones privadas. Está a la puerta de testificar y de cualquier otro servicio a nuestro santo Señor. Es un elemento muy doloroso en cada lucha por la santidad. Negarse a sí mismo es la clave para la solución de numerosos interrogantes que dejan perplejo al creyente de hoy. Un entendimiento correcto de esta básica exigencia bíblica silenciaría una hueste de errores sobre el evangelismo, la santificación y la vida práctica."[3]
— Walter Chantry

Otro libro en esta serie, Disciplines for Life (Disciplinas para la vida), explica en detalle las diversas maneras bíblicas en las que podemos practicar una vida de discipulado. Los ejercicios espirituales como el ayuno, la oración consistente, y la confesión exigen esfuerzo. Pero valen la pena; prometen recompensas ahora y en la vida venidera.

Pruebas en el Camino

Fue uno de los amigos de Job quien correctamente supuso, “con todo, el hombre nace para sufrir, tan cierto como que las chispas vuelan” (Job 5:7). Esa ha sido nuestra suerte desde la caída. Muchas de esas dificultades, por supuesto, resultan de nuestro propio pecado e insensatez. En más de una ocasión yo he trazado un dolor de cabeza a la tensión causada por mi propia necia persistencia en preocuparme. Cuando Clara y yo experimentamos fricción en nuestro matrimonio, es más probable que mi egoísmo sea el culpable. No debemos sorprendernos cuando padecemos las consecuencias de nuestro comportamiento pecaminoso. Sin embargo, el Señor en su gracia puede usar aún esas consecuencias para que crezcamos en santidad si nos arrepentimos y tratamos de aprender de ellas.

¿Pero qué de esas pruebas - esos escenarios como los de José - por los que no somos responsables? No es probable que nuestros familiares nos vendan como esclavos, pero hay momentos cuando los demás pecan contra nosotros, o cuando padecemos aflicciones sólo porque vivimos en un mundo caído.

José vio el cuadro completo. Reconoció su eterno destino y el destino de los que le rodeaban. Como consecuencia, pudo apreciar la manera en que Dios soberanamente dirigía las circunstancias de su vida. Como dijo a sus hermanos, “Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó el mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente” (Gn 50:20).

Cuando las cosas parecen ir en contra nuestra, debemos darnos cuenta de que nuestro Padre tiene un propósito en mente y está primordialmente interesado en cómo respondemos. De hecho, no es demasiado decir que Dios trama las dificultades para animarnos a seguir adelante en dependiente confianza en Él:

Para más estudio: ¿Por qué pidió Dios a Abraham que sacrificara a Isaac (Génesis 22:1-18)? ¿Qué emociones crees que experimentó Abraham al obedecer a Dios?

Recuerda que durante cuarenta años el SEÑOR tu Dios te llevó por todo el camino del desierto, y te humilló y te puso a prueba para conocer lo que había en tu corazón y ver si cumplirías o no sus mandamientos. Te humilló y te hizo pasar hambre, pero luego te alimentó con maná, comida que ni tú ni tus antepasados habían conocido, con lo que te enseñó que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del SEÑOR. (Dt 8:2-3)

¿Quién humilló y probó a los israelitas, llevándolos a un lugar de hambre? ¿Fue Satanás? No - fue Dios. ¿Por qué? Para que supieran cuánto necesitaban de una continua, vital relación con Él. Pausa un momento para dejar que esto penetre en tu mente: Dios está preparado a sacrificar tu felicidad temporal para lograr su eterno y clemente propósito en ti. Como cristiano genuino, para ti “Es necesario pasar por muchas dificultades para entrar en el reino de Dios” (Hch 14:22). No confundas con la crueldad o el descuido la amorosa disciplina de tu Padre.

