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Todo cristiano cree en una expiación limitada. Esto les podrá sonar ridículo a mis amigos Arminianos porque desde hace tiempo se ha asumido que solo los calvinistas siguen firmes en la temida “L” de limitación, según los Cinco Puntos del Calvinismo, denominados también TULIPÁN, por sus siglas en inglés. Pero si se reconoce la muerte de Jesucristo como una expiación real (y no solo potencial), entonces la pregunta de la limitación no puede escaparse, a menos que creas en la mentira del universalismo. 

Significa reconocer que la muerte de Cristo realmente expió los pecados, lo que nos guía en nuestra interpretación de esos maravillosos textos que hablan de la gran magnitud de Su trabajo de salvación. Por ejemplo, Juan escribe que Jesús es “el sacrificio por el perdón de nuestros pecados, y no sólo por los nuestros sino por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2). La opción aquí no es entre el Calvinismo y el Arminianismo, sino entre el Calvinismo y el universalismo. Si “mundo” significa “todas y cada una de las personas que han vivido o que vivirán” entonces todos serán salvos, dada la naturaleza objetiva de la propiciación. Ningún pecado quedaría sin ser pagado — incluyendo el pecado de incredulidad.

Nadie que tome en serio las enseñanzas de la Biblia sobre el infierno y el juicio podría aceptar el universalismo, lo cual significa que Juan usa la palabra “mundo” aquí para referirse a algo diferente a todas y cada una de las personas que han vivido o que vivirán (como a menudo lo hace; ver Juan 14:19; 16:8; 18:20; 1 Juan 2:15,). El interés de Juan es declarar que Jesús es el único Salvador que el mundo tiene. Su muerte redime a la gente, no solo a los judíos o americanos, o a cualquier otro grupo, sino a todo el mundo.

El Calvinismo protege de la herejía del universalismo por un lado, y del error de reducir la naturaleza objetiva de la expiación por el otro. Los calvinistas reconocen que la muerte de Jesús salva a todos aquellos para quienes fue destinada. En otras palabras, la expiación es vista con límites en su alcance y propósito. Todos aquellos por quienes Cristo murió, serán salvos.

El Arminianismo, sin embargo, no puede tener éxito en guardarnos de tales errores. Los Arminianos alegan que la muerte de Jesús fue pensada para salvar a todas y cada una de las personas en la historia sin hacerlo realmente. La expiación como tal no salvó a todos aquellos para quienes estaba dirigida. En otras palabras, la visión de los Arminianos, al alegar que la expiación es ilimitada en su alcance, se ve forzada a concluir que es limitada en su eficacia. Ya que no cumplió con su propósito universal.

La diferencia entre estos dos puntos de vista es como la diferencia entre un puente angosto que se extiende sobre un valle, y un puente ancho que solo llega hasta la mitad. ¿A quién le importa qué tan ancho es el puente si no le lleva hasta el otro lado?

Esta diferencia es lo que hizo a Charles Spurgeon argumentar que el Arminianismo, aún más que el Calvinismo, limita la expiación de Cristo. Los Arminianos dicen, “Cristo ha muerto para que todo hombre sea salvo si — y listan ciertas condiciones para la salvación. ¿Ahora quién está limitando la muerte de Cristo? Pues eres tú. Tú dices que Cristo no murió infaliblemente para asegurar la salvación de nadie. De manera que cuando dices que limitamos la muerte de Cristo, decimos, ‘No, mi estimado señor, eres tú quien lo hace’. Nosotros decimos que Cristo murió para infaliblemente asegurar la salvación de una multitud que nadie puede contar, quienes a través de la muerte de Cristo no solo podrán ser salvos, sino que serán salvos, deben ser salvos y no podrán, por ningún motivo, correr el riesgo de ser nada menos que salvos. De la bienvenida a su expiación; puede quedársela. Nunca renunciaremos a la nuestra solo porque si” (Sermones de Spurgeon, vol. 4, p. 228).

