This Great Salvation/Justified by Christ/es
From Gospel Translations
Antes de que Martín Lutero se hiciera famoso por el papel fundamental que tuvo en la Reforma, se lo conocía por toda Europa como un brillante estudiante de leyes. Lo que más afectó a este monje agustino fue su estudio de la ley de Dios en las Escrituras. Al meditar en los mandamientos de Dios, se dio cuenta de su ira. Siempre que estudiaba la persona y obra de Jesucristo sabía que El era el justo que llegaría a juzgarlo al final.
Esa impresión persistente plagaba a Martín Lutero con un sentimiento opresivo de culpabilidad. Mientras sus contemporáneos pasaban minutos confesando sus pecados, él pasaba horas. Algunos creían que era mentalmente inestable.
El teólogo Anthony Hoekema describe la angustia mental que llevó a Lutero a hacer el gran descubrimiento teológico:
Martín Lutero lo había probado todo: Dormir en suelos duros, dejar de comer, hasta subir de rodillas una escalera en Roma – pero todo fue en vano. Sus maestros en el monasterio le dijeron que hacía lo suficiente para tener paz en el alma. Pero él no tenía paz. Su consciencia del pecado era demasiado profunda.
El había estado estudiando los Salmos. Con frecuencia mencionaban “la justicia de Dios”. Pero esta palabra lo molestaba. El pensaba que quería decir la justicia disciplinaria de Dios, con la que El castiga a los pecadores. Y Lutero sabía que él era un pecador. Así que cuando vio la palabra justicia en la Biblia, se enojó.
Un día abrió la Biblia al libro de Romanos. Ahí leyó sobre el evangelio de Cristo que es poder de Dios para la salvación (1:16). ¡Estas eran buenas nuevas! Pero elsiguiente versículo decía: “De hecho, en el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios” -ahí estaba otra vez esa palabra mala: ¡justicia! Y volvió la depresión de Lutero. Se hizo peor cuando pasó a leer sobre la ira de Dios revelada desde el cielo contra toda injusticia de los seres humanos (v. 18).
Así que Lutero volvió al versículo 17. ¿Cómo pudo Pablo haber escrito palabras tan terribles?. . . De repente lo inundó la luz. La “justicia de Dios” que Pablo tenía en mente aquí no era la justicia disciplinaria que lo hace castigar a los pecadores, sino más bien una justicia que Dios da al pecador necesitado, y que ese pecador acepta por fe. Esta era una justicia sin mancha y perfecta, ganada por Cristo, que Dios da a todo aquél que cree. Lutero ya no necesitaba buscar la base para la paz del alma en sí mismo, en sus propias buenas obras. Ahora podía ver fuera de sí mismo a Cristo, y vivir por fe en vez de arrastrarse en el temor. En ese momento nació la Reforma Protestante.[2]
Lutero procedería a decir que la doctrina de la justificación es el artículo por el cual la Iglesia permanece o perece. “Solo este artículo es la cabeza y piedra angular de la Iglesia el cual engendra, alimenta, edifica, y protege a la Iglesia. Sin él la iglesia de Dios no podría subsistir ni por una hora.”[3] En otro punto añadió: “Si el artículo de la justificación se llega a perder, entonces se pierde toda la verdadera doctrina cristiana.”[4]
Como hemos aprendido en el capítulo anterior, el temor a la ira de Dios que tenía Lutero era justificado. Todos los cristianos necesitan recordar quiénes y qué eran antes: Perversos en su comportamiento, enemigos de Dios, completamente alejados de El, y objetos de su ira. Pero identificarse con el pasado tiene valor sólo hasta el punto en que nos hace más conscientes y nos maravillamos más de nuestro lugar actual en Cristo. Debemos reconocer quiénes somos ahora por el regalo misericordioso de la justificación.
Los que han recibido la obra justificadora de Cristo han experimentado un cambio dramático, extraordinario. Hemos sido justificados por fe a través de la asombrosa gracia del Dios Todopoderoso. Sin un conocimiento correcto y experimental de la justifiación, la Iglesia “no podría subsistir ni por una hora”. . . al menos con ningún grado de autenticidad. Tampoco podríamos nosotros.
¿Posición o Proceso?
La palabra justificación es un término legal que significa “pronunciar o declarar justo”. Hoekema define la justificación como “un cambio permanente en nuestra relación judicial con Dios en la que estamos absueltos de la acusación de culpa, y por la cual Dios perdona todos nuestros pecados en base a la obra consumada de Jesucristo.”[5] Aunque somos culpables ante el santo Juez de todo, habiendo violado su ley y merecer su ira, El nos ha declarado justos. ¿Cómo? En base a lo que Jesucristo logró en la Cruz. Sólo la Cruz puede hacernos aceptables ante Dios.
