How Can I Change?/Tools of the Trade (II)/es
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Negarte a Ti Mismo y una Vida de Discipulado
Hace algunos años la compañía Fritos introdujo un ‘chip’ extremadamente picante. Traté de disimular mi placer de que, siendo que los niños no los soportaban, yo no tendría que compartirlos.
En la tienda mis hijos me preguntaban: “Oye, papi, ¿por qué compramos esa clase? ¡A nosotros no nos gusta!” Yo sé, pensaba yo. Esa es precisamente la razón.
Después de pocos meses, Fritos descontinuó ese sabor...sin duda bajo órdenes desde arriba.
El famoso líder cristiano chino Watchman Nee escribió una vez, “Recordemos que la única razón de todo malentendimiento, toda inquietud, todo descontento, es que secretamente nos amamos a nosotros mismos”.[1] 1 Sólo puedo añadir que con algunos de nosotros, no es secreto. Podemos tratar de esconder nuestro egoísmo, pero inevitablemente las burbujas surgen a la superficie. Mucho mejor es obedecer el llamado de Jesús y tratar directamente con este amor de nosotros mismos.
Dirigiéndose a todos, declaró: "Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará." (Lc 9:23-24)
Cada día en la escuela de discipulado de Cristo se ofrecen nuevas oportunidades para negarse a sí mismo. ¿Por qué es tan importante esta muy olvidada clave para la vida cristiana? Porque vence el egoísmo, haciendo posible que amemos a Dios y a los demás.
— A.W. Tozer
Una arena en la que el egoísmo se expone muy rápidamente es el matrimonio. Con frecuencia he dicho a mi esposa (en chiste sólo a medias), “Cariño, no es que no te quiera. Mi problema es que me amo a mí mismo más”. Afortunadamente, Dios nos da una cruz hecha a la medida para desechar esas actitudes.
No te dejes engañar por la verborrea de los psicólogos que enseñan que debemos primero aprender a amarnos a nosotros mismo. Ya de por sí nos amamos a nosotros mismos demasiado. De hecho, nos damos el beneficio de la duda en casi toda posible circunstancia. Culpamos a otros por los conflictos mientras nos adulamos a nosotros mismos por tener nobles intenciones. Si sólo extendiéramos a los demás la misma gracia que nos otorgamos a nosotros mismos...qué mundo tan maravilloso sería éste.
Cuando Jesús dijo que uno de los requisitos para la vida eterna era amar al prójimo como a nosotros mismos no estaba sugiriendo que el amor de sí mismo era de ninguna manera deficiente. Más bien, estaba diciendo que amemos al prójimo como ya nos amamos a nosotros mismos - y eso es amar mucho. Pero no vendrá naturalmente. Puede ser una de las cosas menos naturales que hagas. Amar a los demás se logra sólo cuando practicamos negarnos a nosotros mismos en el camino del discipulado.
La negación de ti mismo y el amor se cruzan en el punto de servir. Jesús nos dio el supremo ejemplo cuando fue a la cruz en nuestro lugar. Ese fue el supremo acto de servicio sin egoísmo. Pero durante toda su vida Él puso las necesidades y el bienestar de los demás antes que los suyos. Ya sea lavando los pies de sus discípulos o dando de comer a las multitudes, nuestro Señor dirigió con su ejemplo. En Filipenses 2 Pablo podría señalar la actitud de servicio, de negación de sí mismo que demostró Jesús como una que todos los cristianos deben emular.
Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás. La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente tomando la naturaleza de siervo... (Fil 2:4-7)
— Walter Chantry
Otro libro en esta serie, Disciplines for Life (Disciplinas para la vida), explica en detalle las diversas maneras bíblicas en las que podemos practicar una vida de discipulado. Los ejercicios espirituales como el ayuno, la oración consistente, y la confesión exigen esfuerzo. Pero valen la pena; prometen recompensas ahora y en la vida venidera.
Pruebas en el Camino
Fue uno de los amigos de Job quien correctamente supuso, “con todo, el hombre nace para sufrir, tan cierto como que las chispas vuelan” (Job 5:7). Esa ha sido nuestra suerte desde la caída. Muchas de esas dificultades, por supuesto, resultan de nuestro propio pecado e insensatez. En más de una ocasión yo he trazado un dolor de cabeza a la tensión causada por mi propia necia persistencia en preocuparme. Cuando Clara y yo experimentamos fricción en nuestro matrimonio, es más probable que mi egoísmo sea el culpable. No debemos sorprendernos cuando padecemos las consecuencias de nuestro comportamiento pecaminoso. Sin embargo, el Señor en su gracia puede usar aún esas consecuencias para que crezcamos en santidad si nos arrepentimos y tratamos de aprender de ellas.