"Perdemos mucho consuelo en los momentos de prueba porque tendemos a verlos como evidencia de que Dios nos ha dejado solos en vez de evidencia de su paternal disciplina y cuidado. Sin embargo, Hebreos 12:7 dice, “Lo que soportan es para su disciplina, pues Dios los está tratando como a hijos”. El escritor de Hebreos no cualificó la dificultad. No sugirió que algunas dificultades son disciplina de Dios, mientras que otras quizás no lo sean. Simplemente dijo que soportaran la dificultad - toda - como disciplina de Dios. Puedes estar seguro de que cualquier dificultad que llegue a tu vida de cualquier fuente inmediata, Dios está en soberano control de ella y la está usando como un instrumento de disciplina en tu vida."[4]
— Jerry Bridges

José aprendió lo que todos debemos aprender: “que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito” (Ro 8:28). No algunas cosas, ni tan siquiera casi todas las cosas. Todas las cosas. Hasta en los casos de violación o de abuso sexual de un niño o defectos de nacimiento o enfermedades incurables, el soberano Dios siempre tiene un plan de redención que llevará a su mayor gloria.

Para comprender lo que Pablo dice aquí, debemos enfocarnos en los asuntos de Dios, no en los nuestros. Su propósito es que seamos conformados a la imagen de su Hijo. Por tanto, las dificultades o injusticias - aunque no nos parezcan favorables - cualifican como “bien” porque sirven para hacernos más como Cristo.

Medita en 1 Pedro 1:6-7. He aquí una nueva manera de ver el sufrimiento que te ayudará a soportar hasta las pruebas más difíciles.

Esto no es fácil de aceptar ni de comprender. Yo no te culparía por preguntar, “Pero, ¿cómo puede Pablo decir que todas las cosas resultan para mi bien? Veo que muchas cosas resultan para mi bien, pero muchas otras parecen ir en contra mía”. Permíteme tratar de contestar eso con una ilustración.

Antes de la venida de los relojes digitales, el mecanismo interno de un reloj consistía de varias ruedas dentadas, unas se movían en una dirección y otras en la dirección opuesta. A primera vista parecería improbable que algo útil pudiera resultar de dicho arreglo. Pero cuando se le daba cuerda al resorte principal, aunque las ruedas se movieran en dirección opuesta, todas trabajaban juntas para mover las agujas del reloj hacia adelante.

Así es con el orden providencial de Dios del universo...y de nuestra vida.[5] Necesitamos darnos cuenta de que Dios está tan interesado en nuestro crecimiento espiritual (santificación) que está dispuesto a sacrificar nuestra felicidad temporal para asegurarnos las bendiciones eternas.

2 “De prueba a triunfo” es un tema bíblico consistente. Usando la cita bíblica junto a cada una de las “pruebas” de la lista siguiente, escribe la victoria final que cada uno de estos individuos experimentó.

•Hombre ciego de nacimiento (Juan 9:3)

•Cristianos perseguidos en Jerusalén (Hechos 8:1,4)

•El vientre estéril de Elisabet (Lucas 1:5-7, 13-17)

•La crucifixión de Jesús (Filipenses 2:8-11)


•El llamado a Abraham para sacrificar a Isaac (Génesis 22:15-18)

Es fácil ser cristiano cuando las cosas van bien. Pero en el calor de las circunstancias difíciles, algunos dudan poder mantener su lealtad a Cristo. Con frecuencia, de cristiano joven, yo leía el relato de cuando Pedro negó a Cristo y me preguntaba si yo algún día haría lo mismo. Quizás tú has tenido pensamientos parecidos. Pero el hecho es que Jesús oró por Pedro y a través de la gracia lo restauró a un lugar de gran utilidad.

La razón por la que perseveramos como cristianos es porque Dios mismo nos preserva:

Medita en 1 Pedro 1:3-5. Dios mismo promete protegernos con su poder hasta el final.

La razón por la que perseveramos como cristianos es porque Dios mismo nos preserva: Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la mano. Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos; y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar. El padre y yo somos uno. (Jn 10:27-30)

Es difícil imaginarse una declaración de protección que sea más enfática y alentadora.