Bueno, ¿cuál es “nuestra” visión de la expiación que Spurgeon tan apasionadamente defiende? Específicamente, es el comprender que Jesús realmente redime a todos. Su intención era redimirnos cuando vertió Su sangre en la cruz. Tal como el sacerdote del viejo pacto usaba los nombres de las doce tribus de Israel en su coraza al hacer el sacrificio, así, nuestro Gran Sacerdote, en el nuevo pacto, tenía los nombres de su gente inscritos en su corazón al ofrecerse a sí mismo como sacrificio por sus pecados.

En Juan 10, Jesús claramente anuncia cuál es el enfoque particular de Su muerte expiatoria. Se llama a sí mismo el “Buen Pastor” que “da su vida por sus ovejas” (Juan 10:11). Poco después, describe a sus ovejas como aquellos que le han sido dados a Él por su Padre. Además, declara a unos Israelitas no creyentes, “ustedes no creen porque no son de mi rebaño” (Juan 10:26–29 NKJV).

La plegaria de nuestro Señor en Juan 17 muestra el mismo tipo de alcance limitado. A medida que se prepara para Su muerte y sacrificio por Su gente, ora específicamente — es más, exclusivamente — por ellos. Ellos son los que el Padre le ha dado del mundo (v. 6).

Consecuentemente, Su intercesión sacerdotal estaba limitada a ellos: “Ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que me has dado, porque son tuyos.” (v. 9). Es inconcebible que Jesús no orase por aquellos por quienes estaba a punto de morir como sacrificio substitutivo. Aquellos por quienes oró son los mismos por quienes murió.

La doctrina de la expiación limitada, o redención particular, no sugiere nada inadecuado en la muerte de Cristo. Debido a que fue Él quien la sufrió, la muerte de Jesús tiene un valor infinito. Los Cánones de Dort hacen todo lo posible para establecer este punto y declaran simplemente que “la muerte del Hijo de Dios … es de infinito valor, abundantemente suficiente para expiar los pecados del mundo entero” (2.3).

La limitación de la expiación procede de la intención y propósito de Dios al enviar a Jesús a la cruz. El trabajo redentor de Cristo fue pensado para ser una expiación particular para Su propia gente — aquellos que el Padre le dio. Su muerte estaba dirigida a salvar a los elegidos.

Jesús enseña que todo Su ministerio redentor se llevó a cabo en cumplimiento de un plan divino preestablecido. Esto es lo que quiere decir en Juan 6:38–39: “Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la del que me envió. Y ésta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el día final.”

Los teólogos se refieren a este arreglo como el convenio de redención en el cual, antes del inicio de la historia, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo prometieron llevar a cabo la salvación de los caídos. Por pura misericordia y gracia, el Padre escogió individuos para ser salvos (Rom. 9:11–13; Efe. 1:4; 2 Tes. 2:13). Estos escogidos se los dio a Su Hijo (Juan 6:37, 39; 17:6, 9, 24) quien se entregó a sí mismo para lograr su salvación a través de su misión de encarnación y redención (Marcos 10:45; Juan 10:11). Para mantener esta agenda divina, el Espíritu es enviado al mundo por el Padre y el Hijo (Juan 15:26; 16:5–15) para aplicar el trabajo de Cristo en aquellos que el Padre le dio al Hijo y por quienes el Hijo murió.

Esta visión de la expiación garantiza el éxito del evangelismo. Dios tiene gente que será salva infaliblemente a través de la predicación del Evangelio. Él los ha escogido. Cristo ha muerto por ellos y el Espíritu los regenerará a través del mensaje de salvación. Esta verdad ayudó a Pablo a seguir adelante a pesar del desánimo en Corinto (Hechos 18:9–10), y nos ayudará a nosotros a seguir adelante en nuestro esfuerzo evangelístico hoy en día — no solo localmente sino globalmente (Apo. 5:9).

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