La justificación es un regalo que recibimos de Dios, no es algo que logramos o que alcanzamos. No somos responsables ni capaces de contribuir a nuestra justificación ante Dios. Este estado de ser justos no se puede ganar ni merecer, sólo se puede aceptar y apreciar. Recibimos lo que Cristo y sólo Cristo ha logrado por nosotros.
Para poder entender plenamente esta impresionante verdad, es esencial que diferenciemos entre la justificación y la santificación. Aunque estas dos doctrinas son inseparables, debemos distinguir entre sus respectivos papeles en la vida de fe.
Justificación quiere decir que somos declarados justos. Santificación quiere decir que estamos siendo hechos justos. (¡Sólo comprende esa diferencia y tu vida jamás será igual!) La justificación es el regalo de la justicia; santificación es la práctica de la justicia. Quizás lo más crítico es que la justificación es una posición – establecida inmediata y completamente en el momento de la conversión – mientras que la santificación es un proceso de cambio interno y de desarrollo de carácter que comienza en la regeneración y continúa mientras vivimos. “En las Escrituras”, escribe Sinclair Ferguson, “justificar no quiere decir hacer justo en el sentido de cambiar el carácter de la persona. Quiere decir constituir como justo y hacerlo por declaración.”[7]
La justificación no es un proceso. Es una declaración, un decreto divino que no puede ser desafiado, alterado, ni apelado. Pablo declara enfáticamente: “En consecuencia, ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro. 5:1, énfasis nuestro). Esta gloriosa transformación no es gradual, ni fluctuante. No eres más justificado durante ciertos tiempos que durante otros. Jamás serás más justificado de lo que eres en este momento. Eso vale la pena repetirlo: Jamás serás más justificado de lo que eres en este momento. Además, nadie en la historia ha sido más justificado de lo que tú eres en este momento. Ni Martín Lutero, ni Pablo – nadie.
(Las respuestas están impresas al revés al final de la página)
• La justificación es el resultado de la santificación V_______________F
• La santificación es un proceso de toda la vida V_______________F
• El amor de Dios hacia nosotros crece en proporción a nuestra madurez V_______________F
• La justificación se refiere a nuestro lugar en Cristo; la santificación se refiere a un proceso V_______________F
• El vencer hábitos pecaminosos nos hace más justos V_______________F
• El crecimiento espiritual es buena evidencia de que hemos sido justificados.
V_______________FMuchos cristianos confunden la doctrina de la justificación con la de la santificación y por lo tanto son robados de los beneficios completos que ofrece esta gran salvación. Es imperativo que entendamos la diferencia entre nuestra posición (justificación) y nuestra práctica (santificación). Aunque la santificación es la evidencia y el objetivo de nuestra justificación, jamás debe verse como la base de nuestra justificación ante Dios, no importa cuánta madurez logremos alcanzar. Somos incapaces de añadir a lo que Cristo ha logrado. Como declara Alister McGrath: “Lo único que en realidad podríamos decir que estamos contribuyendo a nuestra justificación es el pecado que con tanta gracia Dios perdona.”[9] Somos justificados solamente por gracia.
Frustrante y Vano
La doctrina de la justificación debe ser constantemente reforzada y repasada, como Martín Lutero muy bien sabía. Su consejo típicamente brusco, “Metérselo continuamente a la cabeza a golpes.”[10] Además de una repetición tan persistente de parte de nuestros líderes, es necesario que apliquemos y apreciemos a diario la verdad de la justificación en nuestra vida. Si no lo hacemos, nos encontraremos susceptibles a uno de los enemigos más sutiles y serios de la Iglesia: El legalismo.
El legalismo tiene que ver con tratar de ganarse la aceptación de Dios por medio de nuestra propia obediencia. Sólo tenemos dos opciones: O recibir la justicia como un regalo de Dios o tratar de generar la nuestra. El legalismo es tratar de ser justificados por medio de otra fuente que no sea Jesucristo y su obra consumada.
Adherirse al legalismo es creer que la Cruz no fue necesaria o no fue suficiente (Gá. 2:21, 5:2). Esa es la interpretación exacta de tu motivo y tus hechos, aún todavía cuando te atribuyes mentalmente a la necesidad del sacrificio de Cristo. En nuestra búsqueda legítima de obediencia y madurez, el legalismo lenta y sutilmente nos vence, y comenzamos a sustituir nuestras obras por su obra consumada. El resultado es arrogancia o condenación. En vez de crecer en la gracia, abandonamos la gracia. Esa fue la evaluación que hizo Pablo de las iglesias de Galacia cuando escribió: “Aquellos de entre ustedes que tratan de ser justificados por la ley, han roto con Cristo; han caído de la gracia” (5:4).