"Las peticiones de Cristo mandan tal ayuda a la fe que se mantiene firme hasta en su hora más oscura. Siempre que nuestra vida cae víctima de las trampas del diablo como lo fue Pedro, no podemos confiar en nuestra propia fortaleza, ni tan siquiera en nuestra propia fe, sino sólo en la fidelidad de Cristo en orar por sus hermanos débiles. Ese conocimiento trae consuelo. También trae seguridad de que nada jamás nos separará del amor de Dios en Cristo."[6]
— Sinclair Ferguson

“La doctrina [de la perseverancia] declara que los regenerados son salvos a través de la perseverancia en fe y una vida cristiana hasta el final, y que es Dios quien los mantiene perseverando”, escribe J.I. Packer.[7] La Palabra de Dios nos dice que Jesucristo salva “por completo” a todos los que por medio de Él se acercan a Dios (Heb 7:25).

Por tanto, todo cristiano puede tener la seguridad de que perseverará, no por la propia fortaleza ni la habilidad de ningún individuo, sino porque Dios es fiel para guardarnos.

El Lugar de la Ley

CLos cristianos con frecuencia se confunden acerca del lugar que tiene la ley de Dios en la santificación. Yo he oído a algunos proclamar altamente, sin ninguna cualificación, que la ley ha sido abolida - y que de buena nos libramos. Y he oído exactamente lo opuesto de otros cuyo plan para reformar a la sociedad incluye volver a instituir en su totalidad la ley del Antiguo Testamento, administrada al igual que la ley islámica es puesta en vigencia en algunos países islámicos fundamentalistas hoy. Según lo veo yo, ningún extremo hace justicia a la enseñanza del Antiguo Testamento sobre el tema.

Pero antes de pasar más adelante, clarifiquemos lo que queremos decir con “la ley”. Estoy endeudado con el teólogo Bruce Milne por la siguiente descripción:

Por “ley” aquí se quiere decir las prescripciones morales fundamentales del Antiguo Testamento resumidas en el decálogo [los Diez mandamientos]. Las leyes ceremoniales del Antiguo Testamento han sido reemplazadas en el sentido de que Cristo las ha cumplido; la legislación social del Antiguo Testamento cesó de ser normativa en el sentido de que la iglesia ha reemplazado la teocracia de Israel. Los principios subyacentes de las leyes ceremoniales y sociales tienen continua relevancia y aplicación.[8]

La definición de Milne representa la destilación de mucho del bastante razonado estudio teológico. Hace importantes distinciones entre el uso de la ley ahora y la manera en que se aplicaba durante la época del Antiguo Testamento. También toma en cuenta la absoluta importancia de la persona y obra de nuestro Señor, cuya venida, aunque de acuerdo a la ley, resultó en un reconocimiento totalmente nuevo de lo que significa la ley. La Escritura muestra la transición que hemos hecho de esclavos de la ley a hijos: “Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos” (Gá 4:4-5).

"La ley nos lleva al evangelio. El evangelio nos salva de la maldición de la ley pero a su vez nos dirige de nuevo a la ley en busca de su espíritu, su bondad y su belleza. La ley de Dios todavía es una lámpara a nuestros pies. Sin ella tropezamos y caemos y vamos a tientas en la oscuridad."[9]
— R.C. Sproul

Milne ha refutado a los presuntos reformadores que buscan institucionalizar las leyes mosaicas, pero todavía es necesario dirigirnos a los que consideran que la ley ha sido anulada y cancelada. ¿Es la ley una ayuda continua o un estorbo pasado de moda?

La inequívoca respuesta a esta pregunta es...las dos cosas. Si vemos la ley como un medio de aparecer justos ante Dios (justificación), entonces nos estorbará para lograr verdadera justificación como los fariseos. Ellos no vieron que guardar la ley nunca fue con el fin de justificarnos, ni siquiera bajo el Antiguo Pacto. Por otro lado, si entendemos el propósito de Dios para la ley, entonces permanece un medio útil en nuestra búsqueda de la santificación.

La ley siempre ha representado el carácter de Dios, reflejando su interés en la santidad. Y los Diez mandamientos todavía sirven como el eficaz resumen de las expectaciones morales y éticas que Dios tiene de la raza humana.

Hagámonos otra pregunta fundamental: ¿Por qué Dios dio estas “prescripciones morales” en primer lugar? Si la ley nunca ha tenido el propósito de santificarnos, ¿cuál es su propósito?

Medita en 1 Timoteo 1:8. ¿Cuál es el gran “si” de este versículo?