¿Pero qué de esas pruebas - esos escenarios como los de José - por los que no somos responsables? No es probable que nuestros familiares nos vendan como esclavos, pero hay momentos cuando los demás pecan contra nosotros, o cuando padecemos aflicciones sólo porque vivimos en un mundo caído.
José vio el cuadro completo. Reconoció su eterno destino y el destino de los que le rodeaban. Como consecuencia, pudo apreciar la manera en que Dios soberanamente dirigía las circunstancias de su vida. Como dijo a sus hermanos, “Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó el mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente” (Gn 50:20).
Cuando las cosas parecen ir en contra nuestra, debemos darnos cuenta de que nuestro Padre tiene un propósito en mente y está primordialmente interesado en cómo respondemos. De hecho, no es demasiado decir que Dios trama las dificultades para animarnos a seguir adelante en dependiente confianza en Él:
Recuerda que durante cuarenta años el SEÑOR tu Dios te llevó por todo el camino del desierto, y te humilló y te puso a prueba para conocer lo que había en tu corazón y ver si cumplirías o no sus mandamientos. Te humilló y te hizo pasar hambre, pero luego te alimentó con maná, comida que ni tú ni tus antepasados habían conocido, con lo que te enseñó que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del SEÑOR. (Dt 8:2-3)
¿Quién humilló y probó a los israelitas, llevándolos a un lugar de hambre? ¿Fue Satanás? No - fue Dios. ¿Por qué? Para que supieran cuánto necesitaban de una continua, vital relación con Él. Pausa un momento para dejar que esto penetre en tu mente: Dios está preparado a sacrificar tu felicidad temporal para lograr su eterno y clemente propósito en ti. Como cristiano genuino, para ti “Es necesario pasar por muchas dificultades para entrar en el reino de Dios” (Hch 14:22). No confundas con la crueldad o el descuido la amorosa disciplina de tu Padre.
— Jerry Bridges
José aprendió lo que todos debemos aprender: “que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito” (Ro 8:28). No algunas cosas, ni tan siquiera casi todas las cosas. Todas las cosas. Hasta en los casos de violación o de abuso sexual de un niño o defectos de nacimiento o enfermedades incurables, el soberano Dios siempre tiene un plan de redención que llevará a su mayor gloria.
Para comprender lo que Pablo dice aquí, debemos enfocarnos en los asuntos de Dios, no en los nuestros. Su propósito es que seamos conformados a la imagen de su Hijo. Por tanto, las dificultades o injusticias - aunque no nos parezcan favorables - cualifican como “bien” porque sirven para hacernos más como Cristo.
Esto no es fácil de aceptar ni de comprender. Yo no te culparía por preguntar, “Pero, ¿cómo puede Pablo decir que todas las cosas resultan para mi bien? Veo que muchas cosas resultan para mi bien, pero muchas otras parecen ir en contra mía”. Permíteme tratar de contestar eso con una ilustración.
Antes de la venida de los relojes digitales, el mecanismo interno de un reloj consistía de varias ruedas dentadas, unas se movían en una dirección y otras en la dirección opuesta. A primera vista parecería improbable que algo útil pudiera resultar de dicho arreglo. Pero cuando se le daba cuerda al resorte principal, aunque las ruedas se movieran en dirección opuesta, todas trabajaban juntas para mover las agujas del reloj hacia adelante.
Así es con el orden providencial de Dios del universo...y de nuestra vida.[5] Necesitamos darnos cuenta de que Dios está tan interesado en nuestro crecimiento espiritual (santificación) que está dispuesto a sacrificar nuestra felicidad temporal para asegurarnos las bendiciones eternas.