Si alguna vez has tratado de vivir de esta manera, quizás ya aprendiste que el legalismo es tan frustrante como vano. Todo intento legalista ser justo termina inevitablemente en fracaso. A través de los años he aprendido a reconocer ciertas señales inconfundibles de la presencia del legalismo. Aquí están algunas de ellas:
• Te das más cuenta de tu pecado pasado que de la persona y obra consumada de Cristo.
• Vives pensando, creyendo, y sintiendo que Dios está desilusionado contigo en vez de deleitarse en ti. Asumes que la aceptación de Dios depende de tu obediencia.
• Te falta gozo. Frecuentemente esta es la primera indicación de la presencia del legalismo. La condenación es el resultado de meditar sobre nuestra deficiencia; el gozo es el resultado de considerar la suficiencia de Dios.
¿Has sido atrapado por la presencia sutil del legalismo? Si así es, ten cuidado. Esta tiende a esparcirse en vez de permanecer limitada (Gá. 5:9). El legalismo debe ser arrancado.
La única forma eficaz de arrancar el legalismo es con la doctrina de la justificación. Si has descuidado o ignorado esta doctrina, entonces toma cualquier medio dramático que sea necesario para cambiar. Reserva tiempo todos los días para repasar y regocijarte en esta verdad tan grande, objetiva, y posicional. Enfoca tu dieta espiritual al estudio de la justificación hasta que estés seguro de la aceptación de Dios, seguro en su amor, y libre de legalismo y condenación.
La crucifixión de Jesucristo fue el evento más decisivo de la historia. Muy correctamente Sinclair Ferguson ha declarado lo siguiente:
Cuando pensamos en Cristo muriendo en la Cruz se nos muestra hasta dónde llega el amor de Dios para volver a ganarnos para sí. . . El nos está diciendo: Eso es lo mucho que te amo. . . La Cruz es el corazón del evangelio. Hace del evangelio buenas nuevas: Cristo murió por nosotros. El ha tomado nuestro lugar ante el trono de juicio de Dios. El ha cargado nuestros pecados. Dios ha hecho algo en la Cruz que nosotros jamás podíamos haber hecho. . . La razón por la que nos falta confianza en su gracia es porque no logramos concentrarnos en ese punto donde El la ha revelado.[13]
¿Dónde concentrarás tu atención? ¿Será en el pecado pasado, en tu presente estado emocional, o en las áreas de carácter en las que todavía es necesario que crezcas? ¿O se concentrará en la obra consumada de Cristo? El legalismo no tiene que ser lo que te motiva. La condenación no tiene que atormentarte. Dios te ha justificado.
No Discutas con el Juez
Comprender intelectualmente la doctrina de la justificación no es en sí suficiente. Dios quiere que seamos transformados – total, genuina y permanentemente transformados por su doctrina central. J.I. Packer ha declarado con mucho discernimiento: “El asunto no es si alguien puede declarar la doctrina con total precisión bíblica (eso, como hemos visto, es una tarea que requiere atención), sino más bien si conoce su realidad por experiencia.”[14]
Nuestro propósito al escribir este libro no es principalmente que aprendas cómo articular esta gran doctrina, sino que seas cambiado por ella, que comprendas los efectos que tienen el legalismo y la condenación en la libertad personal y que desarrolles una siempre creciente pasión y amor hacia Jesucristo. Es posible estar al tanto de la justificación por gracia sin ser personalmente afectado. Es necesario que apreciemos y apliquemos esta magnífica verdad cada uno de nuestros días.
El relato que estoy a punto de describir ha sido una gran lección para mí mientras trataba de apropiarme de la doctrina de la justificación. Durante los días antes de mi conversión como estudiante universitario de primer año fui arrestado por posesión de marihuana. Los detalles del juicio todavía los tengo vívidamente grabados en mi mente. Mientras me encontraba sentado en el banquillo de los acusados frente al juez, traté lo mejor que pude de parecer sincero y arrepentido, pero lo único que sentía era miedo. Yo sabía que había una excelente posibilidad de ser condenado y hasta de ser acusado con más violaciones.
Resultó que mi caso nunca progresó más allá del primer testigo. Mi abogado argumentó que debido a que los oficiales habían inspeccionado mi dormitorio sin los necesarios documentos legales, la corte tendría que retirar los cargos.
El juez escuchó estoicamente mientras los acusadores objetaban y reiteraban la evidencia en contra mía. Finalmente, me miró. El hombre estaba obviamente frustrado. Sin el poder para darme nada más que una reprimenda, me dio un discurso con las palabras más fuertes posibles.
Yo traté de parecer contrito. Afirmaba con la cabeza a cada declaración suya. Pero no recuerdo nada de lo que me dijo – estaba muy emocionado por el hecho de que me iba a poner en libertad.