Detener el mal. Según la Escritura, la ley se ha instituido para refrenar la propagación del mal (1Ti 1:9-11). Debido a que la falta de ley amenaza la santidad individual y de la sociedad, cierta restricción en ello es esencial. En este sentido la ley de Dios corresponde a la ley criminal secular.

Para mostrarnos nuestro pecado. “Entonces, ¿cuál era el propósito de la ley? Fue añadida por causa de las transgresiones hasta que viniera la descendencia a la cual se hizo la promesa” (Gá 3:19). Como dice la edición New English Bible, la ley fue añadida “para hacer del mal comportamiento una ofensa legal”, o sea, para hacer que los hombres estuvieran claramente concientes de la distinción entre el bien y el mal. O como dice William Hendriksen, “para producir dentro de su corazón y su mente un naciente sentido de culpabilidad.”[10] J.B. Phillips lo expresa bien en su traducción de la Biblia: “Es el filo recto de la ley lo que nos muestra cuán torcidos somos” (Ro 3:20). Una vez que haya expuesto nuestra verdadera naturaleza, la ley puede lograr su próximo crucial propósito.

Para más estudio: Lee Deuteronomio 4:1. ¿Por qué redunda para nuestro propio bien obedecer la ley?

Traernos a Cristo. “Antes de venir esta fe”, escribió Pablo, “la ley nos tenía presos, encerrados hasta que la fe se revelara” (Gá 3:23). Tratar de cumplir las exigencias de la ley es una tarea inútil. Y eso, de hecho, es la verdadera revelación que la ley tiene la intención de dar. Existe para mostrarnos nuestra condición pecaminosa, débil y desesperante. “Así que la ley vino a ser nuestro guía encargado de conducirnos a Cristo, para que fuéramos justificados por la fe” (Gá 3:24). Una vez hayamos magullado nuestra legalista persona contra las inflexibles exigencias de la ley, estaremos listos para “volvernos a Dios y a su Hijo Jesucristo buscando perdón y poder”.[11]

Servir como una guía para una vida santa.. Como las guardas a lo largo de una carretera, la ley está diseñada para evitar que nos desviemos del camino. También clarifica el camino que debemos seguir. Torah, la palabra hebrea para “ley”, tiene varios significados, incluso “la clase de instrucción que un buen padre da a su hijo”.[12] Dios como nuestro Padre quiere evitarnos dificultades innecesarias. Si queremos vivir sabiamente, guardaremos su ley.

Una vez venimos a Cristo, nuestra relación con la ley cambia radicalmente. Nuestro motivo para obedecer sus decretos ya no es el temor sino la gratitud. Cuando nos damos cuenta de que el Dios que nos creó, nos redime, y nos sostiene con inmerecida gracia es digno de nuestra gozosa obediencia, diremos junto con el salmista, “¡Cuánto amo yo tu ley!” (Sal 119:97).

3 Amar la ley de Dios es una cosa; amar las leyes del Tío Sam es otra. ¿Cuál de las siguientes leyes amabas tú antes de ser cristiano? ¿Y ahora? (Marca todas las que apliquen.)
No-Cristiano Cristiano
No debes exceder el límite de velocidad
Debes dar cuenta de todas tus entradas que están sujetas a impuesto
No debes vender alcohol a los menores de edad
Debes usar el cinturón de seguridad

Los que consideran la ley fuera de moda e irrelevante posan varias preguntas que valen la pena responder:

“Pero ¿acaso no terminó la ley?”

Sólo como un medio para la justicia. “De hecho, Cristo es el fin de la ley, para que todo el que cree reciba la justicia” (Ro 10:4).

“¿No dijo Pablo que no estamos ‘bajo la ley’ (Ro 6:14)?”

Es verdad que ahora estamos bajo la gracia, no la ley, como la fuerza dominante en nuestra vida. Pero lo que Pablo quiso decir es que “ya no estamos bajo condenación por nuestro fracaso en guardar la ley”.[13]

“¿No anuló Jesús la ley?”