•Hombre ciego de nacimiento (Juan 9:3)
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•Cristianos perseguidos en Jerusalén (Hechos 8:1,4)
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•El vientre estéril de Elisabet (Lucas 1:5-7, 13-17)
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•La crucifixión de Jesús (Filipenses 2:8-11)
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•El llamado a Abraham para sacrificar a Isaac (Génesis 22:15-18)
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Es fácil ser cristiano cuando las cosas van bien. Pero en el calor de las circunstancias difíciles, algunos dudan poder mantener su lealtad a Cristo. Con frecuencia, de cristiano joven, yo leía el relato de cuando Pedro negó a Cristo y me preguntaba si yo algún día haría lo mismo. Quizás tú has tenido pensamientos parecidos. Pero el hecho es que Jesús oró por Pedro y a través de la gracia lo restauró a un lugar de gran utilidad.
La razón por la que perseveramos como cristianos es porque Dios mismo nos preserva:
La razón por la que perseveramos como cristianos es porque Dios mismo nos preserva: Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la mano. Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos; y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar. El padre y yo somos uno. (Jn 10:27-30)
Es difícil imaginarse una declaración de protección que sea más enfática y alentadora.
— Sinclair Ferguson
“La doctrina [de la perseverancia] declara que los regenerados son salvos a través de la perseverancia en fe y una vida cristiana hasta el final, y que es Dios quien los mantiene perseverando”, escribe J.I. Packer.[7] La Palabra de Dios nos dice que Jesucristo salva “por completo” a todos los que por medio de Él se acercan a Dios (Heb 7:25).
Por tanto, todo cristiano puede tener la seguridad de que perseverará, no por la propia fortaleza ni la habilidad de ningún individuo, sino porque Dios es fiel para guardarnos.
El Lugar de la Ley
CLos cristianos con frecuencia se confunden acerca del lugar que tiene la ley de Dios en la santificación. Yo he oído a algunos proclamar altamente, sin ninguna cualificación, que la ley ha sido abolida - y que de buena nos libramos. Y he oído exactamente lo opuesto de otros cuyo plan para reformar a la sociedad incluye volver a instituir en su totalidad la ley del Antiguo Testamento, administrada al igual que la ley islámica es puesta en vigencia en algunos países islámicos fundamentalistas hoy. Según lo veo yo, ningún extremo hace justicia a la enseñanza del Antiguo Testamento sobre el tema.
Pero antes de pasar más adelante, clarifiquemos lo que queremos decir con “la ley”. Estoy endeudado con el teólogo Bruce Milne por la siguiente descripción:
Por “ley” aquí se quiere decir las prescripciones morales fundamentales del Antiguo Testamento resumidas en el decálogo [los Diez mandamientos]. Las leyes ceremoniales del Antiguo Testamento han sido reemplazadas en el sentido de que Cristo las ha cumplido; la legislación social del Antiguo Testamento cesó de ser normativa en el sentido de que la iglesia ha reemplazado la teocracia de Israel. Los principios subyacentes de las leyes ceremoniales y sociales tienen continua relevancia y aplicación.[8]
La definición de Milne representa la destilación de mucho del bastante razonado estudio teológico. Hace importantes distinciones entre el uso de la ley ahora y la manera en que se aplicaba durante la época del Antiguo Testamento. También toma en cuenta la absoluta importancia de la persona y obra de nuestro Señor, cuya venida, aunque de acuerdo a la ley, resultó en un reconocimiento totalmente nuevo de lo que significa la ley. La Escritura muestra la transición que hemos hecho de esclavos de la ley a hijos: “Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos” (Gá 4:4-5).
— R.C. Sproul
Milne ha refutado a los presuntos reformadores que buscan institucionalizar las leyes mosaicas, pero todavía es necesario dirigirnos a los que consideran que la ley ha sido anulada y cancelada. ¿Es la ley una ayuda continua o un estorbo pasado de moda?
La inequívoca respuesta a esta pregunta es...las dos cosas. Si vemos la ley como un medio de aparecer justos ante Dios (justificación), entonces nos estorbará para lograr verdadera justificación como los fariseos. Ellos no vieron que guardar la ley nunca fue con el fin de justificarnos, ni siquiera bajo el Antiguo Pacto. Por otro lado, si entendemos el propósito de Dios para la ley, entonces permanece un medio útil en nuestra búsqueda de la santificación.
La ley siempre ha representado el carácter de Dios, reflejando su interés en la santidad. Y los Diez mandamientos todavía sirven como el eficaz resumen de las expectaciones morales y éticas que Dios tiene de la raza humana.