Cuando me presenté al juicio yo sabía que era culpable. Creo que todos lo sabían. Pero cuando el juez me soltó no discutí con él. No apelé ni rogué al juez que continuara con el caso. No pedí que pasara por alto el detalle legal y que permitiera que los acusadores prosigan con el caso. Por primera vez, con gusto deferí a alguien con mayor autoridad. Si el juez quería descartar la violación, yo alegremente aceptaba su decisión.
Todos nosotros somos culpables ante el Juez de todo. Pero nuestro crimen contra El está en un área totalmente diferente a la de mi infracción. Aunque yo escapé por un detalle, nosotros hemos sido declarados justos a base del sacrificio premeditado y sustitucional de Cristo. Jesucristo dio su vida a propósito y voluntariamente para que Dios pudiera permanecer justo al justificar al culpable – a ti y a mí. Dios nos ha declarado justos. La decisión se nos presenta a diario, con frecuencia muchas veces en un mismo día: ¿Recibiremos la justificación por fe debido a la declaración de Dios, o permitiremos que la condenación y el legalismo nos controlen al depender de nuestras emociones y nuestra obediencia?
Determina que tus inestables e impredecibles emociones no dictarán ni te engañarán. No les permitas ser la autoridad final en tu vida. Cree lo que Dios dice de ti. Si eres sabio seguirás mi ejemplo: No discutas con el Juez.
Abandonado por Nuestro Perdón
El Dios que te creó te acepta. Su Hijo voluntariamente se enfrentó con el horror supremo de la Cruz, desamparado por Dios el Padre y por los hombres, para poder justificarte a ti. El fue desamparado para que nosotros pudiéramos ser perdonados. El experimentó la separación para que nosotros estuviéramos para siempre seguros en el amor de Dios. El soportó la ira de Dios para que nosotros jamás tuviéramos que soportarla. “Él fue entregado a la muerte por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación” (Ro. 4:25). ¡Has sido justificado!
¿Es de admirarse que la Reforma cambió la historia de la Iglesia? No hay forma de contener esta doctrina. Una vez que se la suelte cambiará la vida de todo el que la toca – incluso la tuya.
Discusión en Grupo
1. En la página 52 el autor escribe: “Jamás serás más justificado de lo que eres en este momento.” ¿Qué efecto tiene esto en tus esfuerzos de vivir una vida que agrade a Dios?
2. Medita en silencio sobre la Cruz por un minuto o dos. ¿Cómo crees que se sintió Jesús cuando se dio cuenta de que Dios lo había desamparado?
3. ¿Es posible enfocarse demasiado en amoldarse a la imagen de Cristo?
4. ¿Qué hace al legalismo una herejía tan sutil?
5. ¿Cómo podemos balancear las doctrinas de la justificación y la santificación sin inclinarnos hacia el legalismo o el libertinaje?
6. ¿Qué es una cosa que podemos contribuir a nuestra justificación?(Sugerencia: ¡No es algo de lo que nos podemos jactar!)
Lectura Recomendada
The Cross of Christ por John R.W. Stott (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1986)
The Discipline of Grace por Jerry Bridges (Colorado Springs, CO: NavPress, 1994)
The Atonement por Leon Morris (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1984)
Referencias
- ↑ James Montgomery Boice, Romans, Vol. I (Grand Rapids, MI: Baker Book House, 1991), p. 380, 447.
- ↑ Anthony Hoekema, Saved by Grace (Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans Co., 1989), p. 152.
- ↑ Sinclair Ferguson, The Christian Life: A Doctrinal Introduction (Carlisle, PA: The Banner of Truth Trust, 1989), p. 80.
- ↑ John R.W.Stott, Only One Way: The Message of Galatians (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1968), p. 60.
- ↑ Anthony Hoekema, Saved by Grace, p. 178.
- ↑ John R.W. Stott, Only One Way, p. 59.
- ↑ Sinclair Ferguson, The Christian Life, p. 72.
- ↑ William S. Plumer, The Grace of Christ (Philadelphia, PA: Presbyterian Board of Publication, 1853), p. 195.
- ↑ Alister McGrath, Justification by Faith (Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House, 1988), p. 132.
- ↑ John R.W. Stott, Only One Way, p. 59.
- ↑ Sinclair Ferguson, The Christian Life, p. 82–83.
- ↑ Jerry Bridges, Transforming Grace (Colorado Springs, CO: NavPress, 1991), p. 98.
- ↑ Sinclair Ferguson, Grow in Grace (Carlisle, PA: The Banner of Truth Trust, 1989), p. 56, 58–59.
- ↑ J.I. Packer, God’s Words: Studies of Key Bible Themes (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1981), p. 147.
- ↑ Timothy George, Theology of the Reformers (Nashville, TN: Broadman Press, 1988), p. 59.