¿Es la ley obligatoria para el cristiano?... ‘No’ en el mismo sentido en que nuestra aceptación ante Dios no depende de ella. Cristo en su muerte cumplió totalmente con las exigencias de la ley, de modo que nosotros somos liberados de ella. Ya no tiene ningún derecho en nosotros. Ya no es nuestro Amo. ‘Sí’ en el sentido de que nuestra nueva vida todavía es una esclavitud. Todavía ‘servimos’. Todavía somos esclavos, aunque hemos sido dados de alta de la ley. Pero el motivo y los medios de nuestro servicio han sido alterados.

¿Por qué servimos? No porque la ley sea nuestra ama y tengamos que hacerlo, sino porque Cristo es nuestro esposo y queremos hacerlo. No porque la obediencia a la ley lleva a la salvación, sino porque la salvación lleva a la obediencia de la ley. La ley dice, Haz esto y vivirás. El evangelio dice, Tú vives, de modo que haz esto. El motivo ha cambiado.

[14]
— John R.W. Stott

Absolutamente no. “No piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento” (Mt 5:17). “Lo que Jesús destruyó”, escribe J.I. Packer, “eran inadecuadas exposiciones de la ley, no la ley en sí (Mt 5:21-48; 15:1-9; etc.). Al dar exposiciones más ciertas, Él en realidad volvió a publicar la ley”.[15] 14 Jesús clarificó el espíritu de la ley, diciendo en efecto, “No adulterio, ni siquiera en pensamiento. No asesinato, ni siquiera odio”.

Es gran privilegio del cristiano estar libre de la ley. Sin embargo, no debemos interpretar esto como un comentario despectivo de la ley. La culpa no está en la ley sino en nosotros; es débil porque nuestra carne es débil. Pero afortunadamente, lo que nosotros no pudimos hacer, Dios lo hizo por nosotros.

En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, pues no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. (Ro 8:3-4)

Meditate on Romans 10:4. Through our union with Christ, we have fully met the righteous requirements of the law.

We can sum up our discussion as follows: The law is still in effect and serves a valuable purpose, but through Christ our status under the law has forever changed. God’s role in our lives is now primarily that of Father, not Judge. When we sin we grieve him and are disciplined, but we are not disowned. His dealings with us are now the chastening love of a father, not the legal disapproval of a judge.

The Church

The Christian life is inescapably corporate. The idea of a holy man or woman apart from a holy church is foreign to the New Testament. And yet a large majority of Americans today think they can serve God just as effectively apart from the community of believers. In the words of one Gallup poll respondent, “I am my own church.”

One of the unfortunate consequences of American “rugged individualism” is an independent streak that keeps many from forming the lasting relationships that characterize the church. Resistance to commitment in the name of freedom results in stunted spiritual growth.

Then there is the fear that paralyzes people the moment they consider church involvement:

“What if they find out what I am really like?”

“Everybody but me has his or her life in order.”

“I’m not like everybody else.”

I’ve heard comments like these so often I can say with confidence that every church member has (or had) similar thoughts. The answer to such fears is that the church is composed of imperfect people who, with God’s help, are learning to follow him. No one has “arrived.” Are you imperfect? Great! You’ll fit right in.

"The Bible knows nothing of solitary religion. Sir, you wish to serve God and go to heaven? Remember, you cannot serve God alone. You must therefore find companions or make them."
— John Wesley

Selfishness is another problem that keeps people isolated from the fellowship of the church. Some folks are just too into themselves to be bothered with caring about anyone else. But the simple fact is, we need each other. “One cannot claim to be a Christian,” writes Charles Colson, “and at the same time claim to be outside the church. To do so is at the least hypocrisy—at the worst, blasphemy.”[16] Sanctification can only be worked out in the context of Christian community.

There is no substitute for the encouragement and admonishment that comes from faithful brothers and sisters in the church. The New Testament contains thirty “one another” passages showing the importance of shared lives. Besides, we all benefit from people who demonstrate faith in action, showing us how to be good husbands, wives, parents, friends, or workers. As mentioned in the previous chapter, taking part in a small group where you can know and be known is very important.

For Further Study: Read 1 Thessalonians 5:4-11. How does the last verse in this passage reinforce Paul’s call to live as “sons of the light”?