Hagámonos otra pregunta fundamental: ¿Por qué Dios dio estas “prescripciones morales” en primer lugar? Si la ley nunca ha tenido el propósito de santificarnos, ¿cuál es su propósito?
Detener el mal. Según la Escritura, la ley se ha instituido para refrenar la propagación del mal (1Ti 1:9-11). Debido a que la falta de ley amenaza la santidad individual y de la sociedad, cierta restricción en ello es esencial. En este sentido la ley de Dios corresponde a la ley criminal secular.
Para mostrarnos nuestro pecado. “Entonces, ¿cuál era el propósito de la ley? Fue añadida por causa de las transgresiones hasta que viniera la descendencia a la cual se hizo la promesa” (Gá 3:19). Como dice la edición New English Bible, la ley fue añadida “para hacer del mal comportamiento una ofensa legal”, o sea, para hacer que los hombres estuvieran claramente concientes de la distinción entre el bien y el mal. O como dice William Hendriksen, “para producir dentro de su corazón y su mente un naciente sentido de culpabilidad.”[10] J.B. Phillips lo expresa bien en su traducción de la Biblia: “Es el filo recto de la ley lo que nos muestra cuán torcidos somos” (Ro 3:20). Una vez que haya expuesto nuestra verdadera naturaleza, la ley puede lograr su próximo crucial propósito.
Traernos a Cristo. “Antes de venir esta fe”, escribió Pablo, “la ley nos tenía presos, encerrados hasta que la fe se revelara” (Gá 3:23). Tratar de cumplir las exigencias de la ley es una tarea inútil. Y eso, de hecho, es la verdadera revelación que la ley tiene la intención de dar. Existe para mostrarnos nuestra condición pecaminosa, débil y desesperante. “Así que la ley vino a ser nuestro guía encargado de conducirnos a Cristo, para que fuéramos justificados por la fe” (Gá 3:24). Una vez hayamos magullado nuestra legalista persona contra las inflexibles exigencias de la ley, estaremos listos para “volvernos a Dios y a su Hijo Jesucristo buscando perdón y poder”.[11]
Servir como una guía para una vida santa.. Como las guardas a lo largo de una carretera, la ley está diseñada para evitar que nos desviemos del camino. También clarifica el camino que debemos seguir. Torah, la palabra hebrea para “ley”, tiene varios significados, incluso “la clase de instrucción que un buen padre da a su hijo”.[12] Dios como nuestro Padre quiere evitarnos dificultades innecesarias. Si queremos vivir sabiamente, guardaremos su ley.
Una vez venimos a Cristo, nuestra relación con la ley cambia radicalmente. Nuestro motivo para obedecer sus decretos ya no es el temor sino la gratitud. Cuando nos damos cuenta de que el Dios que nos creó, nos redime, y nos sostiene con inmerecida gracia es digno de nuestra gozosa obediencia, diremos junto con el salmista, “¡Cuánto amo yo tu ley!” (Sal 119:97).
3 Amar la ley de Dios es una cosa; amar las leyes del Tío Sam es otra. ¿Cuál de las siguientes leyes amabas tú antes de ser cristiano? ¿Y ahora? | (Marca todas las que apliquen.) | |
No-Cristiano | Cristiano | |
❏ | No debes exceder el límite de velocidad | ❏ |
❏ | Debes dar cuenta de todas tus entradas que están sujetas a impuesto | ❏ |
❏ | No debes vender alcohol a los menores de edad | ❏ |
❏ | Debes usar el cinturón de seguridad | ❏ |
Los que consideran la ley fuera de moda e irrelevante posan varias preguntas que valen la pena responder:
“Pero ¿acaso no terminó la ley?”
Sólo como un medio para la justicia. “De hecho, Cristo es el fin de la ley, para que todo el que cree reciba la justicia” (Ro 10:4).
“¿No dijo Pablo que no estamos ‘bajo la ley’ (Ro 6:14)?”
Es verdad que ahora estamos bajo la gracia, no la ley, como la fuerza dominante en nuestra vida. Pero lo que Pablo quiso decir es que “ya no estamos bajo condenación por nuestro fracaso en guardar la ley”.[13]
“¿No anuló Jesús la ley?”
¿Por qué servimos? No porque la ley sea nuestra ama y tengamos que hacerlo, sino porque Cristo es nuestro esposo y queremos hacerlo. No porque la obediencia a la ley lleva a la salvación, sino porque la salvación lleva a la obediencia de la ley. La ley dice, Haz esto y vivirás. El evangelio dice, Tú vives, de modo que haz esto. El motivo ha cambiado.
[14]— John R.W. Stott
Absolutamente no. “No piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento” (Mt 5:17). “Lo que Jesús destruyó”, escribe J.I. Packer, “eran inadecuadas exposiciones de la ley, no la ley en sí (Mt 5:21-48; 15:1-9; etc.). Al dar exposiciones más ciertas, Él en realidad volvió a publicar la ley”.[15] 14 Jesús clarificó el espíritu de la ley, diciendo en efecto, “No adulterio, ni siquiera en pensamiento. No asesinato, ni siquiera odio”.
Es gran privilegio del cristiano estar libre de la ley. Sin embargo, no debemos interpretar esto como un comentario despectivo de la ley. La culpa no está en la ley sino en nosotros; es débil porque nuestra carne es débil. Pero afortunadamente, lo que nosotros no pudimos hacer, Dios lo hizo por nosotros.
En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, pues no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. (Ro 8:3-4)
Podemos resumir nuestra discusión como sigue: La ley todavía está en efecto y tiene un propósito valioso, pero a través de Cristo nuestro estado bajo la ley ha cambiado para siempre. El papel de Dios en nuestra vida ahora es principalmente el de Padre, no Juez. Cuando pecamos lo entristecemos y somos disciplinados, pero no somos repudiados. Su trato con nosotros ahora es el amor castigador de un padre, no la desaprobación legal de un juez.
La Iglesia
La vida cristiana es ineludiblemente corporativa. La idea de un hombre santo o de una mujer santa aparte de una iglesia santa es ajena al Nuevo Testamento. Sin embargo una gran mayoría de norteamericanos hoy creen que pueden servir a Dios con igual eficacia aparte de la comunidad de creyentes. En las palabras de un participante en una encuesta de Gallup, “Yo soy mi propia iglesia”.
Una de las desafortunadas consecuencias del “robusto individualismo” norteamericano es una vena que evita a muchos formar las relaciones duraderas que caracterizan a la iglesia. La resistencia a comprometerse en nombre de la libertad resulta en un mal desarrollado crecimiento espiritual.
Luego está el temor que paraliza a la gente el momento en que considera participar en la iglesia:
“¿Y qué si se dan cuenta de cómo en realidad soy?”
“Todos menos yo tienen su vida en orden”.
“Yo no soy como todos los demás”.
Yo he oído tantos comentarios como éstos que puedo decir con confianza que todos los miembros de las iglesias tienen (o han tenido) pensamientos parecidos. La respuesta a esos temores es que la iglesia se compone de personas imperfectas que, con la ayuda de Dios, están aprendiendo a seguirlo. Nadie ya “ha llegado”. ¿Eres imperfecto? ¡Excelente! Cabrás muy bien.
— John Wesley
El egoísmo es otro problema que mantiene a la gente asilada de la hermandad de la iglesia. Algunos son demasiado ensimismados como para molestarse con interesarse por ninguna otra persona. Pero el simple hecho es que nos necesitamos los unos a los otros. “Uno no puede decir ser cristiano”, escribe Charles Colson, “y al mismo tiempo decir que vive fuera de la iglesia. Hacerlo así es en el mejor de los casos hipocresía - en el peor de los casos, blasfemia”.[16] La santificación sólo se puede desarrollar en el contexto de la comunidad cristiana.
No hay substituto para el aliento y la admonición que vienen de los fieles hermanos en la iglesia. El Nuevo Testamento contiene treinta pasajes con “unos a los otros” mostrando la importancia de las vidas compartidas. Además, todos nos beneficiamos de las personas que demuestran fe en acción, enseñándonos así cómo ser buenos esposos, esposas, padres, amigos, o trabajadores. Como se mencionó en el capítulo anterior, es muy importante formar parte de un grupo pequeño donde uno puede conocer y ser conocido.
Además de todo esto, es a la Iglesia que Cristo ha dado los dones de apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. ¿Por qué? Para preparar a los santos para que los santos puedan cumplir con la obra del ministerio al que son llamados (Ef 4:11-13). Dios da dirección espiritual para los cristianos dentro de la iglesia local. Es en la iglesia que recibimos cuidado pastoral y somos preparados para servir. Podemos dar gracias a Dios por los ministerios de apoyo a la iglesia y el bien que hacen, pero no son indispensables. La Iglesia sí lo es.