In addition to all this, it is to the Church that Christ has given the gifts of apostles, prophets, evangelists, pastors and teachers. Why? To equip the saints so the saints can fulfill the work of ministry to which they are called (Eph 4:11-13). God provides spiritual leadership for Christians within the local church. It is in the church that we receive pastoral care and are trained to serve. We may thank God for parachurch ministries and the good they do, but they are not indispensable. The Church is.

4 What are two (at least!) of the “indispensable” benefits you’ve gained by being involved in a local church?

The Sacraments

If you grew up attending church services, you are probably familiar with the sacraments. Though Christian traditions disagree on the number or practice of the sacraments, there are two—baptism and communion— that have always been regarded as distinctively Christian and central to the life of the Church. These two are equally essential in the life of each believer.

A sacrament is really a promise of God acted out before our eyes.[17] We are told that our sins are washed away by the blood of the Lamb. But then we are invited to give evidence of our faith in that promise by following Christ through the waters of baptism. Likewise, we are promised eternal life and fellowship with Jesus, and then allowed to commune with him as we receive the Lord’s own supper.

There is no magic in these acts. Baptism does not make one a Christian. Rather, only Christians qualify to be baptized. Nor is saving grace imparted through communion. Yet Christ is certainly present by his Spirit as we remember his broken body and shed blood.

These ordinances have great value for our sanctification. They are vivid experiential reminders of the great truths of the Christian faith—our redemption through the finished work of Jesus Christ and our abiding fellowship with him until he returns for us. Or, as Sinclair Ferguson has put it, they bring “fresh realization of our union and communion with Christ. They point us back to its foundation and forward to its consummation in glory.”[18] The sacraments keep these truths front and center, helping us maintain the firm footing essential for spiritual growth.

Worship and Praise

Recently I attended a conference on biblical counseling. Though the opening prayer was far from perfunctory, none of us were particularly moved. The next day’s session, however, began with worship. This time when the leader prayed before starting his message, verbal praise, lifted hands, and scattered “Amens” punctuated his every phrase. What was the difference? Worship had directed our hearts upward and softened us to the Spirit of God.

For Further Study: What did Elisha’s servant see when God lifted his vision above his circumstances? (2 Kings 6:15-17)

Among our great privileges as Christians, none is greater than the privilege of worship. Its power to restore perspective can hardly be overestimated. How easy it is in this fallen world to “get out of tune,” to lose touch with the greatness and mercy of God. Self-confidence on one hand and discouragement on the other can keep us from seeing our exalted Lord. But when we begin to worship...when his Spirit lifts our eyes to behold again the majesty and wonder of God...we are brought back into contact with eternal realities. Also, in magnifying God we invariably humble ourselves, and that puts us in a perfect position to receive grace. We would each do well to echo the hymn writer who said, “Come Thou Fount of every blessing, tune my heart to sing your praise.”

Psalm 95 provides us with a wonderful pattern for worship and an understanding of its role in sanctification:

5 Take a minute or two to read Psalm 77 and then answer the following questions:

•How is the psalmist’s heart out of tune (v.2,4,7-9)?

•How does he deal with his doubts (vv.10-12)?

•How does worship change his view of God (vv.13-20)?

Come, let us sing for joy to the Lord; let us shout aloud to the Rock of our salvation. Let us come before him with thanksgiving and extol him with music and song...Come, let us bow down in worship, let us kneel before the Lord our Maker; for he is our God and we are the people of his pasture, the flock under his care. Today, if you hear his voice, do not harden your hearts... (Ps 95:1-2,6-8)

After inviting us to sing, shout, thank, and extol, the psalmist urges us to bow in worship. He also warns us not to harden our hearts when we hear God’s voice. The connection is not merely coincidental: God frequently speaks to our hearts as we worship. He tells us of his majesty, his sovereignty over our lives, his providential care for us, and many other wonderful things. He may also reveal specific areas where we need to change or venture into new realms. If we fail to listen, or if we harden our hearts as Israel did so often during her wilderness wanderings, we risk God’s displeasure and discipline.