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Los sacramentos
Si creciste asistiendo a los cultos de la iglesia, probablemente conoces muy bien los sacramentos. Aunque las tradiciones cristianas no están de acuerdo con el número o la práctica de los sacramentos, hay dos - bautismo y comunión - que siempre se han considerado como distintivamente cristianos y centrales a la vida de la Iglesia. Estos dos son igualmente esenciales en la vida de cada creyente.
Un sacramento en realidad es una promesa de Dios puesta en acción ante nuestros ojos.[17] Se nos dice que nuestros pecados han sido lavados por la sangre del Cordero. Pero luego se nos invita a dar evidencia de nuestra fe en esa promesa al seguir a Cristo por medio de las aguas del bautismo. De igual manera, se nos promete vida eterna y hermandad con Jesús, y luego se nos permite tener comunión con Él cuando recibimos la propia cena del Señor.
No hay ninguna magia en estos actos. El bautismo no lo hace a uno cristiano. Más bien, sólo los cristianos cualifican para ser bautizados. Ni tampoco se imparte gracia salvadora a través de la comunión. Sin embargo Cristo está presente por su Espíritu cuando recordamos su cuerpo inmolado y su sangre derramada.
Estas ordenanzas tienen gran valor para nuestra santificación. Son vívidos recordatorios experimentales de las grandes verdades de la fe cristiana - nuestra redención a través de la obra consumada de Jesucristo y de nuestra inmanente comunión con Él hasta que vuelva por nosotros. O, como lo dice Sinclair Ferguson, traen “nueva realización de nuestra unión y comunión con Cristo. Nos señalan hacia atrás a su fundamento y hacia adelante a su consumación en gloria”.[18] Los sacramentos mantienen estas verdades al frente y en el centro, ayudándonos a mantenernos firmes, lo que es esencial para el crecimiento espiritual.
Alabanza y Adoración
Hace poco asistí a una conferencia sobre asesoramiento bíblico. Aunque la oración de apertura estaba lejos de ser superficial, ninguno de nosotros nos sentimos particularmente movidos. Sin embargo, la sesión del día siguiente comenzó con alabanza. Esta vez cuando el dirigente oró antes de comenzar su mensaje, la alabanza verbal, las manos levantadas y un “Amén” aquí y allá acompañaron cada una de sus frases. ¿Cuál fue la diferencia? La alabanza nos había dirigido el corazón hacia arriba y nos había ablandado hacia el Espíritu de Dios.
Entre nuestros grandes privilegios como cristianos, ninguno es más grande que el privilegio de alabar. Su poder para restaurar la perspectiva apenas se puede sobreestimar. Cuán fácil es en este mundo caído ponerse “fuera de tono”, perder la conexión con la grandeza y misericordia de Dios. La confianza en sí mismo por un lado y el desánimo por otro puede evitar que veamos a nuestro Señor exaltado. Pero cuando comenzamos a alabar...cuando su Espíritu nos levanta los ojos para contemplar de nuevo la majestad y maravilla de Dios...se nos vuelve a poner en contacto con las realidades eternas. También al magnificar a Dios invariablemente nos humillamos, y eso nos pone en una posición perfecta para recibir gracia. Todos haríamos bien en hacer eco al escritor del himno que dijo, “Ven Tú Fuente de toda bendición, entona mi corazón para cantarte mi adoración”.
Psalm 95 provides us with a wonderful pattern for worship and an understanding of its role in sanctification:
•¿Cómo es que el corazón del salmista está fuera de tono (v. 2,4,7-9)?
•How does he deal with his doubts (vv.10-12)?
•How does worship change his view of God (vv.13-20)?
Come, let us sing for joy to the Lord; let us shout aloud to the Rock of our salvation. Let us come before him with thanksgiving and extol him with music and song...Come, let us bow down in worship, let us kneel before the Lord our Maker; for he is our God and we are the people of his pasture, the flock under his care. Today, if you hear his voice, do not harden your hearts... (Ps 95:1-2,6-8)
After inviting us to sing, shout, thank, and extol, the psalmist urges us to bow in worship. He also warns us not to harden our hearts when we hear God’s voice. The connection is not merely coincidental: God frequently speaks to our hearts as we worship. He tells us of his majesty, his sovereignty over our lives, his providential care for us, and many other wonderful things. He may also reveal specific areas where we need to change or venture into new realms. If we fail to listen, or if we harden our hearts as Israel did so often during her wilderness wanderings, we risk God’s displeasure and discipline.