"The fuel of worship is a true vision of the greatness of God; the fire that makes the fuel burn white-hot is the quickening of the Holy Spirit; the furnace made alive and warm by the flame of truth is our renewed spirit; and the resulting heat of our affections is powerful worship, pushing its way out in confessions, longings, acclamations, tears, songs, shouts, bowed heads, lifted hands and obedient lives."[19]
— John Piper

As a pastor, I am keenly aware of the struggles people face throughout the week, and of my own limitations in helping them. But when we gather as a church to worship on Sunday mornings, I see how consistently God uses these times to shepherd his people. The discouraged, the lonely, and the fearful all find God’s strong and tender hands there to uphold them as they worship him.

I don’t think there is a more effective pastoral strategy for helping people than leading them into the place of worship where God himself can minister to them. In the place of worship, lives are changed.

Group Discussion

  1. What is one especially sacrificial thing you’ve done for someone else?
  2. “We love ourselves too much as it is,” says the author. (Page 70) Do you agree or disagree?
  3. Describe one trial you experienced which ultimately turned out for good.
  4. What specific benefits may result from trials you are facing right now?
  5. Did this chapter change the way you think of the law? Explain.
  6. What was the law never intended to do? (Page 75)
  7. In response to your invitation to attend church, your neighbor says (with just a trace of arrogance), “I am my own church.” How would you answer?
  8. Read aloud the quote by John Piper on this page. Why are obedient lives a natural byproduct of worship?

Recommended Reading

Disciplines for Life by C.J. Mahaney and John Loftness (Gaithersburg, MD: Sovereign Grace Ministries, 1992)

Trusting God by Jerry Bridges (Colorado Springs, CO: NavPress, 1988)

The Body by Charles Colson and Ellen Santilli Vaughn (Dallas, TX: Word, Inc., 1992)

Desiring God by John Piper (Portland, OR: Multnomah Press, 1986)

In the Shadow of the Cross: Studies in Self-Denial by Walter J. Chantry (Carlisle, PA: Banner of Truth, 1981)

References

  1. Watchman Nee, The Release of the Spirit (Coverdale, IN: The Sure Foundation, 1965), p. 16.
  2. A.W. Tozer, The Pursuit of God (Camp Hill, PA: Christian Publications, Inc., 1982), pp. 22-23."
  3. Walter Chantry, The Shadow of the Cross (Carlisle, PA: The Banner of Truth Trust, 1981), p. 7.
  4. Jerry Bridges, Transforming Grace (Colorado Springs, CO: NavPress, 1991), p. 182.
  5. D. Martyn Lloyd-Jones, Romans 8:17-39: The Final Perseverance of the Saints (Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House, 1975), pp. 169-170.
  6. Sinclair Ferguson, The Christian Life (Carlisle, PA: The Banner of Truth Trust, 1989), p. 174.
  7. J.I. Packer, Concise Theology (Wheaton, IL: Tyndale House, 1993), p.242.
  8. Bruce Milne, Know the Truth (Leicester, England: InterVarsity Press, 1982), p. 153, nota.
  9. R.C. Sproul, “The Law of God” en Tabletalk, April 1989.
  10. William Hendriksen, New Testament Commentary: Galatians (Grand Rapids, MI: Baker Book House, 1968), p. 140.
  11. J.I. Packer, The Ten Commandments (Wheaton, IL: Tyndale House, 1977), p. 12.
  12. Idem., p. 16.
  13. Anthony A. Hoekema, Saved by Grace (Grand Rapids, MI: Eerdmans Publishing Co., 1989), p. 225.
  14. John R.W. Stott, Men Made New (Grand Rapids, MI: Baker Book House, 1966, 1984), pp. 65-66.
  15. J.I. Packer, The Ten Commandments, pp. 17, 18.
  16. Charles Colson and Ellen Santilli Vaughn, The Body (Dallas, TX: Word, Inc., 1992), p. 70.
  17. David Powlison, Dynamics of Biblical Change, course syllabus (Laverock, PA: Christian Counseling and Educational Foundation, 1993), p. 5.
  18. Sinclair Ferguson, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, Donald L. Alexander, ed. (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1988), p. 74.
  19. John Piper, Desiring God (Portland, OR: Multnomah Press, 1986), p. 66.
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