— John Piper
As a pastor, I am keenly aware of the struggles people face throughout the week, and of my own limitations in helping them. But when we gather as a church to worship on Sunday mornings, I see how consistently God uses these times to shepherd his people. The discouraged, the lonely, and the fearful all find God’s strong and tender hands there to uphold them as they worship him.
I don’t think there is a more effective pastoral strategy for helping people than leading them into the place of worship where God himself can minister to them. In the place of worship, lives are changed.
Group Discussion
- What is one especially sacrificial thing you’ve done for someone else?
- “We love ourselves too much as it is,” says the author. (Page 70) Do you agree or disagree?
- Describe one trial you experienced which ultimately turned out for good.
- What specific benefits may result from trials you are facing right now?
- Did this chapter change the way you think of the law? Explain.
- What was the law never intended to do? (Page 75)
- In response to your invitation to attend church, your neighbor says (with just a trace of arrogance), “I am my own church.” How would you answer?
- Read aloud the quote by John Piper on this page. Why are obedient lives a natural byproduct of worship?
Recommended Reading
Disciplines for Life by C.J. Mahaney and John Loftness (Gaithersburg, MD: Sovereign Grace Ministries, 1992)
Trusting God by Jerry Bridges (Colorado Springs, CO: NavPress, 1988)
The Body by Charles Colson and Ellen Santilli Vaughn (Dallas, TX: Word, Inc., 1992)
Desiring God by John Piper (Portland, OR: Multnomah Press, 1986)
In the Shadow of the Cross: Studies in Self-Denial by Walter J. Chantry (Carlisle, PA: Banner of Truth, 1981)
References
- ↑ Watchman Nee, The Release of the Spirit (Coverdale, IN: The Sure Foundation, 1965), p. 16.
- ↑ A.W. Tozer, The Pursuit of God (Camp Hill, PA: Christian Publications, Inc., 1982), pp. 22-23."
- ↑ Walter Chantry, The Shadow of the Cross (Carlisle, PA: The Banner of Truth Trust, 1981), p. 7.
- ↑ Jerry Bridges, Transforming Grace (Colorado Springs, CO: NavPress, 1991), p. 182.
- ↑ D. Martyn Lloyd-Jones, Romans 8:17-39: The Final Perseverance of the Saints (Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House, 1975), pp. 169-170.
- ↑ Sinclair Ferguson, The Christian Life (Carlisle, PA: The Banner of Truth Trust, 1989), p. 174.
- ↑ J.I. Packer, Concise Theology (Wheaton, IL: Tyndale House, 1993), p.242.
- ↑ Bruce Milne, Know the Truth (Leicester, England: InterVarsity Press, 1982), p. 153, nota.
- ↑ R.C. Sproul, “The Law of God” en Tabletalk, April 1989.
- ↑ William Hendriksen, New Testament Commentary: Galatians (Grand Rapids, MI: Baker Book House, 1968), p. 140.
- ↑ J.I. Packer, The Ten Commandments (Wheaton, IL: Tyndale House, 1977), p. 12.
- ↑ Idem., p. 16.
- ↑ Anthony A. Hoekema, Saved by Grace (Grand Rapids, MI: Eerdmans Publishing Co., 1989), p. 225.
- ↑ John R.W. Stott, Men Made New (Grand Rapids, MI: Baker Book House, 1966, 1984), pp. 65-66.
- ↑ J.I. Packer, The Ten Commandments, pp. 17, 18.
- ↑ Charles Colson y Ellen Santilli Vaughn, The Body (Dallas, TX: Word, Inc., 1992), p. 70.
- ↑ David Powlison, Dynamics of Biblical Change, programa de clase (Laverock, PA: Christian Counseling and Educational Foundation, 1993), p. 5.
- ↑ Sinclair Ferguson, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, Donald L. Alexander, ed. (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1988), p. 74.
- ↑ John Piper, Desiring God (Portland, OR: Multnomah Press, 1986), p. 66.